Lunes, 7 de septiembre de 2015 | Hoy
Por Sonia Tessa
Caetano Veloso, vestido de negro y zapatillas, entra por la derecha del escenario. Gilberto Gil aparece por la izquierda. Viste de blanco, la chaqueta tiene una guarda azul. Se miran, extienden los brazos uno en dirección del otro y se sientan. El pacto está sellado. Serán dos horas de comunión con un público que espera esas canciones, las más conocidas, las desconocidas, las antiguas y la nueva. "Alguma coisa acontece no meu coracao". Sampa, de Caetano Veloso, sonará en un rato, pero los corazones ya están batiendo. Será una ceremonia íntima aunque el City Center esté repleto, aunque haya rezagados que interrumpen el hechizo sentándose a deshoras, aunque el lugar no sea el más adecuado para una espectáculo que se propone como un susurro. Caetano y Gilberto han andado tanto para llegar a la esencia de la música. Esa es la magia: ahí está todo, en ellos dos, sus guitarras y sus voces. En sus respiraciones acompasadas y las miradas cómplices. "Dos amigos, un siglo de música", prometen. Habrá lágrimas y embeleso.
Arrancan medio incómodos. El clima se afloja tras un par de temas. "Back in Bahia" es la primera estación de un recorrido emotivo. No es una elección casual: habla del exilio (compartido) en Londres, del tiempo que pasa rápido, como tiene que pasar, y de sentirse vivo. Es de Gilberto Gil, y también es una declaración de principios de estos dos amigos que llevarán al público de las narices por la música que supieron crear. Ellos se conocieron hace 50 años, en la calle Chile de Salvador de Bahía. Son de Bahía, claro, allí crecieron, escucharon música de todo el mundo y crearon la propia.
Caetano y Gilberto son y no son los jóvenes de pelo largo y ropa psicodélica que revolucionaron la música brasileña con el Tropicalismo. Cincuenta años después, estos dos hombres canosos, de 73 años, conservan intacta la musicalidad y las voces que se acoplan en los dúos. Más jóvenes que muchos. Llenarán el aire con algunas de las canciones más bellas jamás escritas, al menos para muchos de los presentes.
El segundo tema es también un guiño. "Coraçao vagabundo", de Caetano Veloso, grabado por tantas y tantos intérpretes en distintos idiomas. Por Mercedes Sosa, por ejemplo. Los amigos pasan por esa estación para llegar a "Tropicalia". Es el tercer tema y algunos espectadores siguen llegando, interrumpen el ritual. Un poco de bronca para los apóstoles del Tropicalismo, que los hay en la sala, y han llegado a un éxtasis al escuchar aquella canción-manifiesto, en vivo. Ni siquiera se nota que faltan Gal Costa y Maria Bethania, las otras dos de aquellos Doces Barbaros.
Después de Tropicalia, Gilberto Gil tomará la posta con "Aquí é o fim do mundo". Los "brasileiros confesos" seguirán haciendo de las suyas con su "tropical melancolía". Cada vez habrá menos por decir y más por sentir. Algunos pies comienzan a seguir el ritmo.
Con "E de manhá", los amigos hacen un alto. "Esta canción es una de las más antiguas de cuantas cantamos aquí, que fueron escritas por nosotros dos. Es mía y la escribí en el 63, quizás en el 64", cuenta en su perfecto español Caetano, como preámbulo para presentar el único estreno del recital, un tema inédito. Por eso, habla de "una canción nueva, la más nueva, que hicimos hace como dos semanas, o una semana, cuando volvimos de Europa". Los amigos se miran, se divierten, todavía hacen canciones juntos. En ritmo de bossa-samba, cantan sobre "as camelias do quilombo do Leblon", una expresión que remite a la lucha de los esclavos de la zona donde hoy está el barrio carioca, que -justamente- cultivaban camelias. "Será sin fin el sufrir del pueblo de Brasil", corean, mientras los pies se siguen moviendo, y más de uno lagrimea en la sala con esos acordes recién salidos del horno creativo en el que cocinan los amigos.
Vendrá "Sampa", que Caetano compuso para la ciudad de San Pablo, y muchos labios siguen la letra. Después, en uno de los puntos más altos del espectáculo, suena "Terra". En esa larga canción, la guitarra de Gilberto Gil refulge como una banda completa, y es difícil mantenerse incólume. La sensibilidad está a flor de piel cuando los amigos invitan al público a cantar el estribillo, aquel que dice "Terra, terra, por mais distante. O errante navegante. Quem jamais te esqueceria?" Una y otra vez, alientan a cantarlo y cómo resistir al convite.
Un poco de reggae en inglés con "Nine out of ten", de Caetano y luego, "Odeio vocé" trae otra posibilidad de disfrutar un solo de guitarra de Gilberto Gil. Caetano, después, acomete "Tonada de luna llena", una de esas canciones que lo muestran como un cantante único. Juntos vuelven a divertirse con la indeleble "Eu vim da Bahia (mais um dia eu volto para la)", de Gilberto Gil. Después le toca a la bella "Super-homem", que Gilberto escribió en una madrugada alucinada que pasó en casa de Caetano, después de que su anfitrión le contara con detalles la película Superman.
En este momento, el disfrute es intenso pero empieza a hacerse claro que el recital no será eterno. Tanta belleza no puede durar para siempre.
Que los amigos traspasan los idiomas y se entienden con la música se hizo evidente. Suena "Come prima", la canción italiana que Caetano grabó en "Federico e Giulietta". Las voces acopladas le dan vuelo a la letra, y luego vendrá "Esotérico", de Gilberto Gil. El mundo parece detenerse cuando cantan "porque o mistério sempre há de pintar por ai". Nadie quiere moverse para atrapar esas dos voces que dialogan como si fueran una sola. Y Gilberto se anima, solo, al bolero "Tres palabras", casi recitando. Luego, "Drao". Esta vez, Gilberto es quien canta y Caetano lo acompaña con la guitarra.
El disfrute continúa: Gilberto Gil crea el momento más íntimo -si eso fuera posible- con "Nao tem medo da morte", con pequeños golpes sobre su guitarra como único acompañamiento. Las luces están bajas. Caetano en las sombras. Es sobrecogedor escuchar esa canción en la que Gilberto confiesa que no tiene miedo de la muerte, pero sí de morir, y quiere "morir viviendo".
Tan vivos sobre el escenario, ellos se despachan con "Expreso 2222", para volver con todo el ritmo a una noche que seguirá con "Toda menina baiana". El ritmo más afro y festivo llena el escenario. Hacen "Sao Joao, Xango menino", uno de los pocos temas compuestos a dúo por los amigos y, claro, "Nossa gente". "Avisa la, avisa la, avisa la que eu vou"..., de Roque Carvalho, los identifica como la gente que más danza y disfruta de la música. Los dos inmensos se animan a danzar sobre el escenario. Unos pasos de samba de Caetano despiertan suspiros y aplausos, esos que cerraron cada canción y que llevaron los estribillos de los temas más conocidos.
Sí, sí, va llegando el final. "Andar con fé" y "Filhos de Gandhi" serán los últimos temas antes de los bises. Los amigos se paran, saludan, se señalan y cosechan los aplausos. Se van etéreos. La ovación, el pedido de otra, el ritual repetido en tantas ciudades, y el deseo de que sea cierto que resta un rato más de felicidad. Las copas están intactas en la pequeña mesa entre las dos banquetas sobre las que dieron su magia. No bebieron un sorbo durante ese maratón de canciones. Un escenario completamente despojado alojó tanta música. No hacía falta más.
Vuelven enseguida, así que a disfrutar: "Desde que o samba e samba" roza la perfección: a dos voces, emociona sin fin. "Domingo no parque" lleva su tono juguetón para terminar con "A luz de tieta". Sí, ahí los dos bailan en el escenario como un guiño al público que los ovaciona. "Eta/ eta, eta, eta,/ é a lua, é o sol, é a a luz de tieta/ eta, eta", cantan todos al final. Ellos y el público bailan. En el aire quedan flotando casi dos horas de plena música y -aunque no haya sido el último tema- los versos de la canción de Caetano, aquella que dice "cantando eu mando a tristeza embora", o -en una temeraria traducción- "cantando yo echo a la tristeza". Así fue.
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