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Viernes, 8 de agosto de 2014

ACTIVISMO EN MÉXICO

Belleza y vellosidad

Sayak Valencia, filósofa mexicana, performer queer y cultora del drag king, en conversación con SOY explica, con bigote pero sin un pelo de tonta, cómo se cruzan y retroalimentan la estética gore del narcotráfico con el machismo y la homofobia.

 Por Dolores Curia

Sayak Valencia es filósofa treintañera, poeta y performer, nacida en Tijuana. Se la puede ver por las calles de Barcelona, del DF o de otras grandes ciudades circulando y posando ante los flashes en corpiño y barba espesa. La barba es postiza, no imaginaria, como la que se afeitaba cuando era chica, todos los domingos, con su papá llenándose la cara de espuma junto al espejo del baño. Combina minivestido y grueso bigote a lo Pancho Villa cada vez que da una conferencia en alguna prestigiosa universidad, al tiempo que despliega un lenguaje entre cifrado y contestatario. Es cofundadora del grupo feminista La Línea, con sedes en California, Madrid, Nueva York y el DF. La base de La Línea está en Tijuana, tierra natal y fronteriza que en parte ha marcado su modo de ver el mundo: “En Tijuana se da un intercambio entre legalidades y contrastes. Somos la última frontera de Latinoamérica, pero a pocos metros también empieza la hegemonía del Norte. Es un lugar de renegociación entre el Primer Mundo y Tercero, entre el inglés, el español y el espanglish. Es queer pero no en el sentido fashion del término sino en el de violencia, marginalidad. Es la zona nacional de sacrificio”.

¿Qué significa ser queer para vos?

–Es una práctica radical sobre los cuerpos y los comportamientos impuestos. Es ejercer la desobediencia no sólo en relación con la preferencia sexual sino también con respecto a la etnia, la clase, etc. Tomo distancia del feminismo blanco primermundista y me inclino hacia el feminismo tercermundista y chicano de los ’80. Relacionarme con el drag me interesa como dispositivo de diálogo con los estereotipos. Cuando hago drag king el resultado está más cerca del híbrido de la mujer barbuda que de lo que socialmente construimos como “lo masculino”.

De niña a Sayak por un error de cálculo en la peluquería le terminaron rapando la cabeza y recibió, para compensar, como regalo de su padre, una peluca de Cleopatra. Ese fue el comienzo de su gusto por el disfraz, que luego reforzó con lecturas sobre la performatividad de género. En 2005, a los 24, presentó su barba en una acción titulada “Hairy Tale”, durante La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Barbonas, un festival feminista mexicano. Su libro con mayor trascendencia probablemente sea Capitalismo Gore. El título alude al subgénero de cine de terror y analiza algo así como el narcoheteromachismo. Es decir, la fase actual del capitalismo, especialmente en la frontera entre México y Estados Unidos, con sus mandatos específicos y cada vez más brutales de masculinidad y formas de violencia contra las mujeres y contra todas las identidades de la disidencia sexual.

Has tenido una infancia muy queer...

–Con mi padre siempre tuvimos buena relación, él me decía hijo. Una vez le pregunté si sabía que yo era nena. Me dijo que me educaba como a un chico porque México era un lugar difícil para las mujeres, pensaba que así me daría más herramientas para sobrevivir. Iba al jardín con pelucas, vestida como niño o como niña, según el día. No hubo mucha normativa de género en mi infancia. La educación laica que recibía en mi casa chocaba con el contexto religioso con el que me encontraba fuera de ella. Gracias a mis padres fui una niña muy irreverente, que logró pasar por las instituciones sin que éstas le gobernaran el cuerpo.

¿Qué es el capitalismo gore?

–Surge del choque geopolítico entre el Primer y el Tercer Mundo. El capitalismo se caracteriza por la idea de que hay que ser pudiente y de que lo que uno es se mide en términos de lo que tiene. Esas fronteras son interpretadas en México y más todavía en el norte mexicano de modos particulares: la legitimidad económica significa masculinidad. Ser un varón legítimo no sería posible en este país por lo menos para la gran mayoría de los hombres, ya que viven en la pobreza. Los varones de mi país, como buenos machos obedientes, han decidido apoderarse del dinero a través de las prácticas necro (violencia y asesinatos). Es una reinterpretación de las lógicas de la economía global llena de derramamiento de sangre absurdo y explícito. La demanda económica y de masculinidad aquí en México dan un cóctel explosivo con un alto número de crímenes.

¿Cómo son hoy esas representaciones de la masculinidad ligadas al narco?

–La figura del macho mexicano arraigada en el imaginario, pero no sólo allí, desde la construcción del Estado nacional mexicano, es el arquetípico del cowboy, muy testosterónico, con un marcado desprecio por todo lo femenino que se ve claro en el impresionante número de femicidios que tenemos. Es cambiante. Hasta hace poco esa masculinidad estaba ligada al narco como hombre con botas y sombreros. Ahora se mezcla con el movimiento reguetonero: marcas caras, logos grandes, gafas oscuras. Esa es hoy la estética con la que se busca exhibir poder. El masculinismo gore deja afuera la disidencia sexual. No se ven narcos que sean abiertamente gays, aunque sus prácticas no obedezcan a esto que afirman.

Es una estética que también va acompañada de personajes de ficción de series tremendamente exitosas.

–Hace rato que se da, y no sólo en México, el boom de telenovelas narco, como El cartel de los sapos, El patrón del mal, El señor de los cielos, etc. Breaking Bad es un claro ejemplo del blanqueamiento y estetización de la cultura del crimen para volverlo consumible. Los Sopranos y tantos otros juegos de playstation, también. El boom en México fue alrededor de los ’80, pero ahora se ve toda una circulación internacional de esta estética.

Lo necro está muy arraigado también en las noticias. Es impresionante la circulación de las imágenes de los cuerpos destrozados de las víctimas del narco.

–Tampoco eso queda afuera del campo de la ficción. Hay toda una estrategia mediática evidente pero efectiva y altamente morbosa con estos temas que tiene dos funciones. Una: la espectacularización para evitar el duelo y pensamientos sobre estos cuerpos. Dos: el mensaje de que en nuestro país la situación es incontrolable y que hay que tener miedo de ser atacado, como otra forma más que tiene la biopolítica de aleccionar. Hay mucho plusvalor mediático y político en el Estado de sitio permanente. Se presenta a las mujeres y los débiles como espacios por destrozar. De ahí la importancia que tiene trabajar sobre las masculinidades. Y lo que me interesa a mí es hacerlo pero esquivando todo lo posible ese discurso que me aburre tanto que dice que “los hombres también sufren”.

¿Por qué?

–¡Porque ya es hora de que la terminen con la autocompasión y se hagan cargo! Detrás de ese discurso creo que hay una guerra solapada contra el feminismo (el feminismo entendido como algo que abarca mucho más que a las mujeres). ¿Para cuándo la revolución masculinista? En mi trabajo en general me interesa la idea de performatividad. Es una práctica interesante para dislocar el imaginario y las construcciones de lo cotidiano. Representar los cuerpos que no pueden leerse de manera fácil y dictómica tiene funciones micropolíticas.

A veces da la sensación de que el alcance de las micropolíticas es justamente eso: demasiado micro.

–No es una gran revolución, sino que consiste en producir fisuras y esas fisuras pueden ser cada vez más grandes. Esa es la forma en la que hoy se le puede contestar al capitalismo gore, transformar el tejido social, formar otras alianzas posibles, otras formas de ver las cosas.

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