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Viernes, 22 de octubre de 2010

SOY POSITIVO

Achuritas

 Por Pablo Pérez

Antes del horario de salida L fue al baño; La Masa estaba ahí, meando. L deja siempre un mingitorio de por medio porque le da vergüenza que lo miren, todos en la oficina sienten curiosidad porque LM, desde su metro noventa, puede vérsela aunque esté en la otra punta de los mingitorios y ya le hizo fama de pijón. “¡Pelando la nutria...!”, le dijo jodón mientras la sacudía. LM es buen tipo, y tras esa máscara chistosa hay un hombre que también ha sufrido. Al contrario de lo que supone L, LM sabe bien lo que es el HIV, su mejor amigo murió por eso hace diez años: de adolescentes se picaban juntos todo lo que podían, merca, quetalar... Su amigo estaba infectado y LM por mucho tiempo pensó que él también, más de una vez habían compartido la jeringa. Pero no, y por eso siente que tiene un dios aparte y vive agradecido de la vida. Tiene seis hermanos, o mejor dicho, cinco hermanos y una hermana, la séptima, el séptimo para la tradición que se cumple por más travesti que sea: además de famosa por ser la única ahijada protocolar del presidente Perón, todos en el barrio la llaman La Loba.

Mientras LM se acomodaba el uniforme frente al espejo, le comentó a L que estaba planeando una fiesta para festejar sus treinta años. “No me podés fallar, amigo, no te vas a arrepentir, mi hermana es la mejor asadora de Pablo Nogués y ya encargué diez kilos de asado, el festejo se viene con todo.” Sin que L tuviera tiempo de inventar una negativa, LM le alcanzó un planito dibujado de puño y letra. El gesto conmovió a L.

El domingo siguiente llegó puntual al asado. Para L, rata de ciudad, el fondo de la casa de LM era fascinante. Había unos veinte invitados, L era el único de la oficina y el único rubio de la fiesta. LM le presentó primero a su esposa F y a sus dos hijos, G de cinco y H de siete; luego a sus hermanos, M, N, O, P, Q y... ¡Z! “La Loba.”

—¡Encantada! —dijo acomodándose el vestido floreado y le extendió la mano— ¡Qué bombón tu compañerito!

Las mejillas de L ardieron.

—¡No seas tímido! —le dijo LM—. Vení que te presento a los demás. ¿Qué querés tomar?

Al rato estaban casi todos sentados a una larga mesa, bajo la sombra de tres ciruelos. “¿Quién come chorizo?”, preguntó Z en tono cantarín desde su puesto de asadora. “¡A mí me gusta más la morcilla!”, gritó LM aflautando la voz. Y de pronto saltó de abajo de la mesa su hijo, el más chico, haciendo morisquetas. “Y a míiiii... ¡me gusta el chinchulín!”, gritó y salió corriendo. Todos a las risotadas, los vasos y las botellas se sacudían de risa también. El vino había sensibilizado a L, que estaba a punto de lagrimear de emoción cuando un olorcito le hipnotizó la nariz. Era “La Loba” que, con discreción, antes de empezar a servir, le daba una seca a un porrito en la soledad de la parrilla. “Cosecha propia”, le dijo cómplice LM mientras le servía más vino. (Continuara)

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