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Viernes, 17 de junio de 2016

TEATRO

¡Mamita querida!

Clima tropical, desborde y merengue se estrellan contra una madre hecha y bien derecha en la obra del dominicano Marcos Antonio Rodríguez, La luz de un cigarrillo.

 Por Adrián Melo

Que la alegría y la sensualidad no son solo brasileñas lo hemos descubierto los últimos años a través de la literatura. Junot Díaz lo supo expresar claramente en su excepcional novela La maravillosa vida breve de Óscar Wao: “Hay algo con que siempre se puede contar en Santo Domingo. No con las luces, no con la ley. Con el sexo. Eso nunca falla”. La historiografía, a su vez, nos narró la miseria y la represión trujillanas y postrujillanas (particularmente la violencia de género que nos legó el símbolo de las hermanas Mirabal) que marcaron la vida de la República Dominicana.

Es en ese universo de desborde de los sentidos, de las pasiones, del conservadurismo y de la belleza caribeña propias de los dominicanos donde nos sumerge la obra de teatro La luz de un cigarrillo de Marcos Antonio Rodríguez, recién estrenada en Buenos Aires con la dirección de Daniel Teveles y que viene de ser multipremiada en New York.

Con la estructura de un culebrón latinoamericano se nos narra el reencuentro –tras cinco años sin verse– entre una tortuosa, y sacrificada madre dominicana, Luz (conmovedora interpretación de Gaby Barrios) y Julio César (Orlando Alfonso), el joven hijo pródigo, que no cumplió ni parece dispuesto a cumplir los sueños maternos por los cuales la mujer dejó su país de origen, emigró a New York y soportó toda clase de trabajos alienados, humillaciones y explotaciones: a saber, que su hijo sea maestro y que le dé nietos. En la mentalidad ultraconservadora de la madre podemos vislumbrar la manera en que se construyeron subjetividades en Occidente con la homofobia como base estructural.

Pero Julio César regresa devenido actor y gay. Esto último es lo que no se dice y parece producir tensión a lo largo de todo el diálogo entre madre e hijo. Sopla un poco de aire –aunque no tanto– con la aparición a través de la ventana de Lydia, la vecina dominicana, (Lucía de Vita) y la Tía Divina (Mirna Doldán) quien parece encarnar la añoranza de lo dominicano (los olores y los sabores tan presentes en la obra) y la encarnación de su espíritu reflejado en la alegría a pesar de la adversidad y el gusto alocado por los hombres, el alcohol y el merengue.

Como en toda obra de arte es más importante lo que no se dice que lo que se dice. Y a pesar de que la obra constituye un largo e interminable fluir de palabras, la confesión del hijo –por momentos forzada por la madre– nunca llega y hacia el final comprendemos que no es necesaria. Pero para ese momento obtuvimos una serie de imágenes teatrales inolvidables: Tía Divina bailando y descompuesta por la borrachera, la vecina, ventana mediante, escuchando sensualmente la música y evocando tantas mujeres de tetas y culos grandes que desbordan sexualidad y ternura; la aparición del erótico y gigantesco mulato (Vicente Santos) al que parece sobrarle músculos, y bultos por todas partes bailando un palo dominicano y rememorando un recuerdo infantil de Julio César que parece haber marcado sus gustos sexuales y que funciona como un espíritu santo que exorciza los malos sentimientos. La dominicanidad al palo.

Para ese momento transcurrieron alrededor de dos horas donde no faltaron el dramatismo pero tampoco la música, la ternura (bella alusión en el título de la obra teatral que tiene ribetes almodovarianos de Tacones Lejanos), la comicidad y las referencias a íconos televisivos ineludibles del gaycismo latinoamericano (la novela Rosa Salvaje, El show de Cristina, las tetas de Verónica Castro, las cortinas musicales de los culebrones). Particularmente hilarante los motivos que se explicitan respecto del famoso primer plano del rostro de Verónica Castro en la apertura de la novela Los ricos también lloran. Mención aparte merece el trabajo realizado por directores y coach para dominicanizar a las actrices, que son todas argentinas.

La luz de un cigarrillo. Sábados a las 20.30, La Mueca Teatro. Cabrera 4255

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