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Viernes, 9 de octubre de 2009

ENTREVISTA

Con los tapones de plata

En Eróticas de la disidencia en América latina. Brasil, siglos XVII al XX, Carlos Figari se sumerge en el frondoso imaginario de la medicina que supo robar el binomio sodomita/hereje tanto a la ley como a la Iglesia para convertirlo en objeto de investigación y, por qué no, brindar curas estrafalarias.

 Por Patricio Lennard

¿Cómo se te ocurrió, siendo argentino, escribir un libro que podría ser pensado como una historia de la homosexualidad en Brasil?

—En 1999 fui becado a Río de Janeiro a hacer un posgrado en sociología y consideré que debía trabajar un tema que contribuyera a la discusión en ese país. Algo que noté de entrada fue que en el ámbito universitario, a excepción de algunos departamentos de Letras, casi no había gente que estuviera trabajando en las ciencias sociales desde una perspectiva queer. Por eso me propuse realizar un estudio genealógico más que una “historia”, porque precisamente se trata de desmontar la idea de que exista una historia de la homosexualidad, en la medida en que no se puede decir que haya una continuidad necesaria entre el delito de sodomía, considerado una herejía en la época de la Colonia, y la aparición de la figura del homosexual en el discurso médico a fines del siglo XIX. De hecho, los argentinos siempre hemos realizado estudios en Brasil. Néstor Perlongher (y no porque me compare) produce la primera tesis en Brasil sobre un tema específicamente relacionado con la homosexualidad. Una tesis muy pionera para la época (mediados de los años ‘80), que luego se transformó en su libro La prostitución masculina. En mi caso, el libro primero fue publicado allá y podría decirse que lo escribí en portuñol. Por lo que tuve que traducirlo bien al portugués y bien al español.

El espectro temporal no puede ser más amplio: el libro tiene como punto de partida el período precolonial y llega hasta el presente. Y al comienzo hay varias historias que te sirven para ilustrar cómo el “pecado nefando” de la homosexualidad aparece en la voz de los cronistas portugueses. ¿De qué modo homosexualidad y negritud se entremezclan en esos relatos?

—El elemento humano que va a configurar el Brasil moderno provenía, por un lado, de Portugal (eran minoría los portugueses, pero detentaban el poder), y de los pueblos originarios y de los esclavos negros del Africa, por el otro. En esa época, la esclavitud marcaba muy fuertemente las relaciones sociales, y entre ellas las relaciones eróticas. La esclavitud habilitaba un uso indiscriminado de los cuerpos. Así como el esclavo era considerado una mercancía, una fuerza de trabajo que requería costos mínimos de mantenimiento, también existía la posibilidad de hacer con esos cuerpos lo que se quisiera. De ahí que se hayan cometido muchos excesos, incluso en el campo erótico.

Algo interesante que marcás es cómo la sodomía, al igual que otras “abyecciones” ya conocidas en Occidente, eran de alguna forma negadas por esos cronistas para ser redescubiertas como algo exótico, como una cualidad negativa más de “los salvajes”.

—Hay crónicas que hablan de una reina de Angola, llamada Jinga-Mbandi Nigola, que reinó a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, que bien podía ser vista como el colmo de la “otredad”: no sólo practicaba la antropofagia y el infanticidio, sino que también asumía las funciones masculinas de mando vistiéndose de hombre, y vivía rodeada de un harem de jóvenes a los que obligaba a vestirse de mujeres, lo que la convertía, a su vez, en polígama. Ahora bien: es llamativo cómo son permeables los atributos de abyección, porque del mismo modo en que los cronistas portugueses podían conectar sodomía, indígenas y negritud para construir una “otredad” en el período colonial, en la modernidad va a pasar algo parecido con los negros, los inmigrantes, los homosexuales y los delincuentes. En este momento estoy haciendo una investigación que gira en torno de la figura del homosexual en el discurso médico en la Argentina entre 1880 y 1940, y justamente el otro día leía la historia del Petiso Orejudo, quien a principios del siglo XX fue responsable de la muerte de cuatro niños y de siete intentos de asesinato. El Petiso Orejudo, además de ser un delincuente, un criminal nato, hablaba una especie de calabrés, porque era hijo de inmigrantes, y era invertido pasivo. ¡Tenía todas las taras! Y su figura es presentada como un caso paradigmático en un momento en que muchos creían que los inmigrantes venían a traernos las lacras que los criollos no tenían.

¿Qué fue lo que más te llamó la atención de los discursos médicos que revisaste y que abordan el homoerotismo?

—Los discursos médicos, tanto en Brasil como en la Argentina, siguen un mismo patrón: se entroncan, aun con sus particularidades históricas, con los procesos de organización nacional de las repúblicas latinoamericanas. Brasil fue uno de los últimos países del mundo en abolir la esclavitud, en 1888. Y caída la esclavitud en Brasil, se empieza a buscar la manera de controlar a los libertos y a los inmigrantes, quienes en esa época empezaban a llegar en masa al igual que a la Argentina. Así, el discurso médico, aliado con el poder estatal, configura a la nación como un cuerpo, y es a partir de esa metáfora organicista que se intenta ver cuáles son las enfermedades sociales y los seres que producen disrupciones en ese organismo. En el caso de los sodomitas, se los pasa a ver como seres que nacen y mueren con esa perversión, y su deseo es fijado como una identidad. Se les da caracteres de todo tipo, algunos muy imaginativos e insólitos. De algunos invertidos —o uranistas, como también se los llamaba— se dice que tienen orejas con forma de ala, ginecomastias, y otros estigmas físicos. De los negros se dice que su cavidad craneana es más pequeña que la de los blancos, de lo que se deduce una menor inteligencia, lo que es un modo de seguir justificando la desigualdad y el sometimiento racial. Pero algo que llama la atención es cómo algunos médicos se apropian de una estilística literaria para abordar los casos, exponiéndolos como si fueran cuentos.

¿Por ejemplo?

—Hay quienes se ven desbordados en su imaginación, como un médico que sostiene que tanto las prostitutas como los homosexuales tienen el ano constantemente dilatado por mantener sexo por vía anal, lo que les traería aparejado problemas de incontinencia. Ante lo cual prescribe una solución, que es usar tapones: de trapo o de estopa para los más pobres, y de plata para los invertidos de clases acomodadas y para las prostitutas de lujo... ¡Y eso está asentado en un acta médica!

Inventaban la enfermedad y el remedio, buen negocio...

—Incluso hay casos de experimentación (no tanto en Brasil, pero sí en la Argentina) basados en la idea de que la inversión se debía a un mal funcionamiento de las glándulas de secreción, lo que en el caso de la inversión masculina suponía un mal funcionamiento testicular, y en el caso de la inversión femenina, un mal funcionamiento ovárico. De ahí que una de las terapéuticas, entre muchas, implicara realizarle al enfermo un trasplante testicular, creyendo que si se le injertaba un testículo de un sujeto heterosexual, empezaría a producir hormonas “correctas” y así podría curarse. Casos que por supuesto no tenían ninguna constatación empírica, tal como lo exigiríamos hoy de cualquier estudio médico.

El carnaval, tantas veces asociado con el travestismo, es otro de los ejes de tu libro. ¿Qué papel dirías que ha jugado en la circulación social del deseo homoerótico?

—Yo tengo un problema con la centralización del carnaval en Brasil, porque muchos de los estudios extranjeros que se han hecho centran su visión en el tropicalismo y en lo exótico del carnaval, y para mí eso es complicado de sostener. El carnaval sí es importante en Brasil, nadie lo duda, pero también me parece que juega un papel acotado con respecto a estos temas. Tradicionalmente el carnaval ha sido un ámbito de socialización homoerótica, y siempre constituyó un espacio que ha habilitado expresiones del homoerotismo que no se podían dar en otros espacios. Uno podía salir vestido de mujer en carnaval, pero no fuera de ese contexto. En este sentido, el carnaval permite una parodización del otro, porque cuando los heterosexuales se visten de mujer no están haciendo un acto de subversión sino todo lo contrario: están reafirmando su carácter heterosexual mediante la burla del otro. Y así como tenés el carnaval en Brasil, tenés playas y bares gays donde podés besarte, pero cuidado con correrte cincuenta centímetros de tu lugar, eh. Me parece que eso también habla del carnaval y de una sociedad que se permite esos tres días de jolgorio, pero que es muy represiva el resto del tiempo.

Sin embargo, la última marcha del orgullo reunió en San Pablo a más de 3 millones de personas...

—La marcha me encanta, estoy de acuerdo, voy y participo, pero el fenómeno de San Pablo me deja perplejo. Quizá sea la mayor movilización política, no sólo de Brasil sino del mundo. ¿Quién junta 3 millones de personas hoy en día? Y sin embargo, esa movilización no consigue ver plasmados determinados reclamos institucionales. ¿Cómo una marcha de semejante masividad no consiguió todavía, en ninguna ciudad de Brasil, derechos para las personas Glttbi que sí se han conseguido en otros países de Latinoamérica? Esta marcha se ha carnavalizado, se ha ido reduciendo a lo festivo, como si se tratara de una Disneylandia gay en la que casi no hay lugar para la protesta.

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Carlos Figari
Imagen: Sebastián Freire
 
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