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Lunes, 11 de mayo de 2015

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Lejos, muy lejos estamos de profundizar los vínculos democráticos en las instituciones -en las familias, en las escuelas, en otros ámbitos sociales si el debate que se renueva es el del castigo corporal (o de cualquier tipo) como instrumento para la educación.

Lejos de nosotros/as mismos/as como adultos/as, como generaciones que transitamos un difícil y esforzado recorrido de democratización en estas últimas décadas. Lejos de nuestra propia historia, como sociedad y como país, que sale -aún con huellas de dolor y sufrimiento singular e institucional, de la feroz dictadura que llevara a la muerte a buena parte de sus generaciones más jóvenes. Lejos de nuestras maneras actuales, políticas, éticas y pedagógicas, de hacer lugar a otros modos de ejercicio de la autoridad en las escuelas. Una autoridad que no está perdida sino que está en plena búsqueda. Una autoridad basada en la confianza, en la palabra, en la distribución de poder, en la afirmación de la igualdad de todos/as, de cualquiera.

¿Qué significa que un candidato como del Sel ofrezca los argumentos del autoritarismo y la discriminación para hablar de la educación de los/as más jóvenes y encuentre eco a través de las urnas? ¿Qué hemos hecho como sociedad, en todos estos años, para avanzar democráticamente en nuestras leyes, en la ampliación de derechos, en políticas sociales, educativas, en la participación y en la circulación de la palabra y aún así, siga existiendo como núcleo duro de nuestros vínculos más próximos, el autoritarismo más anquilosado (mediado por coscorrones y cinturonazos correctivos). ¿Sabrá el candidato que en 1884 la Ley de Educación común Nro 1420 prohibía los castigos corporales en el ámbito educativo y que trasladaba claramente la autoridad de los/as maestros/as a la enseñanza y al pensamiento que provoca? ¿Sabrá que desde 2005 la Ley de Protección Integral de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes sanciona con fuerza de ley su reconocimiento como sujetos de derechos? ¿Sabrá que esos derechos se vulneran todos los días, en abusos, violaciones, violencias varias, ejercidas por adultos/as generalmente del entorno cercano, incluso familiar?

¿De qué respeto estamos hablando? ¿Conocemos las leyes para reclamar autoridad?

La autoridad de los/as adultos no está perdida, ni debilitada, ni terminada. Se trata de la ineludible renovación que requiere una época que cambia, en la que niños, niñas y adolescentes nos dicen -a veces a los gritos que nos necesitan de otro modo.

María Beatriz Greco

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