turismo

Domingo, 19 de octubre de 2008

FRANCIA > POSTALES DE PARíS

Oh, Champs-Elysées

La avenida más elegante, la que encarna toda la “grandeur” a la que aspira Francia y una de las más bellas del mundo. No es casualidad que se llame Campos Elíseos, el nombre del paraíso de los antiguos griegos.

 Por Graciela Cutuli

Allá por los ’60 Joe Dassin, uno de los románticos de la canción francesa, aseguraba que en los Champs-Elysées “al sol, bajo la lluvia, al mediodía o a medianoche, hay todo lo que ustedes quieran” (“au soleil, sous la pluie, à midi ou à minuit / il y a tout ce que vous voulez aux Champs-Elysées)”. El estribillo se hizo famoso, y todavía hoy parece acompañar el ritmo incesante de los parisienses y turistas que día y noche recorren una y otra vereda de la avenida, que los franceses –pero no sólo– consideran “la más bella del mundo”. Es difícil discutirle el título, como es difícil discutirle otro: es también una de las más caras, junto con la Quinta Avenida neoyorquina.

En el calendario, los Champs-Elysées marcan dos días con la piedra blanca de las fechas faustas: el 14 de julio, cuando toda París se viste de rojo, blanco y azul en recuerdo de la toma de la Bastilla, y algún día de fines de noviembre o principios de diciembre, cuando se encienden las luces navideñas y la ancha avenida se transforma, de pronto, en un concierto infinito de luces, multiplicadas en las vidrieras, en los autos y en los árboles, haciendo recordar que París es para siempre la Ciudad Luz.

Sin embargo, a lo largo de todo el año Champs-Elysées es uno de los lugares insoslayables de la capital francesa, de punta a punta, desde su comienzo, en la Place de la Concorde, hasta su glorioso final en la Place de l’Etoile y el Arco del Triunfo. Las cámaras de televisión la muestran en toda su extensión también en otra fecha señalada: el final del Tour de France, en pleno verano boreal, cuando se realiza la última etapa de la competencia ciclística. La tradición de terminar el Tour con una última carrera sobre la avenida comenzó en 1975, y desde entonces es un clásico transmitido en directo en más de la mitad del globo. Sin olvidar que el Arco del Triunfo es a los parisienses más o menos lo que a los porteños el Obelisco, de modo que allí se reúnen las multitudes que celebran victorias en elecciones, torneos de fútbol y otros eventos masivos.

EN EL COMIENZO ERA EL CABALLO Lo que hoy es el reino de los autos, hace casi dos siglos era dominio exclusivo de los caballos. En el siglo XIX, la gran actividad de la avenida se concentraba en los paseos de los jinetes que iban rumbo a los Bois de Boulogne, lo que convocaba también a toda clase de vendedores de caballos, sillas, arneses y otros accesorios: se cuenta que los Champs-Elysées eran entonces, para un humorista de la época, “la mayor conquista del caballo”. Cuando le llegó al automóvil el turno de reemplazar a los cuadrúpedos, la avenida fue naturalmente su vidriera ideal: así se fueron sumando los negocios de accesorios de lujo, artículos para viajar, y numerosas compañías aéreas –allí tuvo sede Aerolíneas Argentinas– también supieron asentarse en ambas márgenes de los Champs-Elysées. Hoy prácticamente no quedan, culpa del elevado costo de tener una vidriera prestigiosa en una de las calles más conocidas del mundo: el precio de los alquileres es tan alto que prácticamente sólo pueden resistirlo los negocios del mundo textil, las embajadas u oficinas de promoción de algunos países, las automotrices y los cafés privilegiados por la historia que reciben un flujo incesante de turistas de todas partes del mundo.

Los Champs-Elysées entraron en el siglo XXI casi con la misma cara que le dieron, en el siglo XIX, el arquitecto Jacques Hittorff (a las órdenes de Louis Philippe y de Napoleón III) y más tarde el barón de Haussmann, artífice de la París moderna, de sus anchos bulevares y de los edificios elegantes de mansardas grises que reemplazaron a las laberínticas e insalubres callecitas medievales. Con él también quedó definitivamente atrás la avenida arbolada que hizo abrir en 1616 María de Medicis, prolongada en la perspectiva de las Tullerías por Le Nôtre, el paisajista del palacio de Versailles.

De una punta a la otra, el paseo lleva tanto tiempo como curiosidad tenga el caminante: un día entero podría llevar la recorrida de ambas veredas, la investigación minuciosa de las boutiques de lujo, prohibitivas para casi cualquier mortal pero no prohibidas a los ojos del simple turista, la degustación de las exquisitas especialidades dulces de Ladurée y otros pasteleros que hacen de cada bocado una experiencia sublime; y el examen de las placas que, de un edificio a otro, van jalonando de historia la avenida.

MI REINO POR UNA PERSPECTIVA Los Champs-Elysées se extienden en total a lo largo de 1950 metros, de este a oeste, con un ancho de 70 metros. Son medidas imponentes, que ofrecen una perspectiva impresionante sobre el eje histórico del oeste parisiense, donde se alinean el Palacio del Louvre con la estatua ecuestre de Luis XIV, el Arco del Triunfo del Carrousel, el Jardín de las Tullerías, el Obelisco, el Arco del Triunfo y, bastante más allá –como para poner distancia entre el París clásico y el moderno– el Arco de la Defensa. A lo largo de las cuadras, el carácter le va cambiando poco a poco: en la parte inferior, es decir más cerca de la Place de la Concorde, se levantan teatros como el Marigny y centros de exposición como el Petit Palais y el Grand Palais, mientras a medida que la avenida sube hacia el Arco del Triunfo se van multiplicando las boutiques de lujo, los cines (todo un emblema, aunque también amenazados de extinción), salas de espectáculo como el Lido y cafés como el histórico Fouquet’s. Sin embargo, no todo es glamour: la elegante avenida, que pocos días atrás se preciaba de ser inmune a la crisis financiera que amenaza poner de vuelta y media las economías del mundo, tuvo que aceptar hace años el desembarco de los arcos dorados de McDonald’s, símbolo por excelencia del american way of life en términos gastronómicos.

Tampoco ambas veredas son iguales, al menos para los expertos que conocen cada adoquín como la palma de su mano: el lado par, o vereda norte, es aquel donde da el sol, un bien preciado en el gris invierno parisiense. No menos de medio millón de personas pasan por esta orilla –la que concentra la mayor cantidad de boutiques y negocios– cada día, mientras la circulación sobre el lado impar cae prácticamente a la mitad. Algo tiene que ver también el hecho de que las salidas del metro y el RER (una suerte de expreso regional con paradas más espaciadas dentro de París) se encuentren justamente de este lado.

UNA CALLE CELEBRE PARA HABITANTES CELEBRES Hoy es cada día más difícil vivir sobre los Champs-Elysées; casi todos los interiores ocultos detrás de las bellas fachadas neoclásicas o las marquesinas de los locales de moda albergan oficinas. Pero no siempre fue así: quien recorra con atención ambas veredas no tardará en encontrar cuántas personalidades habitaron o pasaron alguna vez por estos edificios, en los tiempos en que no eran históricos sino nuevas construcciones en una de las más modernas avenidas de su tiempo.

Donde hoy se levanta el drugstore Publicis, el primero en su tipo en abrir día y noche en Francia, estuvo alguna vez el Hotel Astoria de París: allí tenía sus oficinas el cuartel general de las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, con el general Eisenhower –futuro presidente de Estados Unidos– a la cabeza. Casi enfrente, en el número 152, donde hoy está la boutique Montblanc, funcionaba a principios del siglo XX uno de los principales salones literarios de París, y muy cerca de éste se inauguró en 1928 la galería comercial Les Portiques, donde hoy se encuentran los cines UGC George V. Nuevamente del otro lado, en el número 123, funcionó después de la Liberación uno de los primeros restaurantes americanos de París. Los memoriosos recuerdan, además, que el antiguo Hotel Carlton (números 119-121), edificado en 1907, fue durante al menos seis décadas la vidriera de Air France. Cruzando la calle, en Champs-Elysées 140, vivió la familia de la poeta Anna de Noailles, muy cerca del inmueble donde residió el pionero de los globos aerostáticos Henri de La Vaulx, que en 1900 logró el record de unir en globo París con Ucrania. En la misma cuadra tiene sede el Lido, y casi en la esquina vivía el pionero de la aviación Santos-Dumont. Seguramente no es una casualidad que a pocos metros un bellísimo edificio de fachada Haussmann sea la sede del Aviation Club de Francia. Y si algunos edificios se conservan, otros fueron destruidos, como el del número 82, donde vivió la actriz Sarah Bernhardt; o dedicados a otros fines, como el ex Hotel Claridge, que frecuentaron Clark Gable y Ray Charles, y que la Cruz Roja ocupó durante la Primera Guerra Mundial y los alemanes en la Segunda (hoy es una galería comercial, enfrente de la sede histórica de Paris Match, que se mudó en 1994). Lo que hoy es el Disney Store fue el Café Colisée, y donde está el Virgin Megastore –cerca de Guerlain, creador del perfume Champs-Elysées– se levantaba un edificio al que se cuenta que asistió Napoleón Bonaparte, para un baile de disfraces, donde fue reconocido por su costumbre de cruzar los brazos detrás de la espalda. Para concluir la recorrida, no hay un “número uno” en la avenida: pero en los Archivos Nacionales de Francia se conserva la referencia a esa dirección hoy inexistente, donde vivía Joseph Oller, productor de espectáculos y dueño del Moulin Rouge. Pero eso ya es en otro barrio de París...

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Vista nocturna de los Champs-Elysées, iluminados para Navidad.

La avenida desde el aire, con su magnífica perspectiva incluyendo el Arco del Triunfo.
Imagen: G. Cutuli y Oficina de Turismo de Paris
 
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