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Lunes, 16 de junio de 2014

CIUDAD › LA ODISEA DE UNA JOVEN CONTRA UN PERVERSO Y LA CEGUERA DEL ENTORNO

De tan cercano el acosador se había vuelto invisible

Una estudiante padeció por meses el asedio del portero del edificio en el que vive. Este realizaba toda clase de ardides para espiarla e insinuarse. Más de una vecina no creyó en ella y la tildaron de paranoica. Intervino el Instituto de la Mujer.

 Por Sonia Tessa

Una estudiante universitaria de 23 años fue acosada durante meses por el portero de su edificio. Durante ese tiempo el consorcio no le creyó y debió intervenir el Instituto de la Mujer para que una asamblea realizada el 9 de mayo pasado lo despidiera con causa. A Ayelén, este hombre la espiaba por las mañanas en su monoambiente del cuarto piso de un edificio ubicado cerca del microcentro, y debió sobrellevar varios episodios equívocos con su acosador: "¿Tenés novio? A mí me gustan las morochas como vos", le dijo una vez y en otra ocasión, se atajó: "No soy como Mangeri (el portero que acosó y asesinó a Angeles Rawson hace un año en Buenos Aires)". Algunos de sus vecinos la tildaron de "paranoica".

El portero la espiaba por el ojo de la cerradura. No sólo a ella sino a otras vecinas, todas jóvenes, todas habitantes de monoambientes. Ayelén lo encontró un par de veces cuando salía de su departamento, en actitud sospechosa, y luego un vecino le contó que lo había visto espiando. El acosador no se amedrentó cuando lo descubrieron y llegó a amenazar a otra vecina que lo enfrentó. "Me costó mucho, pero fue todo un logro realmente; yo sentía que mucha gente minimizaba la situación, me decían: 'no te está haciendo nada' y el tipo estaba violando mi intimidad", consideró Ayelén. Ya más tranquila, decidió poner al descubierto la gravedad del riesgo sufrido: "No sabía si su límite era espiar o si podía llegar a hacer otra cosa".

En 2009, Ayelén -no es su verdadero nombre, que se preserva para cuidar su intimidad- llegó desde su pueblo del sur santafesino a estudiar en Rosario y se instaló en un monoambiente que compraron sus padres, en un edificio antiguo. Estuvo sola dos años y luego comenzó a convivir con su hermana. A fines de septiembre del año pasado, una mañana, cuando Ayelén salió de su departamento para ir a la Facultad encontró al portero, O. S. (las iniciales del acusado), parado, con la luz apagada, sin correspondencia ni elementos de limpieza en la mano. "Me asusté, cerré con llave, él llamó el ascensor y bajó conmigo", contó Ayelén. Los encuentros inexplicables se sucedieron un par de veces hasta que un vecino del mismo piso, el cuarto, la alertó: "Tapá la cerradura porque vimos al portero espiándote". La joven empezó a buscar avales dentro del edificio para solicitar una reunión de consorcio. Le costó más de un mes que se hiciera. Y aunque el portero acosaba a otras jóvenes -todas vivían en monoambientes- fue difícil que le creyeran. Era la única acosada que participaba de las reuniones, ya que el resto eran inquilinas, y no estaban citadas por la administración. Muchas de sus vecinas adultas -lo que más le sorprende a Ayelén es que fueran mujeres- la acusaban de "paranoica".

"No soy Mangeri"

Los primeros indicios del acoso pasaron desapercibidos. Ayelén pudo enlazarlos varios meses después. Apenas apareció asesinada la adolescente porteña Angeles Rawson, el 11 de junio de 2013, una conversación con el portero fue la primera luz amarilla. O. S. hizo un comentario sobre los motochorros. Le dijo: "Tené cuidado, hay mucha inseguridad". Una charla de lo más trillada, salvo que después, se explayó sobre el femicidio de la adolescente: "Para mí no fue el portero", opinó el hombre para luego aclarar: "Yo no soy como Mangeri". Ahora, Ayelén rebobina. "Ahí sí me llamó la atención. Me quedé sorprendida, pero no le di importancia".

Tiempo después, otra conversación casual la inquietó. El portero le preguntó: "Vos tenés novio". Y Ayelén respondió que no. "Ya vas a conseguir a alguien porque vos sos una buena persona. A mí me gustan las morochas como vos", se despachó el hombre, en la puerta del edificio. "Se me insinuó y no me gustó nada, corté rápido la conversación y me fui", recuerda ahora.

En octubre, Ayelén se encontró por primera vez con O.S. al abrir la puerta de su departamento. Otra vez, salió de su casa y llegó a divisar cómo el hombre bajaba rápidamente las escaleras. Empezó a sentir que llegaba el ascensor a su piso pero nadie entraba a los departamentos, una mañana escuchó un ruido en su picaporte. Otra vez, otra mañana, abrió la puerta y se lo chocó. Era la tercera. "Me sorprendí y me asusté. El prendió la luz del palier, que estaba apagada, y llamó el ascensor", relata Ayelén.

A esa altura no estaba tranquila. Le dijo a su hermana: "Por las dudas, dejemos puesta la llave porque me parece que el portero nos está espiando". La hermana la miró extrañada y ella recapacitó. "Pensé que debía ser un prejuicio mío, porque no me imaginaba que el tipo era peligroso", cuenta.

Los testigos

La confirmación vino de su vecino, que había visto cómo el portero la espiaba. Ayelén empezó a moverse. Recorrió los diferentes pisos en busca de avales para pedir una reunión de consorcio. En el 6, una mujer le contó que veía cómo O.S. miraba por la cerradura de otra chica, cuando se levantaba para ir a trabajar, todas las mañanas, entre las 7 y las 7.20.

Eran varias personas en el edificio que lo habían visto espiar, siempre en monoambientes donde vivían jóvenes solas. "En el verano, una chica de Pergamino vivió durante tres meses, y un vecino lo vio. Me empecé a poner en contacto con los vecinos, pero muchos no caían en la cuenta de la situación", relata Ayelén. En ese momento, comprendió que "estaba pasando algo re grave". "Me puse a llorar", rememora.

"En noviembre estuvieron tocándome el timbre todos los días, durante 10 o 15 minutos con el dedo pegado al timbre", sigue Ayelén. Todas las mañana, entre las 8 y las 9, el sonido estridente despertaba a las hermanas. "Era imposible seguir durmiendo después de semejante timbrazo", rememora. "Creí que era algún vecino que me tenía bronca. Entonces, un día, bajé por las escaleras para ver quién tocaba y me encontré con que era el portero. Volví al departamento, me encerré y le dije a mi hermana que no saliéramos hasta que él no se fuera", agrega otro episodio. Les costó poco entender que los timbrazos tenían un objetivo: despertarlas para espiarlas cuando se vestían.

Las amigas de Ayelén le aconsejaban hacer la denuncia. Ella se limitó a elaborar un petitorio para pedir la reunión de consorcio "urgente". Juntaron las firmas, pero la reunión demoró. Cuando se hizo, sobre fin de año, se enfrentó al descreimiento de otros propietarios. Eran sobre todo mujeres las que defendían al portero, la acusaban de "paranoica" y minimizaban el acoso.

Un largo batallar

Antes de volver a su pueblo a pasar las vacaciones, el 17 de diciembre del año pasado, Ayelén fue a la comisaría 3 a hacer la denuncia. Contó lo ocurrido y ofreció al vecino de su piso como testigo. No pudo convencer a las otras chicas que vivían lo mismo para acompañarla. "Me decidí a hacerlo porque pensé que si pasaba algo, no iban a quedar antecedentes de lo que estaba haciendo este hombre", cuenta ahora.

Ayelén se fue a su pueblo y al volver, en febrero, creyó que el portero ya no estaría. Pero estaba. Por esos días, su hermana no había llegado a Rosario todavía y ella estaba sola. Ayelén también pensó que, tras la denuncia, la situación cambiaría. Un día, Ayelén volvió a encontrarlo en el palier de su piso, bien detrás de su puerta, y decidió aceptar la oferta de su amiga para mudarse por un tiempo. Cuando fue a buscar la mochila con algunas cosas, de nuevo se topó con el portero cuando salió del departamento.

El clima estaba cada vez más denso. Una pareja del 6 piso increpó a O. S. para que dejara de espiar. La respuesta del empleado fue: "Si llego a perder mi trabajo o me llegan a suspender, ustedes dos están muertos". Mientras tanto, Ayelén buscaba ayuda. En la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia le dijeron que no la podían ayudar si no había otras denuncias. Seguía pidiendo reuniones de consorcio pero recibía agresiones y descreimiento.

Después de un mes, Ayelén volvió al departamento. "Quería estar en mi casa. Era estresante estar siempre con una mochila yendo y viniendo. Ya no aguantaba más", rememoró. Una mañana, le tocó el timbre una amiga, que O. S. conocía porque estaba al tanto del movimiento del edificio. Ayelén bajó a abrir y casi al llegar a la planta baja, el ascensor se detuvo. Ella sintió que lo habían trabado y gritó. El portero le contestó por el hueco: "No te asustes, debe ser algún boludo". Sólo él estaba allí. Ayelén tenía que saltar, y el portero le dijo: "Vení que yo te agarro". La chica sabía que el trecho era bastante alto, pero lo paró en seco. "No me toque, yo puedo sola", le contestó, y saltó. Sigue convencida de que fue el propio portero quien soltó el seguro para parar el ascensor. Desde entonces, y hasta que la situación se resolvió, Ayelén prefirió subir y bajar los cuatro pisos por la escalera.

Encontró ayuda

El 7 de marzo, Ayelén vio una invitación del Instituto Municipal de la Mujer por el Día de la Mujer y decidió concurrir. "Me quedé mucho más tranquila porque sentí que me empezaron a ayudar", relató. "Llegó en un estado de angustia y desesperación, porque no era escuchada. Pasó a ser revictimizada en el consorcio y puesta en el lugar de culpable, por eso tuvo que hacer todo un recorrido y dar ella las pruebas de que no mentía", conceptualizó Gabriela Bozikovich, una de las psicólogas del equipo del Instituto.

Además del acompañamiento, desde la oficina estatal hicieron una carta que decía: "Estamos tomando intervención en una situación de violencia de género" y dejaba constancia de la "situación de riesgo que genera el señor O. V.".

A la siguiente reunión de consorcio fue el padre de Ayelén, para fortalecer su posición, y también apareció otra vecina que había descubierto al portero espiándola, al abrir la puerta. Esa vecina había atinado a tirarle una patada y decirle que se fuera. El propietario de varios departamentos del edificio cambió de actitud. "Acá hay que hacer algo porque puede pasar algo grave", dijo. La última reunión fue el 9 de mayo, y por mayoría -pero el voto negativo de varias vecinas- el consorcio decidió el despido con causa. Una abogada que vive en el edificio, y que también sufrió acoso, decidió intervenir y presentó la denuncia. Tanto el portero como los testigos fueron citados a declarar.

"Es muy importante que todas las mujeres que se encuentran atravesando abuso o acoso puedan pedir ayuda, porque estas problemáticas se resuelven en conjunto. Queremos decir que se puede romper el silencio", apuntó Carolina Rodríguez, también psicóloga del Instituto. Y Bozicovich agregó: "Lo que le pasa a una, nos pasa a todas, porque significa un riesgo para todas las mujeres".

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El silencio ante estos casos facilita la reiteración, advirtió Andrea Travaini, del IMM.
Imagen: Andrés Macera.
 
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