rosario

Sábado, 23 de junio de 2007

CONTRATAPA

MENDIGOS DE LA NADA

 Por Gary Vila Ortiz

-Tu amigo Nicanor a veces me cansa -anuncia Fernando-. ¿Por qué no decirlo? Hace un gesto con la mano, como ofreciendo una disculpa que no le he pedido.

-Lo imagino encerrado -sigue-, recorriendo una y otra vez su diminuto departamento repleto de papeles, libros, discos, carpetas, lápices y lapiceras, dibujos, todo eso y mucho más, desordenado con un orden que él mismo afirma haberle dado.

Abstraído en sus razonamientos, Fernando apenas le presta atención a una de las primeras grabaciones de Nat King Cole que suena a nuestras espaldas, mientras tomamos un café en el living de mi casa.

-Además -se queja-, creo que cada vez miente más porque es un mentiroso compulsivo, que antes me divertía y ahora no tanto. En las últimas semanas ha dejado de comprar los diarios y de ver televisión porque sostiene que la imaginación es mejor y le permite vivir en cualquier tiempo y no en el que vivimos o creemos vivir. Y lo que es peor -agrega- se entretiene haciendo aforismos, muy malos a mi juicio, sobre la diabetes que a la vejez le ha dado un bofetón que según él es sorpresivo y que por mi parte creo que era bastante predecible.

Fernando interrumpe su diatriba para servirse otro pocillo.

-Asegura que sentirse bien es lo contrario de estar bien -me explica y busca una cuchara sobre la mesa-. Me ha contado que cuando mejor se siente es cuando los análisis demuestran que su sangre es un río de azúcar, cosa que parece no debería ser. Se cuida una semana, entonces empieza a sentirse muy mal, protesta, se acuesta, se pasa el día en la cama tratando de buscar un sueño que, según él, nunca le llega.

Fernando resopla, molesto consigo mismo. Descubre que se ha quejado en exceso y eso lo pone incómodo. Baja la vista.

-Lo que me preocupa -susurra-, es que me parece que está triste, bastante triste, de verdad triste, pero se niega a dar el motivo, que no debe ser uno sino varios. Suelo decirle, con cierto fastidio, que es injusto con la vida que le ha dado demasiado. Ayer me pidió por favor que lo visitara y me invitó con un té porque desgraciadamente ha abandonado todas las formas del alcohol que ingería y apenas si fuma un cigarrillo de vez en cuando. Entonces comenzó a entregarme los papeles que te traje, creyendo que son de una importancia fundamental para resolver el caso, que tienen datos que despejan todas las incógnitas. Yo no los encuentro, pero quizá un lector inteligente pueda hacerlo.

Nos quedamos en silencio. Sólo se escuchan el piano y la voz extraña, joven, casi irreconocible, de Nat King Cole.

"La distancia entre la cama en la que no duermo y la máquina de escribir en la que apenas tecleo no es mucha. Pero me niego a contar esos pasos. ¿Para qué contarlos? Al final, llegado el final, mi cuerpo será llevado a otro lugar. Quiero ignorar esa distancia para que de esa manera ese hecho que existirá no exista. ¿Por qué no me gusta el té con vainillas o con algunas galletitas blandas y muy dulces? No lo sé. Debo saberlo. ¿Debo? ¿Saberlo? Me vuelvo hacia la derecha de la cama, siempre lo hago hacia la izquierda. ¿Por qué? Sé que hacia uno de los lados veo unos colores y hacia el otro colores muy diferentes; también la apreciación de los objetos es muy distinta. Pero no puedo creer que ése sea el motivo. Pensar que observar la forma de un jarrón hacia la izquierda será diferente que si lo miro hacia la derecha, que ése sea el motivo para el cambio me parece muy poca cosa. ¿Pero qué no es muy poca cosa? Un caballo, me dicen, una lata de sardinas, un dibujo de Picasso. ¿Y entonces la muerte?, contesto. A mis preguntas no hay respuestas, en realidad no debe haberlas. No tiene por qué haberlas. Estoy sólo, en la cama, apenas puedo levantarme, apenas puedo escribir un par de líneas por día, ignoro para qué, ignoro para quién."

"Debo comer algo, debo ir al baño, suele gustarme cuando me afeito, pero no todos los días. No todos los días estoy vivo. Afeitarse es un signo de vida, solían decirme en el sanatorio donde alguna vez estuve. Susurrar. Susurro canciones que no conozco en realidad al vacío de la habitación. Música para la nada. ¿Para quién es la otra música? Para nueve sabuesos sabios y vaya a saber para quién más. ¿Y los libros? Sé que están allí, no los abro, no me animo a abrirlos. ¿Y si resulta que son para mí? Estupideces. Nada hay para mí. Ese es el elemento primordial. La nada. Aunque me mueva, tome café con leche, mire un paisaje de flores en el balcón. Eso, todo eso, puede estar. Pero lo mío es la nada, entendida como yo la entiendo y como me importa muy poco que la entiendan los otros. Pero sí entender que esos otros existieron y los fui eliminando poco a poco, destruyéndolos uno a uno. Destruir es mi nada. Reconocer en algún momento que ahora la nada, la nada de ahora, es más pesada y cansadora."

"Me levanto. Necesito ir al baño y después tomar una copa de agua. De las canillas aún sale agua. Puedo prender la luz. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Creo que mirar fotografías, pero no estoy seguro. Sé leer y sé escribir, pero ignoro qué es lo que escribo y qué es lo que leo. Me dicen que hay gente en la calle, pero como no tengo balcón a la calle no puedo comprobarlo. Tan sólo veo sombras a través de la pequeña mirilla cada vez más sucia, las figuras cada vez más borrosas. El otro día algo que llamaré una casualidad encendió el televisor. Vi cosas, más grave es que las reconocí. Fue una experiencia espantosa. Prefiero no hablar de ella. Otra casualidad: me enseñan. Ante la maldad de los hombres lo primero que debe pensarse es que Dios es inocente. Somos libres. ¿Qué es ser libre?, me pregunto. Además, si Dios es inocente el demonio también es inocente. La maldad de los hombres nada tiene que ver con Dios o con el demonio. Esa es la libertad de los hombres. Soñar es algo cansador, pero no tan cansador como pensar. Solamente trabajando podemos descansar un poco. Yo no trabajo. Vivo cansado. Y no hay nada que se pueda hacer".

"Todo hombre, todo ser humano, todo ser viviente, tiene el derecho de defender el estado en que se encuentra de cualquier interferencia que quiera modificarlo. Puede aceptar el pensarlo, pero sabiendo que sobre todo tiene un derecho absoluto a negarse. Si un hombre quiere permanecer sentado en una silla y no moverse de ella para nada hasta el final de sus días y se trata de un acto voluntario debido a la causa que sea, debe defenderse. Digo la causa que sea, pero en realidad no es necesario que exista causa alguna. Puede tratarse simplemente de querer estar sentado en esa silla, nada más que eso. Interferir es ese deseo es destruir la libertad de la cual, se supone, cada ser es dueño absoluto."

"Una babosa se lanza a un mar de sal, desea lanzarse a ese mar de sal, esa profundidad blanca en donde morirá le atrae. ¿Qué hacer?"

"¿Qué veo desde el sillón en el que estoy sentado mientras trato de escribir? Creo saberlo, pero si aceptara ese creo como una certidumbre, sería como un certificado de supervivencia en el cual con seguridad no creo. Es decir, mientras me arrastro hacia un plato de fideos (o de arroz) creo ser un superviviente, pero no puedo creer en ningún certificado que describa con exactitud la situación. Que afirme: ese ser sobrevive así."

"Fumar es perjudicial para la salud. Tomar en exceso alcohol puede llegar a matar. No comer lleva a un estado de postración que curiosamente muestran sin hacerlo evidente las modelos. Comer en demasía lleva a una obesidad explosiva. Entre todas esas cosas -y muchas más a enumerar- sobrevivimos. En este momento una oruga me sonríe desde una hoja. La planta es algo alta, la oruga es feliz en esa altura. Desde allí sonríe. No puede percibir la araña que se aproxima a ella y terminará devorándola; lo último que desaparecerá, como en el famoso gato de Lewis Carroll, es la sonrisa."

"Quince minutos para llegar a la no-sonrisa de Buster Keaton. Para encontrar la primera vez que Samuel Beckett pensó en Keaton. Para saber cómo fue ese poema que Borges soñó una noche, y otra, y la tercera vez que lo soñó decidió pedir a los dioses que abolieran ese sueño".

"Picasso, desde donde se encuentra, dibuja para un mendigo una cara que mirándose a un espejo apenas sonríe. El mendigo, que duerme en la calle, no tiene espejo alguno y si comprende que el dibujo es una cara que se mira en un espejo, quiere compartir el dibujo con otro mendigo amigo. Termina cambiándolo por un pedazo de pan. El segundo mendigo lo cambia por un pescado. (Hay un tercer mendigo, por supuesto, pero no voy a mencionarlo para que el 'hueco' en la cronología moleste un poco a Fernando). El cuarto lo pierde cuando se lo lleva el viento. El dibujo sigue buscando al quinto."

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