Moneda que está en la mano

Anónimo

Matías "Anónimo" confiesa no lucir ningún tatuaje en su cuerpo. Dice que le bastan las marcas a fuego tatuadas en su cerebro. Religión no consultada, vida reglamentada, prohibiciones implícitas, instrucción educativa, historia oficial, enciclopedismo historicista, imposición folklórica. Suele definirse como galopeador contra el viento o salmón que nada contra la corriente. Dicha actitud lo llevó, en su adolescencia, a convertirse en hippie, anarquista, ateo y amante de una "demoníaca" música foránea. El paso de los años junto a una inquebrantable decisión de encontrarle un sentido a su existencia lo llevaron a sentir que una chacarera nada tenía que envidiarle a un rock and roll, imaginó a Lennon y Atahualpa como buenos amigos, percibió que el sentimiento que vibra en un blues parido a orillas del Misisipi es el mismo que late en una zamba del Cuchi Leguizamón.

Asegura que su vida cambió a partir de un sonido. El ruido producido por el choque de monedas contra una roca del valle de Tulumba arrojadas por jóvenes que jugaban al "sapo" por dinero en antiguos morteros comunitarios de los Comechingones fue como un llamado, una bisagra, un darse cuenta de un montón de cosas a la vez. Con poco tacto se acercó a los jugadores con la intención de explicarles el verdadero uso que tenían los hoyos en la piedra en épocas en donde no existía el dinero.

"Eso fue en tiempos de la flecha, viejito, ahora correte y dejanos seguir jugando", fue la respuesta del aparente líder del grupo. Mi amigo tragó sapos con saliva antes de contestarle con pocas palabras, "sin embargo la flecha está en el aire todavía". La decisión fue inmediata, vendió todos sus bienes y se instaló en Cerro Colorado con una misión, enseñar aprendiendo desde la magia de un bar, alimentando estómagos y almas. "Tengo empanadas fritas que son más rápidas y también al horno, que son más ricas..." fueron las primeras palabras que escuché de su boca. Sólo una de las tantas estrategias con las que cuenta para comulgar con el visitante, para tender puentes invisibles, correr telones, romper montañas de silencios, hablarles, escucharlos, curarlos.

A la par de una cantina, sin televisión, con libros, discos, bombos y guitarras a disposición de los clientes, Matías levantó con sus propias manos una "casa pozo", réplica de vivienda comechingona como un aporte a la comuna, en la práctica, refugio de mochileros machados que terminan durmiendo cobijados por la pachamama y custodiados por las pinturas rupestres de la zona. "Los llaneros, rodeados de cerros un poco más altos que sus egos, suelen hallar un lugar propicio para un viaje introspectivo. De dicho viaje, difícilmente se salga ileso, de allí la importancia de los boliches, como centros de asistencia al espíritu del turista", asegura el tabernero.

Como material de primeros auxilios cuenta con un grueso volumen de recopilación de coplas anónimas. "La baguala es un grito ventral, un alarido que nos saca afuera el indio, una soga, un salvavidas que nos impide caer en los precipicios de la angustia..." definió, con la naturalidad de quien anuncia lluvia, el coleccionista de anónimos, mientras preparaba una picada de salame casero con quesillo de cabra.

En mi última noche en aquel lugar tomé una caja chayera con mi mano izquierda, busqué una copla sin dueño, al azar, dentro del libro sagrado y canté, "Dicen que los ríos crecen/ cuando deja de llover / así crecen mis amores / cuando la dejo de ver."

Hoy camino a la orilla de mi río, mi paisaje, mi universo. Una parte de mí todavía viaja por caminos de silencios. Evitando ahogarse en un remanso de palabras no dichas, salta al exterior enancado en una copla, ensuciando el aire de humanidad, buscando un viento que borre la distancia con el sitio que añoramos, "En tierras del Indio Pachi / saben usar el mortero / en chicha machacan coplas/ que beben los forasteros. "

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