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Jueves, 19 de junio de 2014

PSICOLOGíA › MáS ALLá DEL EJERCICIO DE PODER MACHISTA

El sesgo adolescente del piropo

 Por Sergio Zabalza

"Los piropos son creaciones poéticas espontáneas. No retrocedamos ante el calificativo de poesía para esta actividad humilde y cotidiana, ya que la poesía no es más que una determinada operación de modificación del código cotidiano". (J-A Miller)

A raíz de un lamentable comentario vertido por una figura pública se han suscitado una serie de pronunciamientos acerca del derecho que tendría -﷓o no-﷓ un hombre de expresar una opinión espontánea al paso de una dama, eso que comúnmente se llama piropo. Abuso de poder, intrusión, invasión del espacio propio, son algunos de los puntos principales señalados en las críticas, y con los cuales acuerdo plenamente. Me gustaría aportar, desde el punto de vista psicoanalítico, los resortes subjetivos que hacen del piropo un ejercicio del poder machista o quizás, en algunos casos y dadas algunas condiciones, la oportunidad para el encuentro entre dos personas; sea éste el esbozo de una sonrisa o el cruce de una furtiva mirada.

Hace unos años se escuchaba una canción denominada "Raquel" ("Yo la quería encarar/ ¡Ay! pero solo, no me animaba./ Fui hasta el café, busqué a mis amigos/ Y... La encaramos en barra", dice la canción de Los Auténticos Decadentes). La letra refería la experiencia de un adolescente, tan fascinado con la figura de una mujer, que al final decidía encararla "en barra", es decir: junto a su grupo de pares. Si bien la canción ilustraba la impotencia de un joven frente a esa mujer cuya presencia y belleza la volvía casi inalcanzable, sostengo que un varón de cualquier edad padece la misma intimidación ante la dama que, en su fantasía, se le torna imposible. Propongo considerar entonces que la enunciación que ofende o incomoda está formulada por el hombre que no ha podido separarse de su grupo imaginario de adolescentes: ése que sigue encarando en "barra", cualquiera sea la circunstancia y la mujer destinataria de su piropo.

De esta manera, el insulto, grosería o frase fuera de lugar, serían la cara oculta de la minusvalía que sufre el macho cuando no puede tomar distancia de El Hombre, esa impostura que marca lo que se espera de él. (Por ejemplo: ser ganador, canchero, y sobre todo: jamás pasar por boludo). Lacan lo dice con todas las letras al referirse, en cambio, al varón que por amor es capaz de "renunciar a la función fálica", es decir: la posición propia de quien puede hacer diferencia respecto al universal masculino.

Porque si bien es cierto que "un hombre se hace El Hombre por situarse como Uno -entre- otros, por incluirse entre sus semejantes", cuando de encarar una dama se trata; allí un hombre está solo con su deseo, sin garantías. No por nada, Gelman decía: "y tu cuerpo era el único país en el que me derrotaban". Sin necesidad de lucir dotes de poeta, quizás sea éste el tono y la enunciación que habilita el respeto que ellas reclaman. La frase, o incluso la mirada, que agasaja el misterio que lo propiamente femenino encarna en el instante en que un hombre admite caer derrotado.

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