rosario

Martes, 27 de enero de 2009

CORREO

Utopía

Recuerdo al hoy doctor Eduardo Elizalde como un joven estudiante, hace 27 años, quién daba ejemplos de militancia haciendo conocer con un grupo de comprometidos el legado de salud pública de Carrillo, en una facultad hostil y una sociedad que aún no avanzaba decididamente hacia la democracia.

Su trayectoria tuvo esa impronta de compromiso y visión de la medicina en función social. Conformó ese grupo de profesionales y técnicos que a los peronistas nos enorgullece por su valía, por su claridad conceptual, porque siempre en los pasos de sus actuaciones demostraron compromiso y ser "los mejores al servicio del Pueblo".

Como pinto canas, también conocí compañeros que allá por el 2003 pretendieron reformular algunas políticas en el PAMI, y pese a todo lograron cuestiones básicas de renegociación de cápitas, aranceles sanatoriales, y procedimientos que eran como un agujero de ozono que se llevaba montos siderales retaceados a la mejor atención de los jubilados. Un año duró la tarea, no están más.

Y sé, sin profundidad, de los escollos, del submundo de prebendas, de las presiones sindicales, de un sistema de impunidad estructural que se retroalimenta dándose vida, pero aislada de la realidad cotidiana del importante grupo social al que se deben.

Ese mundo de hiperburocracia regente predomina y condiciona al grueso del personal que se brinda y enaltece la tarea del trabajador del PAMI.

Estos dos mundos hoy se enfrentan, y teléfono o mediación influyente mediante -ante ese gigante casi amorfo que ni Graciela Ocaña pudo domar- se salió con la suya. Despiden, como en una constante, al director del PAMI regional Eduardo Elizalde.

El germen patógeno de criterio, conciencia, transparencia, sucumbe ante los anticuerpos de lo anquilosado instalado.

Cualquier pretexto en la maraña es un disparador.

Me resulta indignante y tragicómico, al igual que el despalazamiento de Perichón por admitir que Sandro esperaba un trasplante. Esta vez, Elizalde participó de una fiesta de fin de año.

Quizá profesionales de su talla no merezcan afrentas y desmesuras de tal calaña, y debieran volver a su profesión y estudios cotidianos, que bien lo hacen. Pero Elizalde sabe, por peronista, que el "nosotros" en el que están los jubilados es más importante y trascendente que el "yo".

Y peleará. Y en eso lo acompañaremos.

Casi nunca ganan los buenos en los estamentos de la burocracia. Pero la utopía está hecha para andar, y en ese camino sentar ejemplaridad.

Horacio Baster

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