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Miércoles, 22 de julio de 2009

CORREO

Combustibles

El antiguo territorio africano conocido como Nubia, devenido en el actual Sudán, es desde hace años escenario de una de las crisis humanitarias más horrendas del mundo contemporáneo. Lo que aparece como un conflicto interétnico interminable es en realidad la disputa por los recursos minerales que se hallan en el subsuelo, principalmente el petróleo.

Desde el año 2003, una guerra civil arrasa poblaciones enteras. En estos años, miles de refugiados huyen desesperados víctimas de la violencia indiscriminada ejercida por fuerzas militares gubernamentales y paramilitares, también algunas fuerzas insurgentes enfrentan al gobierno islámico que con saña persigue a la mayoría de raza negra.

Ahora bien, si algo ha caracterizado al capitalismo ha sido su continuo fomento de las guerras como mecanismo que alimenta las industrias. Entonces, mientras por un lado expolia las materias primas de la periferia del sistema asociado con las oligarquías y burguesías locales, a la par las potencias centrales aprovisionan de armamentos a los diversos grupos en pugna, la idea de la guerra permanente es funcional al proceso de acumulación.

Siempre lo hicieron. ¿Acaso dejarán de hacerlo? El petróleo, principal recurso en disputa en Darfur (Sudán) aprovisiona las industrias y vehículos de Occidente. Las muertes provocadas por el irracional sistema energético mundial se producen lejos de las ciudades donde se despilfarra frivolamente a costa del sacrificio de miles de seres hambrientos. Como suele afirmarse: "tanques llenos y estómagos vacíos".

Las tropas norteamericanas se retiran paulatinamente de Iraq, pero las secuelas de la invasión permanecerán por mucho tiempo condicionando las vidas de hombres y mujeres. Las guerras dejan huellas imborrables, y los mercaderes sólo están pensando que ahora comienza el "brillante negocio de la reconstrucción". Como explicaron los teóricos del socialismo del Siglo XIX, está en la esencia del capitalismo destruir periódicamente recursos materiales para retroalimentar la producción, aunque esto genere desempleo masivo, crisis humanitarias y muchas otras calamidades para las mayorías sojuzgadas.

Los mecanismos son en apariencia diversos en cada rincón del planeta, pero las consecuencias son las mismas, desigual distribución de recursos materiales y continua emergencia de epidemias y pandemias, todo para que los negocios sigan, aun al precio de muertes y humillaciones. Es preciso alterar este perverso esquema. La disyuntiva sigue siendo socialismo libertario o barbarie.

Carlos A. Solero

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