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Viernes, 26 de marzo de 2010

Desde la isla bonita

La opresión no es una sola. Cuando en el fragor de la lucha esto se olvida, se corre el riesgo de quedar dando golpes al aire.

 Por Yuderkys Espinosa Miñoso

Un festival europeo de documentales y muestras fotográficas queer en Buenos Aires puede ser la ocasión ideal para una reflexión situada localmente desde América latina, ¿por qué no? Y sería muy pertinente, ya que sucede en el momento en que la muerte de una compañera lesbiana pobre y del “interior” nos recuerda nuestras arrogancias y olvidos etnocéntricos.

Hay que decir que el festival celebrado en Casa Brandon la semana pasada bajo la conducción de dos activistas provenientes de Europa efectivamnete habilitó un espacio de encuentro. Y que el público fue mayoritariamente blancx, de clase media, de EE.UU. y de Europa, perteneciente a una cultura queer cosmopolita que viene instalándose en grandes ciudades y en los últimos años. Como se anunciaba en el programa, los debates estuvieron más que presentes en la jornada y el público pudo intercambiar respecto de las condiciones de vida de la población trans, intersex y de lesbianas, la opresión de los discursos normativos de instituciones como la Iglesia, la psiquiatría y la medicina, así como los esencialismos de todo tipo que corroen nuestros movimientos y muchos de nuestros discursos y prácticas.

Como han insistido una y otras vez lxs organizadorxs, el festival sirvió para mostrarnos que la realidad del colectivo no es tan diferente “aquí” y “allá”. El “tan”, sin embargo, me sigue pesando. Ciertamente hoy sabemos que puede ser tan oprimida la vida de un hombre trans en el Norte global como en el Sur (producto de las migraciones, las guerras y el capitalismo salvaje, cada Norte tiene su propio Sur adentro). Pero, ¿podemos olvidarnos de que hay fronteras y distancias que nos atraviesan no sólo gracias al régimen heterosexual o patriarcal? ¿Podemos olvidarnos las lesbianas, trans, gays, intersex de que hay opresiones que definen y marcan violentamente nuestros cuerpos y que no sólo responden a la heterosexualidad normativa? Sería muy caro al movimiento de la disidencia sexual y de género volver a cometer el error de poner una sola forma de la opresión como la fuente primaria de nuestras demandas, preocupaciones e identidades políticas. Natalia Gaitán, no deberíamos olvidar, no sólo era lesbiana: era una lesbiana pobre de una provincia argentina.

Mientras disfrutaba en la Casa Brandon de la programación no pude dejar de extrañar a gran parte de la comunidad activista local ausente en el espacio. Hizo falta toda la experiencia acumulada e intensa de tantos años de lucha, camino, aprendizajes. ¿Cómo leer a la luz de estas trayectorias locales el material que entusiastamente nos han brindado nuestrxs anfitrionxs? ¿Cómo hacer para que este festival que, anuncian, recorrerá varios destinos argentinos y latinoamericanos, interpele a la comunidad activista local e incorpore sus saberes y experiencias singulares?

Quedará a cada quien preguntarse cómo hacer para que una experiencia como ésta se vuelva oportunidad para ejercitar una política queer capaz de reconocerse habitada, recorrida, escindida por la multiplicidad de posiciones de privilegio, subalternidad que la atraviesan volviendo frágil y en permanente revisión el “nosotrxs” que construye.

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