Martes, 22 de diciembre de 2015 | Hoy
Por Ezequiel Vazquez Grosso
Que en dos días sucesivos la plaza veinticinco de mayo haya sido escenario de dos actos si no opuestos al menos claramente diferenciales en su cometido no es un dato para pasar por alto. Más allá de que la convocatoria funcione como una suerte de muestrario del capital político movilizador del que cada fuerza dispone, lo ocurrido entre la despedida histórica de Cristina Fernández de Kirchner y la escueta asunción de Mauricio Macri muestra una radiografía íntima de los nuevos y no tan nuevos modos de hacer política que van configurándose. Mientras se ha repetido como un mantra del espanto que la victoria del macrismo iba a suponer una vuelta del menemismo (como si el tiempo pudiese realmente retroceder) desde el día inaugural del nuevo gobierno resulta difícil encontrarnos más lejos de eso: mientras Carlos Saúl Menem abrió su acto al son ridondante de compañeras y compañeros, en una plaza colmada, Mauricio Macri lo hizo marcando pasos de baile desde un balcón soñoliento, al ritmo de su entonada vicepresidente, para un público desgarbado y tímido, escupiendo un desaforado y poco emotivo gracias.
Es cierto que no puede concluirse nada serio respecto al caudal primero de una fuerza que recién se estrena en el gobierno. Néstor Kirchner asumió la presidencia de la nación con menos del veintitrés por ciento de los votos y generó una de las fuerzas políticas más importantes de la historia argentina. Por otro lado, las apelaciones directas a las masas no han sido históricamente indispensables: el peludo Yrigoyen hizo mucho desde su casa y visitando los comités barriales pero era muy poco afecto a la palabra donada a las grandes muchedumbres; Juan Domingo Perón, el orador indiscutible del siglo XX, manejó buena parte de los hilos de la política argentina a lo largo de dieciocho años de proscripción sin hacerse carne en el territorio. Si bien la presencia del cuerpo en el espacio público hace a la diferencia cuando en la política ocurre la excepción (el 17 de octubre y el 19 y 20 de diciembre son buenos ejemplos) no toda fuerza política debe estar obligadamente preparada para semejantes sucesos.
Dejando de lado esas circunstancias importantísimas por cierto lo que cabe destacar es que esa falta de cuerpo o, más precisamente, esa falta de cuerpo generador de identidades, es una parte nodal de la nueva política que se estrena. Comencemos esto, entonces, con una digresión: si el cuerpo social no hace presencia como disruptor preferencial de la escena pública, ¿de dónde obtiene Mauricio Macri su fuerza política?
Los consejos de su dalai lama Durán Barba ya son harto conocidos por todos. Decir nada, decir poco, decir mal y con errores que en el paroxismo de su insensatez pueden ser perdonables (disculpen, quisimos pero no pudimos, dice el Juan Domingo Perdón de Capusotto) son las claves de un discurso que tiene la capacidad siniestra de adecuarse a cualquier anatomía. El discurso que se vertebra lejos está de ser el discurso del técnico. Más cerca del deseo de despolitizar que de la tecnicatura mordaz que un capitalismo humano y derecho precisa, su función primaria es la de quebrantar todo tipo de antagonismo que especule con rivalidades.
Entre los muchos ejemplos que dan cuenta de las capacidades anestésicas de ese tipo de discurso el más tonificador fue la entrevista que le realizara Jorge Lanata en uno de sus últimos actos de lúdico mercenario. Lanata (un tanto enfadado pero cancherísimo, como debe ser) le preguntó los lugares más ríspidos en los que la llamada campaña del terror estaba colocando al en aquel momento candidato a presidente: su relación con Nicolás Caputo, la situación del Garrahan, su relación con la década del noventa y le menemismo, la empresa de su padre, el caso del Borda. Mauricio Macri respondió sencillamente, evadiendo los escollos y resaltando el decálogo doméstico. El futuro presidente estaba blanqueado.
La otra función primordial de este tipo de discurso (aquí viene lo importante) es que por más que en sí mismo no sea técnico lo que sí habilita es la función de la técnica en sus más anchas posibilidades. Si la técnica puede ser entendida, muy rudimentariamente, en una definición avant la lettre, como el compendio de una serie de procedimientos posibles de ser ejecutables por "cualquiera", es decir, un acto ejecutorio que no imprime la singularidad de su gesto y que a partir de allí puede desentenderse de la incomodidad que supone tomar un determinado posicionamiento éticopolítico, no hay lugar a dudas de la que la vacuidad de la discursividad propuesta es la que más se ajusta a los cometidos del anonimato. En el mundo de Mauricio Macri una cosa puede remplazarse por otra con una inmediatez inusitada y una velocidad tal que casi que el ojo pierde el movimiento: los candidatos se inventan y se reproducen, como conejos extraídos de la galera; si un error se ha "colado" en una ley educativa, dando como efecto un encuadre político de una década y siglo anterior, siempre hay posibilidades de corregirlo, casi que como en un acto de magia.
La política a la orden de la técnica (otro modo de hacer política, que no le quita su ferocidad) estuvo presente desde los momentos primeros y más caldeados días de la campaña. No es casual que el domingo en que se desarrolló el debate presidencial del balotaje la nota de tapa de la revista Viva, que se entrega amigablemente junto al periódico Clarín, haya sido sobre el fenómeno de Twitter. Argentina es uno de los países con más usuarios y más actividad en la región y esa misma noche la operación twittera iba a estar a la orden del día: en la encuesta provisoria llevada a cabo, el ridículo número de más de un ochenta por ciento daba como ganador a Mauricio Macri. Acorde con esto, es menester recordar la denuncia que le aplicara DOS a MM en el Comité Electoral respecto al montaje de campaña sucia llevado a partir de la propagación de injurias a través de ese medio. En la era en que las disputas políticas se dan en un contexto de virtualidad bélica y enemistades televisivas el macrismo no precisa de los tradicionales punteros políticos para marcar la diferencia.
No pareciera arriesgado prever que toda la política macrista se conduce fundamentalmente por esa tríada de mascaradas de las redes sociales que son los trolls, bots y fakes (zombies de la era digital, discursos automatizados, cuentas falsas) y desde ese punto el manejo de la técnica del frente gobernante es realmente admirable: no sólo la velocidad con la que trasuntaron la fachada de la página web oficial de la casa rosada pocos minutos después de que CFK se convirtiese en calabaza sino la extrema presteza que se tomaron al colocarle una banda indicativa de "presidente de facto" por sobre los presidentes dictatoriales en la galería de presidentes de la misma page web luego de que el conflicto (virtual ante todo) se desatara por la inclusión de los gobiernos dictatoriales en la misma línea que los gobiernos democráticos, dan cuenta de la rapidez de aplicación que tiene el nuevo comité católico empresarial gobernante a la hora de dar respuestas.
La aplicación de la técnica, la interpretación de su procedimiento, tuvo también lugar en el momento de la asunción presidencial: lo que para el kirchnerismo fue un momento estrictamente político (si asistir o no a la asunción del nuevo presidente; si la asunción debía hacerse en la sede del Poder Ejecutivo o en el Congreso; si había que dar lugar o no a la demandas del nominado núcleo duro) para el macrismo no fue más que el uso de lo procedimental a favor de su causa: sólo con el envío de una cautelar la presidente dejo de ser tal a las once y cincuentainueve (la precisión del número ya de por sí es irrisoria) del nueve de diciembre.
Si la virtualidad sugiere un tipo de comunicación en que el cuerpo no se "pone en juego", entonces no es casual que la convocatoria a la plaza haya sido, comparativamente a la mayoría de las asunciones presidenciales (decimos mayoría porque el otro presidente que asumió gracias a los favores del discurso publicitario y con un caudal político real escasísimo fue Fernando De la Rúa) un tanto pobre. En una campaña preparada magistralmente por los mejores cuadros técnicos de los thinktanks del neo romanticismo, ocurre lo que ocurre con cualquier consumidor: su fidelidad no va mucho más allá de lo consumido; una vez que el acto se consuma, los restos pueden ser desechados. Todos podemos ingerir amablemente coca cola, pero pocos estarían dispuestos a formar un ejército en su nombre.
Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia en el año 2003, su discurso duró cincuenta minutos. Sólo el veintitrés por ciento de la población había puesto su voto de confianza y la tarea que tuvo por delante fue la de generar las bases que hasta el día de hoy perduraron. Mauricio Macri, por su lado, demostró poder ganar una elección casi que con el único recurso de la técnica: sabotaje virtual, discursos semivacíos que pueden colmarse con contenidos de lo más variopintos, donde no importa lo que dice el anunciante porque dice poco y nada pero tiene la virtud enhiesta de aplicarse a casi todo. En ese fondo supuestamente amorfo lo que perdura es la técnica. De más está decir que la tarea que hoy se impone es poner allí el ojo. Porque es desde ese lugar, convalidado como neutral e inocente en sus cometidos, donde el gobierno de Mauricio Macri hará su verdadera política.
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