Vie 13.06.2008
soy

LUX VA > A LONDRES

God save the queer

En viaje relámpago, Lux visita la primera y única librería queer del Reino Unido, experimenta un orgasmo transcultural en The Purple Turtle y se enamora de una ¿falsa? Donna Summer. Encima cumple con el motivo de su viaje: lleva a su tía a la única clínica capaz de salvarle la vida.

Viernes. Tres voces en el contestador, tres de la tarde, mis tres tías. “Te esperamos para reunión familiar urgente, vuelo de British, primera fila, asiento XXY.” Tres veces escuché el mensaje, que se mantuvo tal cual, así que partí rumbo a Ezeiza como zombi de Labruce y no reaccioné hasta que una voz de flauta mágica me emplazó: “¿Chicken or Pasta?” Pasta base iba a exigir, cuando el codazo me cortó la respiración: “¿No ves que tía Enriqueta está mal y tiene que tratarse en el extranjero? A ver si una vez en un millón estás a la altura de las circunstancias”. (Oops!)

Sábado (five o’clock). Y con tal antecedente, cómo negarme al plan “Recorramos librerías por el coqueto barrio de Bloomsbury”, tierra de Virginia Woolf, Lytton Strachey & Dora Carrington. (Acá, sorry, pero me pongo en dos patitas como Mirtha con Villa Cañás.) ¡Entremos! Tomé la delantera cuando vi el nombre de la librería: Gay’s the Word, fundada en 1996, homenaje a Walt Withman en la vidriera y textos rarísimos de Foucault en los anaqueles. Pequeña, pero qué importa el tamaño si es tan acogedora y tan a punto de fundirse por culpa de Amazon. Lo que quieras: desde revistas con los mejores chongos/as/xs hasta cuentitos infantiles donde reyes y reyes se enamoran entre sí. ¿Esto se lee en las escuelas inglesas? “Bueno —se ruboriza el lánguido librero de anteojitos ingleses—, lo estamos intentando, ya hay un proyecto piloto...” ¡Help! No, el grito no proviene de toda una infancia aquí y allá condenada a educarse en la homofobia, es una clienta a punto de ser desmembrada por una horda de tortones (british) patrios. ¡No me maten, soy Sarah Waters! Sarah Waters, la escritora, la de los novelones tan victorianos como lesbianos. “Excuse me, Sarah, ¿será que estás siendo víctima de la tan mentada violencia interior de la pareja lésbica?” ¡No, idiot! Son sus lectoras, me defiende el librero de un ataque mayor: es que no le perdonan que en su último libro no haya incluido ni una misery lesbiana. ¡Y parece que en el próximo ni habrá mujeres! (Oops!)

Sábado (fever & night). Las dos tías sanas se retiran. “Vamos a ver Billy Elliot, el musical. Vos encargate de Enriqueta, que hace dos horas que no sale del baño.” Plop. Fue cerrarse una puerta para abrirse la otra: vestido hasta el piso de raso tres talles menos que el resto. ¡Estás violeta! “No, purple”, me corrige tía Enriqueta, que para cuando le sale la voz ya vamos en el underground rumbo a la estación Candem. The Purple Turtle es el lugar más hétero friendly que he visto en mi vida y no me quiero ir de este mundo sin volver a tocar la diversidad. Llegamos. Pagamos (6 libras). El que acá no es lo suficientemente queer, resulta sospechoso y encima se lleva un plus: tres veces te palpa el caballero de seguridad más cariñoso del mundo. ¿Aquí se permite todo? Casi todo, salvo violencia, drogas (¿por qué me guiña un ojito?) y vomitar sobre la ropa de los de seguridad. Comprendido. Tecno music y un poquitito de punk. Bienvenida la señora mayor, el oficinista pelado, el enano, la rarita, la negra, la señorita y su osito en tetas, y yo, que soy lo que soy, de repente me da vergüenza verme tan normal... ¿Qué sustancia les cuelga a todos esta sonrisa en la cara? Creo que me dieron un beso. Quiero pedir un drink, abro la boca, saco la cola, muevo los brazos y en lugar de una palabra me sale un grito: “¡Ay! ¡Sí, así, así, así! ¡Yes, my love!”. Atrás mío, no, ya no es mío, adentro, mejor más abajo, alguien, multitud, siente lo mismo y grita también. “¡El primer orgasmo en la barra de la noche!”, anuncia tía Enriqueta levantando el pulgar y con perfecta amalgama de orgullo y envidia, me dice al oído: “Suerte de principiante, che...”.

Domingo (five o’clock). Para cuando nos levantaron en cucharilla era la hora del té, es decir, de tomar cerveza roja y dejarse apretar en un pub como la gente: sin dudas, el Molly Bloom. Mitad enamorados, mitad enamoradas bamboleándose al son de la cebada y de “I Feel Love”, donde una Donna Summer se parecía tanto a Donna Summer como sólo una drag.

Lunes. Enfrentemos la realidad. Turno en la clínica. ¿Transformation, se llama? ¿Seguro que es acá? Dice: “Prohibida la entrada a toda persona que no sea transexual”. Tía Enriqueta me hizo giratorix. A mí y a la puerta. ¡Henry, querido, estás peor de lo que pensaba! ¡Parecés un gaucho, parecés un Menem! Y sin decir más palabra en castellano, la inglesa flaca y agria como un sargento y la travesti más decidida que una partera hicieron lo suyo: urgente al salón de belleza, luego a la suite de feminización, refresh con la asesora de imagen, fricciones para piernas de señora, dos pezones nuevos, peluca natural, labios de vedette con una sola inyección. En ocho horas era otra. Es cierto que no hicieron a tiempo de aplicar la auténtica vagina deluxe ($ 144) debajo de las panties, pero se la lleva en una bolsita junto con la cajita de hormonas antiandrógenos ($ 155). “Nací de nuevo”, es todo lo que me dijo tía Enriqueta, ya en el avión. Miento, dijo algo más: “Porque no te habrás creído, querida Lux, aquello que te dije cuando eras chicx, de que todos nacemos de un repollo”.

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