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Viernes, 3 de abril de 2009

La seguridad de los otros

El 28 de febrero, Mariana Paz esquivó de milagro el tiro que le disparó un vecino de Villa Luro. Un mes después, circuló una carta anónima lucubrada por alguien del mismo barrio. “Echar o eliminar” a las travestis, como Mariana, de la zona, propone la letra que sella una violencia tan intensa que parece de otras épocas, pero que sin embargo se puede advertir tanto en este episodio como cada vez que se reclama “seguridad” a costa de la más elemental protección de los derechos humanos.

Villa Luro está ubicada a un costado de Rivadavia al 9500. Se lo llamó “barrio de las calles románticas”; muchas tienen nombre de escritores (Dante, Byron, Homero). Las casas tienen techos a dos aguas, algunas forradas en mármol o con piedras Mar del Plata. No se ven, casi, rejas. Sus veredas son tranquilas, arboladas, andar por aquí de noche es como pasear bajo una pérgola. La iluminación no proviene de postes sino de faroles que cuelgan por encima de la calle. Un instituto de inglés, algún almacén, talleres mecánicos, son los negocios más vistosos.

“Estos hombres vestidos de mujer están ensuciando nuestro barrio, podrían tranquilamente ir a el lugar que el gobierno de la Ciudad les dio, en Palermo, pero no; también podrían hacer lo que hacen en la puerta de sus propias casas, pero no, lo hacen en las nuestras.”

Mariana Paz pagó cara la discreta rebelión de haber saltado la valla impuesta por otros vecinos y por el gobierno de la Ciudad a las travestis que se ven en la necesidad de prostituirse. Ella no lo hace en Palermo; hasta hace poco y durante dos años lo hizo allí, en Villa Luro, el barrio de las calles románticas, la clase media trabajadora y ese declive evidente que se adivina cuando se acerca la General Paz. Fue así hasta que, una noche de carnaval, Mariana Paz supo que la suerte podía estar también de su lado: un vecino salió de su casa, le apuntó con un arma en la cabeza y lanzó un disparo. Ella pudo agacharse y zafar. Tuvo suerte, sí, aunque ya no volvió a la esquina que había elegido para ganar su propio dinero. Es que, a veces, el miedo manda.

Después de ese día, varias de las compañeras de Mariana fueron atacadas: a una le pegaron, a otra le cortaron un dedo, a otra le lastimaron la cara. Las obligaban a escaparse, a salir corriendo.

“Somos un grupo de vecinos anónimos que se decidió definitivamente a entrar en guerra con estos hombres vestidos de mujer; si querés sumarte, leé y actuá. Vamos a trabajar en forma anónima y desvinculada, como lo hace el terrorismo, es decir, no tenemos que juntarnos, ni discutir nada, sólo tenemos un objetivo en común que es eliminar a estos travestis de nuestro barrio; para hacerlo, todo tipo de agresión hacia ellos es válida, cuanto más violenta, más miedo les va a causar y más rápido se van a ir; pero como mencionamos antes, todo suma para echarlos.”

La agresión a Mariana o a sus compañeras no fue noticia. Quedó a salvo, amparada por la tranquilidad y el silencio del barrio de las casas bajas. El folleto que llama a actuar con métodos de terror, en cambio, circuló por diarios, revistas, programas de televisión y hasta organismos oficiales. Lo que estaba escrito no pudo ocultarse: fue prueba suficiente para habilitar las muecas de espanto en una ciudad que se jacta de “tolerante” pero que, a la vez, tolera las agresiones a personas trans en silencio. (Según la última encuesta realizada por la activista Lohana Berkins, el 91 por ciento de las travestis sufrió violencia. ¿Será que el testimonio de las afectadas no tiene el poder de prueba que tiene la letra impresa?)

Sin embargo, no hay ahora en las calles que honran a la literatura ningún folleto a la vista, ninguna proclama exigiendo acción para frenar la “inseguridad” y la “desvalorización de las propiedades”. Ni la mano que la arrojó ni la piedra son ya visibles. Aunque también es cierto que tampoco es posible encontrar a las travestis que antes se ganaban la vida exponiendo su cuerpo en una esquina. El miedo aconseja prudencia pero, al menos en este caso, no inacción. Mariana Paz hizo, en su momento, la denuncia. Tiene la dirección exacta de su agresor: Rafaela entre Leopardi y Manzoni. ¿Cómo no sospechar que fue ese hombre quien tipeó el manifiesto transfóbico? Toda esta información fue recogida por los abogados del Inadi, quienes acaban de iniciar una causa penal para esclarecer el episodio. El corazón de la acusación es apología del delito, cita el derecho a la igualdad y a la no discriminación, a la vida, a no ser sometida a tratos crueles ni degradantes. El expediente acaba de redactarse y Soy tuvo acceso. Remata: “En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires existen normativas que convocan al respeto a la autodeterminación sobre el propio cuerpo y la identidad autopercibida de las personas. Así, el Art. 11 de la Constitución garantiza que las personas tienen idéntica dignidad y son iguales ante la ley. Se reconoce y garantiza el derecho a ser diferente”.

EL DIA DESPUES

Esta semana nadie parece saber nada en Villa Luro sobre el episodio que los vuelve noticia. “¿Folleto?”, “¿Travestis?”, “Ni idea”, “Je, je, ¡todo bien!”, “Me enteré por la tele”. Eso repite la mayoría de las personas consultadas, que vuelven con su bolsita de las compras o pasean al perro. Ni Fabián, que está al frente del buffet de la Asociación Amigos de Villa Luro, escuchó nada entre los parroquianos. Pero por lo bajo aclaran que la gente no habla por temor a represalias, o que habrá sido alguien que tuvo un problemita con alguna travesti, o que será un modo de sacar ventaja (?) política ahora que se vienen las elecciones.

En la peluquería llamada Miguel Angel, sin embargo, la información se cuela. Allí comentan que hace largos meses un par de vecinos se reunió para evaluar cómo exiliar a las trabajadoras sexuales, pero el grupo se desintegró antes de lucubrar cualquier plan. En otro salón, frente a la pregunta sobre los “100 vecinos autoconvocados”, tal cual informó el sábado pasado Clarín, salta la ficha.

–Qué bien que estamos que trolos, lesbianas y chorros tienen derechos –dice Alberto.

–¿...?

–Los travas no tienen nada que hacer, ni acá, ni en Palermo, ni en ninguna parte. Siempre están esos negros que dicen que los están cuidando, pero son los que después te van a chorear. Son enfermos, tienen que estar en un lugar cerrado. Si el Gobierno les da casas a los chorros, que también les den a ellos un habitáculo para que puedan ahí llenarse de sida. Si tenemos que pedir seguridad nosotros porque la cana no actúa, volvemos a la década del ’80 en los Estados Unidos, tolerancia cero, que la gente salía armada a la calle para hacer justicia por mano propia y ser más equitativos.

Otro hombre, Diego, se envalentona y cita un viejo argumento:

–Por ahí no molestan a la sociedad. Pero a un nene de 5 años, ¿cómo le explicás que estén mostrando las tetas? Yo soy peluquero, no me voy a cortar el pelo al Obelisco porque tengo ganas, salvo que arregle con el comisario.

La conversación, en grupo, se hace fluida. Esta vez es una señora, Gabriela, la que habla:

–A mí no me molestan porque defienden a la gente. Tengo una clienta a la que le quisieron robar el coche, ella venía a la noche de salir. Y los travestis vinieron al humo y los tipos salieron corriendo. Dicen que no los quieren porque consumen. Pero el que consume es degenerado; además, cada uno consume lo que quiere. Cuando mis hijos preguntan, les explico: “Son parte de la vida”.

Y otra mujer más, con el esmalte fresco, acota:

–No molestan. El travesti no se mete con mi nena de 13 años, al contrario. Pero ese negro de mierda que está en el negocio de la esquina la ve salir y le dice cualquier cosa. Porque va con el uniforme del colegio le dice guarangadas. Que vaya a su país a sacarse el hambre.

PIEDRA LIBRE A LA VIOLENCIA

Mariana Paz, desde la noche del disparo, no volvió a pisar Villa Luro, pero recuerda perfectamente a los agresores de sus compañeras: “Eran tipos que llegaban en autos, no eran del barrio, no los habíamos visto nunca”, cuenta a Soy. El panfleto famoso, evidentemente, conocía el guión: “Podemos pedir a amigos y familiares que pasen con autos que no sean conocidos y los agredan”.

Lxs vecinxs de Villa Luro admiten que en las últimas noches no hubo oferta de sexo en la vía pública, pero la calle tuvo un nuevo personaje: el auto celeste de la policía patrullando todo el tiempo. Los crímenes travestofóbicos son, luego del sida, la segunda causa de muerte entre las travestis. Son las mismas afectadas las que se ven obligadas a gritar la violencia de la que es victimaria la institución policial no sólo por ideología propia sino arengada por la intolerancia social. “El patrullero no nos deja trabajar tranquilas –retoma Mariana–. Yo no estoy yendo por lo que pasó, pero las chicas van y enseguida vuelven a su casa.”

El folleto intima: “Si este volante llegó a tu sucia mano, tenés dos opciones: irte del barrio o hacernos frente con el riesgo que eso significa para tu salud”. ¿Por qué siguen yendo?

–Para que vean que no nos rendimos. No nos queremos ir de ahí, nos sentimos cómodas, vivimos cerca. El barrio es tranquilo. No hacemos bardo. Algunas hace 20 años que trabajan ahí. En Palermo casi no se puede trabajar, hay muchas chicas.

¿Trabajaste antes en otro barrio?

–Sí, en la calle Godoy Cruz trabajé justo cuando fue el cambio al Rosedal. Pero allá nadie te agredía, los vecinos hacían denuncias, juntaban firmas, jamás hubo violencia.

¿Tienen miedo?

–Sí. Todas tenemos miedo. Queremos tranquilidad, nada más. No podemos ir a trabajar pensando si nos van a matar.

¿UN LOCO SUELTO?

“Es parecido a lo que pasó en su momento en Godoy Cruz, pero no tanto –compara María Rachid, de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (Falgbt)–. En Villa Luro lo que saltó es la expresión puntual de dos o tres vecinos, no de los vecinos. Hay uno que es casi un militante en contra. Por supuesto es terrible, hace mucho que no se expresaba una violencia tan extrema. A raíz de las repercusiones, dicen que no las van a dejar trabajar más en el barrio.”

El argumento común ante una situación como ésta descansa sobre la letra del Código Contravencional. “Lo primero que hay que plantear es qué acceso a la salud, a la educación, a la justicia y al trabajo tiene esta población. Hablar de si está bien o no que trabajen en tal o cual barrio y qué dice el código es cruel –dice Rachid–. Estas personas acuden al ejercicio de la prostitución como única herramienta de subsistencia. Es muy cruel e irresponsable de parte de nosotros, como sociedad, y de parte del Gobierno, que no atiende propuestas que desarrollen políticas públicas que ofrezcan otras alternativas de trabajo.”

Lohana Berkins lo dijo en el reciente encuentro feminista de México: “No aceptamos la prostitución como un destino”. Según el libro que ella firma, La gesta del nombre propio, “la prostitución callejera es prácticamente la única forma de ingresos y ejercida por el 79 por ciento. A pesar del rechazo que reciben de sus familias, el 50 por ciento les manda plata regularmente. El 87 por ciento de las travestis encuestadas no estudia, aunque el 70 por ciento desearía hacerlo, pero no puede por falta de plata o por miedo a la discriminación. El 91 por ciento fue víctima de algún tipo de violencia, el 85,8 por ciento fue agredida por la policía”.

Más allá de las delimitaciones geográficas urbanas, lo que se mostró en Villa Luro es una hilacha de homofobia, de transfobia que no reconoce fronteras claras. “Son cuestiones ideológicas”, señala Diana Sacayán, del Movimiento Antidiscriminación de Liberación. “Esta organización como otras –la Comisión de Género de la Facultad de Humanidades de La Plata, que retoma su campaña ‘Todas somos travestis’– están comenzando a reunirse para ver cómo enfrentar la situación con la altura que corresponde. Lo que se advierte es síntoma del ‘pánico sexual’, que, explicado académicamente, sería la operación ideológica que supone reducir la condición de género a una marca de sexualidad biologizada ‘alarmante’. Por ejemplo, pensar a las mujeres solas o a las travestis como promiscuas, como perturbadoras de la moral, como la amenaza de la desviación sexual. ¿Consecuencia? Estas asociaciones refuerzan el control y aislamiento de esas personas como medidas ‘preventivas’ ante sus sexualidades ‘en constante actividad y descontrol’”, como cita un documento firmado por el área Queer de la UBA y la Federación Argentina Glttbi.

“Esa gente que largó el folleto viene de la escuelita de los escuadrones de la muerte que se están dando en Perú, por ejemplo. Y siempre hay algún que otro vecinito reaccionario, como en todos los barrios, que va a acordar con esto –reflexiona Sacayán–. Estas cosas, en definitiva, intentan atraer la atención para que empiece a haber una movida detrás, para habilitar otro tipo de persecuciones. Estamos a la expectativa de todo.”

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