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Miércoles, 16 de diciembre de 2015

CONTRATAPA

TERNURAS LEJANAS

 Por Jorge Isaías

Fue en el atardecer en que admiramos más allá del crepúsculo loas últimas estribaciones donde reinaban los árboles.

Era cuando el mundo admitía su derrota no de golpe, sino de un modo paulatino y sagaz, casi como si no quisiera darse cuenta.

Aquellos árboles, preguntaste, qué son.

Eran especies ajenas a mi conocimiento de entonces, y callé.

Volviste a hacer la pregunta de un modo un poco imperativo, sonriendo y con una casi vehemencia que nunca había sido tu estilo.

Sonreí cohibido, y volviste a esa serena sonrisa con la cual volvías todo a su exacto lugar. Y me dijiste que repitiera esos nombres: tilos, casuarinas, magnolias y palo borracho, de flores blanquísimas que en mi memoria flotan como copos de algodón o de azúcar en esos capullos de azúcar que comprábamos los domingos en la cancha de fútbol donde merodeábamos curiosos antes de interesarnos por el juego que más temprano que pronto iría a ser nuestra pasión excluyente y el motivo de un reto paterno, por el temor que el hijo perdiera interés en los estudios y pretendiera abandonar la escuela, como ya habían hecho algunos chicos del pueblo.

Entonces hubo órdenes rígidas, como toda regla del padre: "En esta casa sólo está permitido hacer comentarios de fútbol los sábados y domingos". Inútil protestar porque el castigo podría ser mayor. Pero uno se desquitaba con los amigos en la escuela o en el campito de gramilla mezquina que soportaba nuestras zapatillas rotas o nuestros pies descalzos, si era verano.

Pero vos, que todo mirabas con esos ojos oscuros, que todo comprendías, ahogabas una lágrima en tu delantal que olía a cebolla, y amasabas esos buñuelos repletos de azúcar impalpable para el mimo que mi padre no percibía, en esa distracción y en su empecinado autoritarismo. Y ese gesto que ofrecía siempre la arista más dura, obcecada e intolerante. Y pobre si alguien osaba contradecirlo en su orden que reportaba con su andar mudo y taciturno, cómo saberlo si era real o un papel que debía cumplir como hombre que no llora nunca.

No sé si es cierto papá que nunca lloraste.

Y sin embargo ella que era tan propensa al llanto llevaba en su tímida risa todo el amor que cobija mi pena infinita en estos tiempos hostiles como antes en la indefensión de los años.

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