turismo

Domingo, 27 de octubre de 2002

ECUADOR UN SANTUARIO NATURAL EN EL PACíFICO

Viaje a las islas Galápagos

Tuvieron una historia difícil, pero serán para siempre el lugar donde nació la Teoría de la Evolución de las Especies, de Charles Darwin. Hoy las Galápagos son un santuario natural que tiene que encontrar el delicado equilibrio entre conservacionismo y turismo.

Texto y fotos:
Graciela Cutuli

En medio del inmenso Pacífico, y justo sobre la línea del Ecuador, las islas Galápagos surgen del agua como si se tratara de un encanto. De hecho, se llamaron “Islas Encantadas” durante mucho tiempo, cuando los mapas no las podían ubicar con precisión frente a las poco conocidas costas pacíficas del Nuevo Mundo. Historias extrañas corrían sobre ellas: las islas se movían y desaparecían. En realidad, los precarios mapas de aquellas épocas no lograban ubicarlas con exactitud, y las brumas a veces escondían sus relieves y costas a los barcos que pasaban cerca. Las Galápagos fueron descubiertas por total casualidad, y olvidadas varias veces hasta ser pobladas y formar una escala en las rutas marítimas del Pacífico. El primer occidental en verlas fue fray Tomás de Berlanga, obispo de Panamá, cuando en 1535 su barco se desvió por obra de las corrientes marinas. La segunda vez que se mencionaron fue en 1546, cuando las divisó un desertor del ejército de Francisco Pizarro, Diego de Rivadeneira. Sus tierras inhóspitas apenas llamaron la atención de los marineros durante los siglos siguientes, y su extraño bestiario tampoco atrajo a los rústicos conquistadores españoles en busca de oro y riquezas fáciles, ciegos a las bellezas y tesoros naturales.

Sombras de ultramar A todo esto las islas le deben sin duda el hecho de haber llegado hasta nuestros tiempos sin haber sufrido tanto como otros ecosistemas de este mundo, si no fuera por la masacre de tortugas y la amenaza que representa una presión turística constante. Desde 1535, las Galápagos vieron llegar lo mejor y lo peor desde el océano. Ya que hay corrientes que llegan a sus costas desde el continente, eran sin duda conocidas por los primeros habitantes del actual Ecuador, pero no hay ninguna evidencia de que hayan sido pobladas, aunque sólo fuera por una colonia temporaria. Sigue existiendo una controversia sobre un hipotético viaje que habría hecho hacia 1485 el príncipe de Cusco (que fue luego el décimo Inca, Tupac Inca Yupanqui), con una flota que partió desde el puerto de Guayaquil: se dice que llegó hasta dos islas de donde llevó hombres negros y huesos de caballo. El navegador y explorador noruego Thor Heyerdahl cree que en realidad el príncipe inca y su armada llegaron a las costas del mismo continente, más al norte de su punto de salida, y que los huesos eran en realidad de lobos marinos... La historia precolonial de las islas sigue así envuelta en misterios. Incluso se supone que los pocos restos de vajilla encontrados por los exploradores serían testimonios de cortas estadías de pueblos primitivos en el archipiélago.
Si bien las potencias coloniales –y luego los primeros gobiernos ecuatorianos– no demostraron mucho interés por las islas, éstas sirvieron como escala habitual a todas las flotas que recorrían el Pacífico a lo largo del continente. Durante mucho tiempo, los marineros se aprovisionaban allí de agua dulce y carne fresca. El primer desastre ecológico de las Galápagos había comenzado... En pocos siglos, se van a diezmar las poblaciones de tortugas, que tenían la triste cualidad de ser presas fáciles, de poder sobrevivir casi un año sin comer en el fondo de los barcos y de dar por su tamaño mucha más carne que cualquier otro animal de las islas.

Peligro. Cruce de tortugas Charles Darwin y los primeros biólogos que estudiaron el archipiélago inventariaron 14 subespecies de tortugas. Actualmente quedan 11. Estos enormes quelonios viven en lo alto de las montañas en algunas islas del conjunto. Con el pasar del tiempo, dieron su nombre –es decir “galápagos”– a las islas, un nombre que habían recibido por la similitud que presentaba su caparazón con las monturas de la época (también llamadas galápagos, para concluir el trabalenguas). Pese a su fama no se pueden ver con facilidad, ya que las islas son sometidas a un severo control y a restricciones de tránsito. Incluso, el mejor lugar para toparse con ellas es el Centro Charles Darwin de Puerto Ayora, sobre la isla Santa Cruz, donde se las estudia y se contribuye a su recuperación.En uno de sus corrales, los guías muestran al “Solitario Jorge”, una tortuga de mucho más de un siglo de edad. Es el único sobreviviente de su subespecie, la de la isla Pinta. Y cuando muera, se irá con él un pedazo más de la increíble e irrepetible riqueza biológica de las Galápagos.
El contraste entre el Centro Darwin y el pueblo es muy grande. A pesar de algunas boutiques chic y las modernas agencias de buceo, Puerto Ayora no pasa de ser un puerto pobre donde la población trata de cobrar como puede su parte de las enormes riquezas que genera el turismo en las islas. Su simpático bulevar costero está marcado por la enorme estatua de cemento de una tortuga galápago, blanco de todas las cámaras fotográficas. Otra huella de las tortugas, aún más sorprendente, se encuentra en las afueras del pueblo, sobre la ruta que sube a la montaña, dejando atrás la vegetación tropical y exuberante de la costa por una estepa envuelta en niebla varios meses al año. Un cartel avisa a los conductores: “Peligro. Cruce de tortugas”...

Encuentros cercanos Puerto Ayora representa toda la ambigüedad de estas islas que viven de un turismo ecológico y a la vez no pueden resistir las presiones que ejercen sobre una población careciente como la de Ecuador las promesas de bonanzas económicas que facilita este mismo turismo. Luego de tener escasos habitantes durante varios siglos (entre ellos una baronesa alemana que se autonombró emperatriz de una de las islas, balleneros estadounidenses que participaron de las masacres organizadas de la fauna local, un misántropo irlandés y hasta Alexander Selkirk, alias Robinson Crusoe (que pirateó en la zona luego de su rescate en las islas chilenas de Juan Fernández), las Galápagos recibieron un aluvión de pobladores llegados del continente para trabajar en la siempre creciente industria turística. En el año 1981, la población total de las islas era de unos 5.000 habitantes. Hoy, Puerto Ayora solamente tiene más de 10.000 vecinos.
Esta verdadera explosión demográfica está limitada por ahora a los tres principales centros de las islas: Puerto Villamil, Puerto Barquerizo y Puerto Ayora. Para controlarla y contener el desarrollo de un turismo cada vez más masivo, se impuso un estricto control sobre el Parque Nacional que cubre la mayoría de la superficie terrestre de las islas y sobre las pocas zonas destinadas a las actividades económicas y agrícolas, así como las áreas de poblamiento. De hecho, los turistas no pueden circular sobre las islas sin ir acompañados por uno de los guías habilitados por la administración del Parque, y pueden acceder únicamente a zonas muy delimitadas. Se impuso también un tope de unos 50.000 turistas por año (son unos 45.000 anuales los que visitaron las islas últimamente). Este férreo régimen permitió preservar con éxito hasta hoy el equilibrio entre la conservación del excepcional medio ambiente isleño y el desarrollo del turismo.
En todas las islas se delimitaron físicamente unos 48 puntos, que son los únicos lugares transitables y desde donde se pueden observar y admirar los más lindos paisajes, además de tener encuentros muy cercanos con la fauna local. Es sin duda el único lugar en el mundo donde se puede ingresar en una especie de jardín originario, en el cual hombres y animales viven en armonía y no se tienen desconfianza. Las aves y los demás animales de las islas no tienen en general miedo al hombre, y se acercan incluso para curiosear. Más que los paisajes, increíbles de por sí, y la diversidad zoológica –tan importante que llevó a Darwin a entender el fenómeno de la evolución de las especies– es la relación privilegiada que uno puede tener con la naturaleza lo que más se recuerda y atesora de las Galápagos. En cada isla uno se topa con piqueros o fragatas que anidan, con colonias de iguanas tomando sol, nada al lado de pingüinos o tortugas marinas, hace snorkelling en medio de colonias de peces bandera, loro y damisela. Cada paso reserva una nueva sorpresa, un nuevo encuentro.

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Centro de investigación. El guía consigue que una tortuga levante el cuello y la cabeza.
 
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