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Viernes, 16 de abril de 2010

A LA VISTA

Paradojas

La cuenta de tres es señal de largada, se aprende desde antes de entrar en la escuela y, es más, “tres” es una de las primeras palabras que se balbucean de tanto escuchar que los adultos la enuncian como una invitación a la acción. Un, dos, tres y se puede saltar, abrir una puerta, una caja de juguetes, una aventura. El matrimonio de Ramona Arévalo y Norma Castilla, el tercero entre personas del mismo sexo en celebrarse en este país, podría –debería– tener ese valor porque además tiene la potencia de patear todos los estereotipos. La presencia de dos mujeres mayores hablando de amor, leyéndose poemas que no eluden el cuerpo sino que lo recorren, impone una visibilidad inédita que logra arrancar lagrimones de emoción frente a sus historias de vida y hasta suspende el debate: ¿quién podría negarles el derecho a organizar legalmente una convivencia de 30 años? Es cierto que el caso particular, los casos particulares, dejan afuera lo que se podría abrir una vez que por fin se convierta en ley la posibilidad de que dos personas adultas, más allá de sus sexos o géneros, puedan formar una sociedad conyugal. Que esas mismas personas decidan tener hijos o hijas, por ejemplo, que decir familia deje de ser sinónimo de mamá, papá y prole, todos bien ubicadxs en sus roles femeninos o masculinos. Mientras no haya ley, la excepción es la única regla. Y lo que es peor: la excepción hace necesarios los relatos épicos sobre el amor, el sacrificio y el dolor compartido; relatos por fuerza conservadores porque lo que se necesita estratégicamente es conmover a una sociedad conservadora que se endulza la boca hablando de aceptación y tolerancia sin reparar un instante que esas mismas palabras son las que organizan una jerarquía entre lo que debe ser y lo que, bueno, sucede.

Sin embargo, también es cierto que la sorpresa que sacudió a la opinión pública y a los medios frente al primer matrimonio autorizado, allá por diciembre de 2009, ya no lo es tanto y que el peso simbólico de las parejas que pudieron dar el sí seguramente haya modificado innumerables conversaciones domésticas.

Ramona y Norma se casaron un día después de que se denunciara con una marcha en el centro de Buenos Aires y otra más en la ciudad de Córdoba el crimen de odio de Natalia Gaitán, una joven lesbiana cuya vida y cuya historia, según su madre, valió para el asesino lo mismo que la de un perro. Poner sobre la mesa esta coincidencia de fechas puede resultar arbitrario. O puede servir para develar el inmenso abanico de lo que resulta “tolerable” en esta Argentina del Bicentenario.

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