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Viernes, 30 de marzo de 2012

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Díaz Bessone, el '75 y hoy

Díaz Bessone es la marca de 1975. La invención del huevo de la serpiente argentina. En febrero de aquel año la escuelita Diego de Rojas de Famaillá financiada por los grandes empresarios del azúcar se convirtió en lugar de tormentos para los obreros de la zona que buscaban hacer de la felicidad un derecho de todos. El 20 de marzo, José Alfredo Martínez de Hoz, gerente de Acindar, convierte el albergue de solteros de la empresa en Villa Constitución en el centro clandestino que se traga la vida de más de 60 obreros de la zona y donde son torturados alrededor de 200. El 8 de setiembre de ese año Ramón Genaro Díaz Bessone asumió como comandante del II Cuerpo de Ejército, con asiento en Rosario y jurisdicción sobre Santa Fe, Chaco, Formosa, Misiones, Corrientes y Entre Ríos. A fines de ese mes, el cadáver del mayor Arturo Larrabure, secuestrado un año antes por una célula del ERP, es transformado en el símbolo de la propaganda de los grupos económicos concentrados junto a la iglesia cupular y las fuerzas armadas para construir el consenso necesario para el golpe de Estado y la represión ilegal. El inventor del asesinato que no fue es Díaz Bessone. La mayor mentira de la historia política argentina por sus tremendas consecuencias a partir del 24 de marzo de 1976. La condena a prisión perpetua del general --luego ministro de Planeamiento de Videla y que supo decir en la Bolsa de Comercio de Rosario que el objetivo del golpe fue defender el capital y la empresa privada--, apunta la mirada a lo que sucedió en 1975 en cada una de las regiones del país. El 12 de octubre de 1976, Leopoldo Galtieri tomaba el lugar de Díaz Bessone en Rosario y empezaba a construir su propia carrera en el Partido Militar siempre apoyado por Acindar, Celulosa, Pasa, Paladini, Swift, los grandes medios de comunicación y los poderosos hacendados de las sociedades rurales de las provincias del litoral y la mesopotamia. Díaz Bessone, Martínez de Hoz y Galtieri son las expresiones individuales de un poder económico regional que en aquellos momentos consolidó su visión política desde el todavía existente cordón industrial del Gran Rosario. Esta necesaria conciencia es también un triunfo que debe celebrarse de cada una y cada uno de los sobrevivientes, de los organismos de derechos humanos, de los familiares, de los abogados de entonces y los que hoy continúan con la posta de construir justicia desde la memoria y la verdad. Hay que seguir. Porque los verdaderos titiriteros de estos macabros títeres siguen pisando la alfombra roja de las bolsas de comercio y mirando desde las torres inteligentes la evolución de los negocios que empezaron a consolidar con aquellas acciones conjuntas comandadas por Díaz Bessone y Galtieri.

Carlos del Frade

Periodista, escritor de varios libros sobre el tema y testigo en distintas causas de delitos de lesa humanidad

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