satira

Sábado, 10 de enero de 2015

Hoy Sátira Hoy

 Por  Rudy

¿Cómo le va, lector, cómo anda? ¿Sabe una cosa? Esta semana veníamos pensando en que quizás usted esté de vacaciones, disfrutando del merecido descanso. Uy, ¿qué raro esto, no? Vio que se suele decir usar el adjetivo “merecido” antes del sustantivo “descanso” no siempre, pero la suficiente cantidad de veces como para que sea una especie de cliché idiomático, un “uso vernáculo”, una expresión coloquial de nuestro hablar cotidiano.

O sea que si uno descansa es porque se lo merece..., hizo méritos..., demostró que había reunido los requisitos indispensables, que tiene los requerimientos exigidos, que hace gala de las cualidades adecuadas para hacerse acreedor al descanso.

El “merecido descanso” vendría a ser, entonces, una especie de trabajo, o “aquello de lo que uno trabaja cuando no está trabajando”, lo que implica que, en el fondo de la cuestión, uno está trabajando siempre, tanto cuando trabaja (sería el empleo diurno) como cuando descansa.

El descanso es entonces ese segundo rrabajko que le permite llegar a fin de mes, porque con un trabajo solo nadie puede... ¿no?

O digamos que, si usted tiene un sueldo, parte de ese sueldo se lo pagan por descansar, es una obligación que usted tiene para con la empresa que lo contrata. Si usted no descansa lo suficiente, lo pueden sancionar por “bajo rendimiento reposeril”.

Hay personas que son incapaces de parar de trabajar, los famosos “workaholics”, o en castellano “trabajólicos”. Las empresas tendrían que obligarlos a concurrir a Laburantes Anónimos como condición necesaria para emplearlos. Un empleado que trabaja sin parar es un mal ejemplo para los demás, eso se sabe.

No solamente se sabe, sino que es una de las primeras leyes que existen. Más que una ley, “La Ley”.

Quiero decir, la obligación de descansar viene, digamos, desde hace más o menos unos 3000 años, póngale 3500. No existían las oficinas, ni las fábricas, ni los sistemas de delivery, ni los call centers, ni las “ señoras que hacen la limpieza”, ni el cadete... ¿Cuál de esos oficios podría existir en medio del desierto? ¡Ninguno!

Y sin embargo fue allí, en medio del desierto, donde surgió esta ley. Quiero decir, para que lector no piense que estoy demente y se sume a la cola de lectores en busca de mi internación psiquiátrica, que de verdad la ley existe desde aquel entonces. No es un desvarío provocado por el calor de enero. Ni por el exceso del consumo de alcohol, o de almendras, avellanas y vitel toné (o la mezcla de todo eso) durante las Fiestas. No.

A ver... si nos remontamos al pasado, fue hace unos 3500 años, en medio del desierto, en el Monte Sinaí, donde Moisés (el conductor de los judíos, que según Freud era un sacerdote egipcio monoteísta) lega los Diez Mandamientos, entre los cuales figura “Trabajarás seis días y descansarás el séptimo”.

O sea que “descansarás el séptimo” era una obligación. Más que eso, un mandamiento. Viene de Dios. Para los creyentes de Moisés, para los ateos, o “Dice Moisés que vienen de Dios” para los agnósticos. En cualquier caso, son preceptos, leyes, que la Humanidad, o al menos gran parte de ella, ha tomado como propios desde hace milenios.

Entonces “hoy descanso porque me lo ordena Dios”, o “porque me lo dijo Moisés”, o porque “dice Moisés que dice Dios que hoy me toca descansar” es un concepto irrefutable. Ya lo saben.

Pero volvamos al principio. No al de la Biblia sino al de esta nota. Hablábamos de “merecido” descanso. De que “hay que hacer méritos para descansar. De que “no puede uno descansar simplemente porque tiene ganas, porque está cansado, o “porque sí”. Nononononono..., siempre tiene que haber alguna explicación.

Y eso pasa con todo. Tratamos de encontrarle explicación al origen del universo, al dolor de panza, al amor, al calor, al rubor, a la derrota futbolera, a por qué la gente vota a quien vota, a los síntomas nuer’poticos... ¡uffff! Y al tomate (“¿qué culpa tiene el tomate?”, se preguntaban los Quilapayún, en medio de una sesión)

Y de pronto, como esta semana, a mediados, pasa lo inexplicable. Lo siniestro. Lo que no tiene que pasar. En la Ciudad Luz, pura sombra. Una gran sombra que oscurece la neurona, el corazón y la risa. Digamos, lo vital.

Un acto fanático. Tanático. Muerte. Terror.

Y ahí vamos las personas, poco después, apenas superado el shock, o mejor dicho sin haberlo superado, a buscar el “porqué”.

¿Acaso importa?, ¿acaso hay algún porqué?, ¿acaso puede justificarse el argumento tipo “Yo no creo que esto sea justificable, pero....”. ¿En ese “pero” aparecen todos los prejuicios, cuyo límite máximo en lo nefasto fue aquel “algo habrán hecho” que golpeaba nuestra historia durante la dictadura?

Nada.

Absolutamente nada de lo que “hayan hecho” es la causa de este acto de terror. Y no por tratarse de humoristas (claro está, así porque son sus colegas), no. Es por tratarse de personas. Y es por intentar construir, quizás ingenuamente, un mundo donde se puede pensar diferente, respetando. Y al que no respeta se lo pueda sancionar. Sancionar, criticar, retrucar, polemizar..., no matar.

Esta es una opinión personal, pero creo que durante la dictadura nadie estaba a salvo. Porque el problema no era “lo que pensaba usted, lector” o “lo que pensaba yo”, sino “lo que pensaban ellos”, o peor “lo que hacían ellos”: imponer un sistema a sangre y fuego, eliminando a todo “lo que se opone, parece que se opone, o capaz que se opone”.

Estos hechos, lector, nos hacen volver a un pasado que sin duda fue peor.

Y fíjese que esta semana (ingenuos nosotros, ¡siempre a contramano la gente de Sátira!) estábamos tratando el futuro. O mejor dicho, el presente. Pero el presente visto como futuro. El tema es que dentro de unos meses se supone que llega, desde 1985, el joven protagonista de Volver al futuro. A visitar nuestro mundo actual, que para él es el mañana. O sea, estamos en el futuro, parece. Pero no es el único caso: Dos mil uno, odisea del espacio, 1984, Blade Runner, Rollerball, Coloso 1980, 2012, Minority Report, El vengador del futuro, Matrix, Niños del hombre, V de venganza... la lista es amplia, es interminable, de películas que se atrevieron a decir “cómo va a ser”, con mayor o menos éxito.

De eso trata este suplemento, lector.

Hasta la semana que viene.

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