rosario

Martes, 1 de noviembre de 2005

CONTRATAPA

D.Q.

 Por Víctor Zenobi

...nunca seréis de alguno reprochado

por hombre de obras viles y soeces

Mi primer contacto con "El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", mi primera aproximación a él, fue hace muchos años; yo era un chico condenado a pasar una semana en cama por una escarlatina y mi madre me trajo un libro de la colección Tor que todavía deambula por algún recoveco de mi biblioteca. Un libro de color amarillo naranja con la figura de un extraño y después ridículo caballero. Para mí era un libro de aventuras más, (como los de Salgari o Julio Verne) en el que penetré fácilmente, ya que describía una ficción parecida a la de mis juegos infantiles, los de piratas y guerreros, sólo que también me mostraba una cierta cualidad que nos era inherente: la crueldad que se ensaña con los seres vulnerables, ya se trate de un caballero medio loco o un humilde campesino analfabeto.

Cualquier libro que juzgamos importante nos depara el compromiso de volver cada tanto a él, en principio, porque la lectura de un libro implica de por sí, una posición ética y como lógica consecuencia, el reconocimiento o la modificación de algún rasgo singular o desdeñable. Dar cuenta de las noches en vela, noches de insomnio o de remordimiento, noches en que he sentido y soñado con el Quijote, sería demasiado complejo y también desmesurado, tanto como enumerar las muchas emociones que me ha deparado. Sin embargo, alguna transcribiré; tal vez suene absurdo, porque las vivencias más íntimas suelen serlo, pero me deparó la vivencia de sentirme acompañado y al mismo tiempo, o ahora creo que al mismo tiempo, la pasión de la amistad. Una intensa literatura ha transmitido esa pasión que nos retorna no sólo a Sancho y a Quijote, sino también a Dante y a Virgilio o Martín Fierro y Cruz y es muy probable que por ella, yo trate de sintetizar en esta nota, algo de lo mucho que en el Quijote se puede encontrar. Comencemos por la eficacia de procedimientos que prefiguraron los de nuestra literatura actual.

En los primeros capítulos, aparte del narrador, hay dos cronistas, uno anónimo y otro, un historiador arábigo, Cide Hamete Benengeli, autor de la "Historia de Don Quijote de la Mancha". Cervantes hace que el narrador encuentre por azar, el manuscrito en el Alcaná de Toledo y lo haga traducir por un moro. Este procedimiento, quizá no tan elaborado y sutil como en el Quijote, proviene de los libros de caballería y le posibilita a Cervantes justificar las discrepancias e incoherencias de su texto. ¡Tan poco recientes son las estrategias de la intertextualidad! En las primeras aventuras, no recuerdo si cuatro o cinco, Don Quijote cabalga sólo y luego aparece Sancho, quien aporta al relato el habla popular y sus innumerables refranes, posibilitando los espléndidos diálogos, que más de una vez recuerdan las argucias literarias de Platón. Más de una vez, por de pronto, ya que se apela al recuerdo y a ese artificio de la segunda parte, donde el bachiller Sansón Carrasco le cuenta a Don Quijote, que se ha escrito la primera parte de sus aventuras. No nombro a Platón por azar, el Quijote parece impregnarse de esa influencia, de lo sensible y de lo inteligible, de la ficción y la locura, de la escritura y de la realidad. Podríamos tomar como ejemplo, el momento tantas veces citado, en que la Galatea de Cervantes es criticada por uno de sus personajes, el barbero, quien dice de él, de Cervantes que ahora es un personaje de su propia novela, que "es más versado en desdichas que en versos". No era inusual, en la época, que la realidad penetrara en la ficción, lo cual no obstaculiza que nosotros leamos con un criterio reversible, que la ficción produce la realidad. Para el caso podemos recurrir al capítulo en que Quijote se hace nombrar caballero; es obvio que muchos ignoran que son las palabras las que hacen a un rey y a un caballero y que, increíblemente, estos persisten porque hay gente empeñada (quién sabe por qué) en tratarlos como tal. En la segunda parte, hay una extensión de esta idea, y hay una crítica que no siempre se advierte porque trabaja con una doble versión de la obviedad. Don Quijote y Sancho se encuentran con la pequeña corte de un duque y su esposa, éstos han leído las aventuras de la primera parte y deciden extenderlas. Planean una serie de hechizos y sus criados colaboran obsecuentemente con ellos La finalidad es proseguir una tras otras, burlas cada vez más atroces, que abarcan unos treinta capítulos, aproximadamente la mitad de la segunda parte. ¿Por qué tanta extensión? Hemos aceptado la extravagante locura de Quijote y su escudero, seguimos con atención e interés sus aventuras, pero ahora en el telón de fondo, la duquesa y el duque (títulos que provienen de la literatura cortesana) nos presentan un mundo constituido y jerarquizado por valores parasitarios, valores de una clase dominante que dilapida el tiempo, exacerbando en la parodia, su crueldad y estupidez. Yo tengo para mí que es una deuda pendiente con el Quijote pensar y repensar lo que en su texto nos parece obvio...

Por otra parte, está el famoso tema del amor cortés inteligentemente esbozado; un tema enigmático y grave, que podemos enfrentar de muchas formas, destacando siempre que la famosa Dulcinea jamás aparece. En ningún momento, Cervantes retrocede o desciende al hecho de mostrárnosla; es sólo una idea, un pretexto que don Quijote necesita, para consolidar su extravagante viaje. Una dama que lo impulsa, pero que es solo una idea en su cabeza. ¿Una dama? ¿Tal vez no una mujer? No puedo enumerar cuantas resonancias ha generado y sigue generando esto en las complejas relaciones amorosas de los hombres. Más allá de los engorros que la locura de Alonso Quijano suscita, el nombre de una dama inexistente, un nombre sin referente concreto, puro vacío al que la letra le da forma, llena el proyecto y pone a prueba su extravagante viaje. Es imposible no pensar en la idea de la belleza flotando gravemente en cualquier desencuentro; es imposible no pensar en la unión trascendental entre bien y belleza que obstaculiza desde siempre los acuerdos humanos. De cualquier modo y, como una mera sugerencia que podríamos seguir hasta el hartazgo, por el nombre y la belleza de Dulcinea, don Quijote combate y es vencido. La situación es muy intensa y se entronca con un hecho que desborda la textualidad concreta del Quijote. Es sabido que debido al éxito de la primera parte, apareció otro Quijote que continua sus aventuras. ¿El autor?... un tal Avellaneda (Avellaneda era el apellido de la bisabuela de Cervantes) del que no sabemos a ciencia cierta quien era. Muchos autores suponen que era el mismo Cervantes y no es descabellado que fuese así. De todos modos, Cervantes escribe la segunda parte para evitar que su personaje estuviese dispuesto a caprichosas variaciones. Se ha dicho que por eso, Don Quijote muere, olvidando que quien muere es el otro, don Alonso Quijano. Sea como sea, hay dos consecuencias asombrosas de ese hecho. Trataré de esbozarlas así. El bachiller Sansón Carrasco, en la segunda parte, se disfraza del Caballero de los Espejos y sale a encontrarse con Don Quijote, vencerlo y exigirle según las reglas de la caballería que retorne a su casa. Para provocarlo invoca el nombre de una dama Casildea de Vandalia, de quien dice que es la más hermosa y declara que se lo ha hecho reconocer, venciéndolo, al caballero "más famoso y valiente de todos", a Don Quijote. Cuando Don Quijote escucha esto, reafirma su creencia en los encantamientos y da por sentado que el Caballero de los Espejos, como su nombre sugiere, ha sido engañado. Ha sido engañado o se ha topado con el otro Don Quijote, con el Quijote falso. Pero este recurso de enfrentarlo con el espejo, con la esperanza de que recupere su cordura, enfrentarlo con un alter ego o una imagen revertida fracasa y don Quijote sale por puro azar, vencedor. La ficción tuvo consecuencias en otra ficción pero generó un largo interrogante en lo real. En la segunda oportunidad, el bachiller Carrasco, esta vez disfrazado como el Caballero de la Blanca Luna (¿la luna del espejo?), vence a Don Quijote y este, sin renunciar al nombre de Dulcinea, al nombre de su Dama, cumple con el mandato del bachiller, regresa a su casa, recupera la razón y... muere. Siempre he sentido una grávida metáfora en ese hecho, como si la vida solo fuese soportable a costa de un poco de locura...pero dejemos eso. El otro hecho, incuestionablemente real, ha sido también muchas veces destacado: En el texto de Avellaneda aparece un personaje llamado ╡lvaro Tarfe. Hacia el final del libro, Cervantes toma a este personaje y lo introduce en su obra tal como el presunto Avellaneda había hecho con los personajes de él, pero al hacerlo acredita la versión de Avellaneda, tanto como a la suya. Algunos críticos desearon una confrontación de ambos Quijotes, pero aún si esto fue una de las tantas ingeniosidades de Cervantes, es mejor o más rico que todo quede en el espacio literario con que enmarcamos a la realidad. Algo desborda siempre ese espacio y nos hace pensar seriamente en la cualidad imposible de lo que llamamos real. Cervantes era y ahora no es, Avellaneda tal vez era y ahora ni siquiera sabemos si alguna vez fue... ¿Cómo es posible que lo que haya sido, siquiera una vez, ya no sea? ¿Cómo es posible que todo eso que no fue, o fue sólo el sueño y la imaginación de alguien, sea ahora para siempre? Lo repito, la literatura y la poesía implican de por sí una posición ética porque nos arrojan, en la inherencia de su propia condición, a una interrogación inagotable. Para que la vida no sea como uno espera, basta con uno mismo y con la realidad. La ficción es otra cosa; nadie es del todo injustificable si necesita en un libro soñar un mundo más deseable.

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