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Viernes, 4 de noviembre de 2011

CRONICAS MISTRALES

La película de la tapa es mía, mía, mía

Un bestial homenaje a todas las extras travas

 Por Naty Menstrual

A fines de febrero de ese año no andaba bien, no acababa de hacer el molesto resumen del año que se había ido y penando por la estresante incertidumbre de cómo sería el que acababa de empezar. Eso me hizo correr a la casa de mi edípica madre, a ver si la convencía de que me diera el pecho nuevamente y lograba calmarme, lejos del urbano ruido, los amigos, la adicción peneana y los colectivos...

Allí fue que abrí la computadora y vi un mail para un casting. Yo a los castings ni bola, me imagino el trato mediático general: que el papel podía ser sacar una teta al aire, un cachete del culo o casarnos en vivo con Zulma Lobato, reivindicando el derecho del casorio gay... Pero las causalidades de la vida me hicieron leerlo en detalle y la sinopsis me pareció interesante. Soy ciclotímica: quizás era la oportunidad de ser Audrey Hepburn en La princesa que quería vivir, o Scarlett en Lo que el viento se llevó. Como galán, quizá —con mi suerte— me pusieran a Chiche Cara de Sapo Gelblung...

Hago el casting. Paso al casting. Me llaman para confirmarme trabajo pago por diez días. Me pongo feliz, pienso en cuántas carteras y zapatos me voy a comprar. Vale aclarar que ésta es una crónica específicamente sobre las travestis extras de la película, las que parecen secundarias, las que quizá no salen demasiado en las fotos sobre notas de la película. Los nombres prefiero cambiarlos, así los personajes no me agarran en heavy patota y me dejan desdentada, están carísimos los implantes: la mayoría, zona sur, pasaba los 30 y seguía hasta los 60 o algo así. Ninguna clienta de Patio Bullrich, siempre con una sonrisa desde las 6 de la mañana presentes en el set dispuestas a trabajar correctamente. Zona sur es venirse de zona sur, salir a las 4 y pico de la mañana, tomar colectivos, tomar tren. Todas las mañanas desayunábamos como guarras en una lucha libre contra pan con manteca y medialunas. Las estéticas, variopintas y para muestra van tres botonas: la blonda señorona que no se cocía en el primer hervor, vestida de Dolce Gabanna —que una trava gato de Italia le mandaba— con dos prótesis enormes de más de 120 que las sacaba a ventilar. La milagritos, joven, más risa que cara y como una campanita navideña permanente, que no le daba respiro a cualquiera que pareciera macho, intentando que se la movieran. La prima no reconocida de Rocío Jurado pintada con sus párpados de poster pagsa de los ‘80, que perseguía al director diciendo: “¿Así como lo digo está bien, está mal?”, refiriéndose a las dos frases de su letra... “Señor director, si quiere, puedo sacar una teta.”

Sí, éramos como la brigada silicona dispuestas a defender nuestro territorio. La escenografía maravillosa, las casas hechas con material reciclado, el ombú lleno de bidones de agua mineral cortados con velas adentro colgando de sus ramas y la virgen travesti en el centro, que un día se prendió fuego entre tanta maricona puesta y casi quedamos como la legión de Nikki Lauda travestido.

Ibamos para el set con una de las chicas. Caminábamos por un caminito estrecho de tierra y de piedritas, y en los costados los yuyos crecían libremente. Me miró y me dijo:

—Me quiero desmayar...

—¿Qué? —pregunté yo.

—Sí, me gustaría desmayarme en la escena ésa donde nos queman la villa...

—¿Te pidió Javier que te desmayes?

—No... ¿Pensás que querrá él?

No podía creer yo el diálogo mientras ella con esa naturalidad y dulzura me contaba su gran sueño de bella trava durmiente.

—¿Querés ver cómo me desmayo?

Me miró seria y pegó un saltito con su metro ochenta y sus tetas globos rebotaron. “Pero antes me tenés que asustar.”

Me sentí ángel de Charlie esperando al boludo de Bosley que terminara de hacerse coger en los matorrales. La miré fijo.... y como si fuera un Gasparín fumado le hice: “¡Buuuuu!”. Ella se tiró de ojete entre los yuyos y quedó tirada en el suelo con una pose de Venus de Milo o de Marlo, no sé...

Sin levantarse del piso, nunca dejó su pose de la Monroe en el almanaque aquel donde salió en pelotas por primera vez. Me preguntó si lo había hecho bien,

—Yo... es-tu-pe-fac-ta me quedé. ¡Qué linda sorpresata, qué puesta ultra kitsch, qué performer deforme! Warhol se me desvanecía, Almodóvar hacía agua, Divine se ponía flaca... Síííííííí, ésta iba a ser la escena más genial de la película... Lo pensé y contesté:

—Sí,... bárbaro, che... preguntale a Javier.

Nunca le preguntó al director, nunca se desmayó, pero corrió en esa escena como una yegua caliente y desesperada en una carrera loca, buscando a su alazán tripudo para que la hiciera sentir mujer.

Terminamos la escena. Casi nos prendimos fuego por el viento: era la escena más triste, donde los hijos de puta del gobierno de ese momento aniquilaban bajo las llamas todos nuestros sueños... Era mi último día, con algo de penita pena me despedí, besando a todo el mundo. Caminé por la tierra, busqué un taxi, me subí, miré el set por última vez y arrancamos. Me recosté en la ventanilla y no lloré: “Boys don’t cry”, pensé.

Podíamos hacer eso y seguramente mucho más; había que empezar a entenderlo de una vez, gracias a las chicas, a sus risas y a su humor, y gracias a todo el equipo que trabajó con energía y amor. Y gracias, muchas gracias... a Javier...

Esta película es mía y es de todos; esta película es sobre la vida, más allá de la silicona y la prostitución; y para vos, no hay como la mía... Es así, qué le vas a hacer...

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