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Viernes, 19 de marzo de 2010

TAPA

Blanco fácil

Natalia Gaitán fue asesinada en Córdoba por el padrastro de su novia, quien, según cuentan las crónicas, no podía soportar la vergüenza de que la chica viviera su amor y su identidad sexual a la vista de todos, libre de prejuicios. El caso que fue presentado por los medios sin invisibilizar las causas del fusilamiento instala una reflexión profunda sobre los mecanismos de la lesbofobia y sus consecuencias.

 Por Liliana Viola

”No sé si contar esto. Es que comparado con lo que le pasó a Natalia Gaitán no es nada. No sé por qué cuando leí en los diarios que esa chica encaró al padrastro de su novia, le explicó que se querían y que el tipo le contesta fusilándola, retrocedí unos 25 años, los ochenta, cuando yo tenía 17 o 19 y conocí a la mujer que fue mi primer amor. Claudia era bastante más grande que yo. No sé cuánto, yo soy del ’65 y ella era del ’59. Bueno, sí, no era tanto, para mí ella era toda una mujer. Estudiábamos juntas. Mamá encontró unas cartas. Por donde las miraras, eran cartas de amor. Inmediatamente Claudia pasó de ser ‘la amiga de Susi’ para convertirse en una palabra obscena, una mancha. Que me había llenado la cabeza, que me había convencido y arrastrado a su guarida y que yo estaba enferma. Me mandó a terapia. A la noche mamá me esperaba a oscuras en el living para pescarme, ver quién me traía, con qué cara llegaba, sacarme de mentira verdad. Me acuerdo una vez que mirábamos el noticiero de Mónica Cahen D’Anvers, y Mónica estaba como distraída. Mi hermano comentó algo, preguntó qué le pasará a Mónica. Y mamá respondió sin sacarme la vista de encima: ‘¿Cómo qué le pasa, con la hija que tiene cómo querés que esté?’. Y más cosas que me voy acordando ahora, trabajó duro para que yo saliera de esas garras.”

Susana es locutora y periodista, tiene 44 años, y vive hace ocho con su novia Natalia. Lo que acaba de contar no sale en los diarios, no tiene final dramático y hasta incluye unos últimos años de buena relación con su madre. Aun así, este relato contiene una colección completa de presupuestos mortíferos: la lesbiana como mancha voraz, la familia en vilo por una intrusa con poderes sobrenaturales, la enfermedad que en algunas se cura y en otras no, la autoridad para intervenir ungida en la sanidad y el deber ser, un lesbianismo que se reproduce por abducción.

La depredadora sexual es el estereotipo que viene caminando desde más lejos en la historia, el que mejor se mantiene y más estragos lleva en su haber. Las lesbianas nunca están con nosotros, siempre en otro sitio, en la imaginación, en las sombras, representadas como un trágico error. Durante años, el cine las conminó a las cárceles y las representó como hambrientas fieras de coreografías desaforadas. Algunos intentos modernos de visibilizar al lesbianismo se siguen haciendo en negativo; T. Castel dice “la lesbiana no es un gay”, y Monique Witing, “la lesbiana no es una mujer”. Por su parte, la teórica Rosi Braidoti señala que dentro de la construcción binaria del mundo en femenino y masculino, la lesbiana encarna el espacio del monstruo, lo deforme, frente al cuerpo normal de la señorita y el caballero que se aparean en santo matrimonio. Ella es un fenómeno, un outsider de la civilización, y si no es masculina se la imagina así, como en aquella obsesión medieval por las mujeres que se supone poseían un clítoris gigantesco capaz de penetrar a una mujer, por ejemplo.

–¿En algún momento vos dudaste, pensaste que estabas manipulada por una fuerza poderosa?

–(Risas.) Jamás. Yo lo único que sabía era que estaba sintiendo cosas increibles. Yo tenía novio en ese momento, un chico que era gay, de paso. De pronto sentía de todo cuando nunca había sentido nada.

–¿Cómo siguieron?

–Claudia era más grande, ella se ofreció para hablar con mamá. Yo ni le pregunté qué iba a decirle.

–¿Tu madre la recibió?

–Sí. Se encontraron en un bar.

–¿La charla funcionó?

–Sí, bastante. Claudia le desmintió todo.

El grado cero de lo humano

“La mataron como a un perro”, declaró la madre de Natalia Gaitán. Los perros, por más domésticos que sean, por más amigos de los humanos, no merecen juicio, ni dialéctica. Pertenecen al grupo de los que se pueden sacrificar en caso de desperfecto o error. Algo de esto sostiene en pie al hombre que sale de su casa y en plena calle perpetra un crimen, justicia universal por propia mano, defensa de un orden que lo excede y lo santifica. El pánico a perder el poder frente a una realidad que se muestra deformada en relación con lo bueno conocido, dispara el gatillo. Una acción de la que ni siquiera hay que ocultarse ni buscar atenuantes. Luciana Sánchez, abogada de Lesbianas y Feministas por la Discriminación, confirma que en estos casos los asesinos sienten que actúan según una ley ancestral, que recién hace muy poco está siendo combatida desde los Derechos Humanos. “Si el Estado no tiene políticas efectivas, este señor se va a quedar tranquilo porque sabe que todas las instituciones lo van a proteger. La calificación de crimen de odio es muy difícil de probar, lo mismo pasa con la Ley Nacional Contra la Discriminación. Los jueces y fiscales no están entrenados para tratar estos casos. ¿Quiénes van a actuar en este caso? ¿Alguno es gay? ¿Trabajó en un caso similar?”

La pregunta va mucho más atrás en la historia de la representación de las lesbianas. Cómo se llega a este consenso tácito, cómo se construye esta imagen difusa y a la vez tan fácil de empujar hasta el banquillo de los acusados, sin juicio alguno. En su último libro, La construcción de la lesbiana perversa (Editorial Gedisa), la activista española Beatriz Gimeno desarrolla varias pistas sobre este asunto mientras analiza el caso que en 1999 conmocionó a la sociedad española. Dolores Vázquez fue acusada de un crimen que no cometió, sin pruebas, con coartada fácilmente comprobable y sin otro antecedente que el de ser lesbiana. En su momento, prácticamente nadie en toda España dudó de su culpabilidad. El asesino fue hallado diez años más tarde y Dolores fue liberada sin comentarios. Su historia ejemplifica, según Gimeno, cómo el odio atávico, el miedo y la incomprensión hacia las lesbianas puede convertir a los aparentemente neutrales medios de comunicación en instrumentos de la construcción de un estereotipo, el de la lesbiana perversa, un blanco fácil para el linchamiento público. Por su parte, en la Argentina, la abogada Luciana Sánchez recuerda el caso de Rosa Pistillo, que cometió un secuestro con una banda y hoy la única que está presa es ella. Otro caso es el de María José Muñoz quien, por ser lesbiana y vivir en el mismo edificio que la victima, fue acusada de matar a una odontóloga en Núñez. Finalmente se comprobó que la había matado su ex pareja pero ella fue la primera sospechosa, sólo por lesbiana. “Esto quiere decir que el sistema penal no mete presa a cualquier mujer, sino a las que no cumplen las reglas del patriarcado”.

En su madriguera

Aunque el sexo entre mujeres sirvió para excitar a los hombres desde la Grecia antigua, es en el siglo XVII que la ficción libertina lo dota de dos caras: por un lado la femenina, joven inocente y bella (acorde con el deseo de él) y por el otro la oscura, depredadora, vampira. Algunos señalan como punto de inflexión esa novela epistolar, L’espion d’Anglois escrita por de Mathieu de Mairobert (1727-1779) donde en uno de sus tomos aparecen las Confesiones de la señorita Safo que describe en el marco de una guerra entre Francia e Inglaterra el accionar de la “secta” de las anandrynes, un grupo fundado en el año 1770 que reunía a algunas lesbianas parisienses. De allí a la mujer vampiro, sólo bastaron los pasos de la emancipación femenina, el trabajo fuera de la casa, las primeras no casaderas y divorcistas. La mujer vampiro surge en el siglo XIX, diosa del sexo que se alimenta del flujo seminal en el caso heterosexual, y de la sangre de las doncellas si no corre para ese lado. Pero en ambos casos se trata de una desviación, la mujer que ha tomado la iniciativa frente a algo que le corresponde al varón: trabajar, ganar dinero, estar caliente. Ya en el siglo XX Freud hizo su aporte al recoger las tres tipologías míticas de la mujer perversa: la lesbiana masculinizada, la lesbiana vampiro y la lesbiana femenina unificadas por él en dos categorías científicas: las invertidas contingentes, que son las que pueden recuperarse, y las invertidas absolutas. Pero como señala Beatriz Gimeno, una de las características de la vampiro es que es invisible, que no puede mirarse de frente bajo el riesgo de quedar hipnotizada, porque el vampiro es un fantasma cuya imagen no se refleja en el espejo, su imagen puede verse solamnete en la mirada de su víctima.

Ojos que no ven, fusil que no mata

Natalia, 39 años, editora de televisión, tiene más reparos todavía que Susana a la hora de dar testimonio: es que no tuvo problemas en su casa, todos “lo aceptaron” y además se fue bastante pronto. Ante la insistencia, cuenta lo primero que le viene a la mente. “El mes pasado, a través de una amiga en común, conseguí el mail de una compañera con la que había trabajado hace muchísimo. Una chica con la que compartía muchas cosas, cine, libros, conocía el lugar donde había nacido, conversábamos mucho. Yo era chica y no me animé nunca a decirle que era gay. Ahora, que pasaron los años y estoy más crecida, le escribí preguntándole si se acordaba de mí. Me respondió con un mail larguísimo en el que me contaba toda su vida: que estaba casada, que tenía un hijo, e incluso me mandó fotos del bebé. Yo, entusiasmada, le conté la mía. Que estaba en pareja con una chica desde hacía ocho años, que me iba a ir de viaje y ¡oh, casualidad! que vivíamos a dos cuadras. Nunca respondió, ni a ése ni a otros mensajes que le mandé. Me parece que inconscientemente preferí decírselo por mail, no quise enfrentarla cara a cara. Bueno, ella tampoco, por lo visto.”

La invisibilidad que se traduce en “que nunca me di cuenta”, “que no se te nota tanto” o directamente en ofrecer un silencio como respuesta, es una forma de la violencia, la represalia, la lesbofobia. Si ella no se ve, si está desdibujada, tampoco existe su crimen ni hay culpables. Aquí no ha pasado nada salvo un simple ajuste de cuentas entre lo que debe ser y lo que no. Lo que tiene de especial este caso, subraya Luciana Sánchez, es que la madre de la víctima y la víctima son militantes lesbianas visibles. “Si la madre no hubiera hablado de lesbofobia desde un principio esto se hubiera tapado como tantos casos. Es importante poder salir a decir que acá había una relación afectiva, que vivían juntas hace un año y que ambas habían tomado esa decisión.”

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Imagen: Natalia Gaitán
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