satira

Siempre fuimos campañeros

¿Cómo le va, lector, cómo anda? Sí, otra vez nosotros, y con la misma pregunta de siempre... Bueno, en tal caso, usted podrá decir que somos poco originales, pero no podrá acusarnos de oportunistas. ¡Nosotros le preguntamos cómo está, pero lo hacemos todos los sábados, no solamente cuando falta una semana para las elecciones!

Porque ¿vio que hay gente que es así? Todo el año no te saluda, pero cuando sabe que está por llegar tu cumple, y que solés festejarlo opíparamente, de repente se vuelve el más cariñoso de los amigos, el más contenedor de los vecinos, el más amigo de los hermanos, el mas empático de los parroquianos... ¡todo para que lo invites!

¿Vio cómo es la gente? Hay quien puede preguntarle cariñosamente por su salud, mientras pispea su testamento para asegurarse de sacar unos beneficios. ¡Si habremos visto películas con esa trama! Bueno, no todos son tan malos, lector, algunos le preguntan cómo le va porque genuinamente quieren saberlo, porque se sienten, nos sentimos, sus amigos, sus “cercanos” y entonces nos interesa su estado,

Pero hay otra opción, quizá predominante en estos días preelectorales, previos, pretenciosos, y varios “pre” más, con objetivos claramente “pre” sidenciales.

Digamos, lector, que son días donde más de uno lo que quiere es identificarse con usted, con el simple y claro objetivo de que usted luego se identifique con él/la, lo vote a la hora del sufragio, como si estuviera votando por usted mismo. Mala opción, si me permiten decirlo, jamás votaría por mí a la hora de elegir presidente: no creo que el país necesite un primer mandatario fiaca, indeciso, que trate de resolver las cuestiones internacionales, económicas o climáticas haciendo un chiste.

Bueno, la idea sería entonces que usted se identifique con quien se identificó con usted, le dé su voto (como si confiara en usted mismo) y después, ¡listo, ya tá!

¿Qué quiere decir “listo, ya tá”? Que una vez que usted lo votó, la identificación... se pierde. Que usted vuelve a ser usted, y él vuelve a ser él, ella, o ello. Que con su voto, él puede sentir que lo “interpreta” (cual psicoanalista trucho en cuyo diván usted no se acostó) o, peor aún, que lo “representa”, o sea que no hace falta que usted diga lo que quiere, él ya lo sabe y lo hará por usted,

Ehhhh, ¿pero de qué estamos hablando? ¿De pronto nos volvimos antipolíticos? No, para nada, nos gusta la política, nos gusta votar, nos encanta que haya elecciones, nos gusta cotejar ideas, proyectos y que además nos cuenten cómo los llevarían a cabo en caso de ser electos.Pero algunos discursos nos asustan.

Vayámonos un poco de viaje. Estuvimos hablando, lector, varias veces en esta misma columna, de Grecia, la cuna de la democracia. La verdad: no sabemos, lector, si sigue siendo la cuna, o mientras esta columna se imprime, la cuna pasó a ser propiedad de algún fondo buitre o del FMI, o la UE, o simplemente, un souvenir que adorna el “sector progre” de la muestra de piezas de caza de Merkel.

Bueno, Grecia. Muchos de nosotros nos ilusionamos con el discurso “antibuitre”, con la expectativa de que se pudieran enfrentar a aquellos que aqui, allí, otra vez aquí, y otra vez allí, pican, pican, y no como los mosquitos, que lo hacen con disimulo según la canción picaresca de la infancia, sino con toda la fuerza de su “buitredad” ¿o “buitrefacción”? No importa la palabra, lo que vale es la actitud, ¿no?

Y parecía que se venían los griegos, cual Ulises, fecundo en ardides, y Aquiles, el de los pies ligeros, a reivindicar tanta épica milenaria.

¡Sí, venían los griegos a decirles ‘¡No!’ cual Penélope acosada por presuntos candidatos a amantes, pero que más que a ella querían al reino de Itaca...!

Y ella, altiva, sugerente, digna “¡NO sean apurados, no me acosen, me estan agobiando... Esperen, esperen por lo menos que me termine de tejer la bufanda (o algún ropaje similar típico de la Grecia antigua)!”.

Y con esa bufanda (vestido) los tuvo días, meses, años, décadas... Hasta que el verdadero rey, Ulises, volvió a su pueblo, luego de pasarse diez años combatiendo en Troya, y otros diez años combatiendo en los aposentos de Circe, Calipso, las Nereidas, Nausicaa, y cuanta mujer, hechicera, bruja o sirena los dioses le pusieran en su camino. Ulises volvió, y fue millones. O al menos, ganó..

Hubiéramos querido algo así, que les dieran a los acreedores alguna excusa no muy creible (¿una bufanda?) pero digna de ese pueblo legendario, para darse tiempo a crecer, a volver, y entonces sí, decirles, cantarles, con el mejor tono de coro griego “¡Merkel, decime que se siente, tener en casa a tu papá!” y que “¡le van a cobrar a Euripides!”.

Pero ellos no, ¡no pudieron, no quisieron, no supieron (uy, me salió alfonsinista)! Y... y aquí volvemos a lo nuestro, lector, trataron de identificarse con la gente. Les/nos preguntaron: “¿que hacemos?” y la gente, el pueblo, los libres del mundo, respondieron: “¡No, no, no paguemos, sigamos tejiendo la bufanda, pidámosles tiempo, espacio, papas fritas, digámosles que nos duele la cabeza, que no vino la mucama, que no nos anda el celular, que estamos agobiados, que es demasiado pronto para esto, que estábamos pensando en un vínculo menos comprometido, que hay otro acreedor en nuestras vidas!”.

Y con toda esa respuesta, ellos fueron y dijeron “Sí, cómo no, lo que quieran, llévense todo y se lo pagamos nosotros en 12 cuotas, y además, disculpen por haber dudado de ustedes, son los mejores acreedores que hay”. Por ahí no dijeron nada de eso, pero así nos sonó a nosotros, a miles de kilómetros. Si fue un error de traducción, pedimos disculpas.

Pero, más allá de las intenciones, no podemos dejar de leer, de tratar de entender, de aprender. En Grecia le preguntaron a la gente qué quería, les alentaron a decir que “NO”, y una vez obtenido ese resultado, fueron derechito al “SI”

Eso... duele

Porque que un gobierno haga “lo que quiera” no está bien, pero que encima te pregunte qué es lo que vos querés, y después haga lo contrario... duele. Es como si tu mujer/ marido/ hijo/ mamá/ coequiper antes de cocinar te pregunte “¿Que querés? ¿Milanesas o empanadas?” y vos decís “Milanesas” y te responden “ah, bueno, entonces hago empanadas” Y vos: “¿Para qué me preguntaste?”. Y él/ella: “Para saber qué querías, nomás”.

¿Qué tiene que ver Grecia, las milanesas y las empanadas con nuestra realidad actual? Nada, tal vez; todo tal vez, barro tal vez (diría Spinetta)...

O en todo caso, nos preguntamos si en estos tiempos, cuando alguien “cambia su discurso para tratar de parecerse a nosotros” (o sea, sabiendo que en verdad es muy diferente, porque si no no haría falta cambiar tanto) ¿no nos está, en el fondo, y no tan en el fondo, mintiendo?

Claro que ellos podrían decir “les mentimos, porque a la gente le encanta que le mientan”.

Y todo esto, en semana de campaña electoral.

Que de esto se trata este suplemento.

Hasta la semana que viene, lector.

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Sábado, 1 de agosto de 2015
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