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Jueves, 5 de julio de 2007

PSICOLOGíA › LA HUMORADA COMO UNA ALTERNATIVA AL BOCHORNO

Cómo decirlo sin vergüenza

 Por Esther Romano *

Ubico el humor como uno de los ropajes simbólicos de la vergüenza. A manera de velo que muestra y oculta, mediante la elaboración de un escenario ﷓una transacción﷓ donde la puesta en juego del cuerpo cobra otro estatuto, el humor representa otra alternativa que la del bochorno, la negación o la huida. Gracias a ese velo, lo excluido por la vergüenza accede al discurso y produce alivio. Freud considera el humor como un don, un talento con el que no todos contamos. En "El chiste y su relación con lo inconciente", Freud sitúa la represión como el poder que estorba o impide el goce de la obscenidad sin disfraz.

Además, siempre en términos freudianos, diremos que por la vía del humor el yo consigue establecer una alianza provisoria en otra forma de enlace con el superyo, en la medida en que logra tramitar la barrera de la censura y lo impuesto por ciertas formas de la represión.

La esencia del humor consiste en tomar distancia, desprenderse de aquello que, fijado a un goce, podría desembocar en el ridículo. Siguiendo el planteo de I. Vegh en "El Prójimo", diré que si el velo se corre y da lugar a la ostentación fálica, surge la vergüenza.

A diferencia de ella, el humor comporta una elaboración que acuerda eficacia a la barrera del pudor, de modo que resguarda el fundamento del sujeto, el velo establecido por el fantasma y su escena íntima y singular. Eventualmente produce un efecto cómico.

También leído desde Lacan, el humor tramita el goce obsceno. Por esa vía la estructura narcisista del yo, alcanza a dar cuenta de la elaboración puntual de la falla. Entiendo que el humor comporta un trabajo singular cada vez, uno por uno, porque lo Real está ahí, insistiendo siempre en el mismo lugar, trayendo una y otra vez aquello que no fue liquidado.

El dique del humor frente a lo Real tiene efecto en el cuerpo; gracias a él, no me sonrojo y en lugar del bochorno o del ridículo, me río de mí misma diciéndome, por ejemplo: ¡Otra vez la misma piedra!

El goce obsceno, fuera de escena, porque fuera de la castración, necesita ser velado; la represión se encarga de hacerlo, en tanto las distintas sustituciones y desplazamientos vendrán a elaborar transacciones que le permiten algún acceso al discurso. Una vía posible es aquella que supone su tramitación simbólica en las diversas formas y recursos del humor.

Gracias a ellos, ese goce condesciende al deseo en una escena singular, reconocida por algunos otros. Así, retomando el ejemplo consignado por Freud, el goce del emperador que remite a una ostentación fálica, obscena porque fijada, contraponemos la caída de la prestancia fálica en el humor en sus diversas formas.

Una conocida entre nosotros, es la que ponen en escena Les Luthiers; su producción en efecto apela a un saber hacer singular gracias al cual elaboran un velo apelando a un montaje susceptible de ser compartido.

* Licenciada. [email protected]

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