turismo

Domingo, 3 de noviembre de 2002

CUBA EL ARTE DEL HABANO

Ese humo del Caribe

De Cristóbal Colón en adelante, historia de un símbolo distintivo de Cuba. Una visita a la fabrica Partagás en La Habana Vieja y al Valle de Viñales, en Pinar del Río, donde se cultiva el mejor tabaco del mundo, cuyo aroma penetrante está presente en cada rincón de la isla. Y también, algunos secretos del arte de fumar habanos, un relajado ritual para sentir el placer de esfumarse en volutas.

“Siempre tengo a Cuba en mis labios.”
Winston Churchill

Por J. V.

En Cuba se dice que el tabaco y el azúcar son los personajes más importantes de la historia de la isla. De hecho, el sabor y el aroma del tabaco estuvieron ligados a la cultura cubana desde mucho antes de la llegada de los españoles. El 2 de noviembre de 1492, Cristóbal Colón envió a Rodrigo de Xeres y Luis de Toledo a recorrer el interior de Cuba, a la que habían confundido con Cipango. No pudieron encontrar al Gran Khan, pero tomaron contacto con el cacicazgo taíno de Maniabón, donde los navegantes “bajados del cielo” observaron el extraño ritual de “los hombres humeantes”, quienes se llevaban a la boca una suerte de “sahumerios de hojas enrolladas” mientras hacían sonar un tambor con ojos. Superada la sorpresa, pudo más la curiosidad: los españoles se animaron y aspiraron las primeras bocanadas de tabaco saboreadas por europeo alguno, pasando así a la historia, no por buenos navegantes sino como pioneros en el arte de fumar.
Desde Cuba el hábito del tabaco viajó y se instaló en Europa. El cigarro, que pasó a ser un signo de status, llegó a Francia en las manos de Jean Nicot, un diplomático francés cuyo nombre “bautizó” a la nicotina. El fervor de los habanos se desperdigó de inmediato entre aristócratas y magnates y durante el siglo XX hubo pocos símbolos del poder y el prestigio capitalista más representativos que los habanos. Pero la ironía mayor es que los mejores habanos del mundo se siguen produciendo en el bastión socialista de América latina.
Sin embargo, en Cuba el habano no es un símbolo de ostentación sino una tradición íntimamente enraizada a la cultura guajira. Su aroma está omnipresente en cada rincón de la isla, en las casas, las esquinas y los bares habaneros. Aunque nunca haya fumado tabaco en su vida, ningún viajero de ley podrá resistir en tierras caribeñas la tentación de colocarse un habano entre los dedos índice y medio para aspirar un aroma seco que luego baja rozando el paladar con su calidez. Al pitar se oye el suave crepitar de la punta roja del habano, y sólo resta el placer de quedarse observando las volutas que flotan en el aire y conjugar de esa forma la utilización de todos los sentidos. Para disfrutarlo se requiere de un tiempo generoso –no como el cigarrillo, que se consume enseguida–, tan generoso como el que se necesita para su elaboración.

Hecho a mano Antes de llegar a los labios del fumador, un habano pasa por cerca de 140 procesos diferentes, desde la siembra hasta que el comprador abre las lujosas cajas de madera. Ninguna máquina interviene en la elaboración, y podría decirse que el habano de Cuba es un producto totalmente hecho a mano.
Alrededor del tabaco existe un complejo ritual equiparable al del vino, y una sofisticación artesanal tan rigurosa como en las bodegas. Pinar del Río, al occidente de la isla, es la provincia tabacalera por excelencia de Cuba. Se trata de una región verde y montañosa, poblada de palmeras y grandes valles. Su lugar en el mapa vendría a ser la cola del caimán. Cercana a La Habana y Varadero, la excursión a Pinar del Río es un viaje en el día que realizan gran parte de los turistas que visitan Cuba. Y para los fanáticos del habano, el paseo se convierte en una verdadera peregrinación tabacalera.
En la carretera un cartel espectacular anuncia “¡Lo cubano está aquí!”. La neblina matinal cubre el Valle de Viñales y por doquier se distinguen los secaderos con sus techos a dos aguas dispersos por el paisaje. A menudo se ven arados tirados por bueyes surcando la tierra. Al viajar por los caminos de Pinar del Río se ve a los campesinos con su sombrero guajiro cosechando unas hojas muy amplias y verdes, cuyo aroma entra por la ventanilla del auto. Esas hojas se cortan con un cuchillo de hoja curva y se cuelgan en unos “cujes” (palos) durante tres días para que se marchiten. Después pasan al secadero por tres meses, y luego se estacionan unos 20 días en un pilón.
En Cuba el cultivo del tabaco está organizado mediante un sistema de cooperativas y parcelas privadas cuya producción se vende al Estado a un precio fijo. Para observar en detalle la manufactura de los habanos conviene acercarse a la ciudad de Pinar del Río y visitar alguna fábrica.

En La Habana En Cuba una misma fábrica de tabacos produce distintas marcas de habanos. En la fábrica de Partagás se fabrican las marcas Bolívar, Ramón Allones, La Gloria Cubana y los Cohiba Robustos. El viejo edificio habanero de tres pisos de la Real Fábrica de Tabacos Partagás fue levantado en 1845 y es una de las joyas arquitectónicas de La Habana Vieja. Adentro, varios centenares de trabajadores se dedican a clasificar los tipos de hojas y a enrollarlas con suma habilidad y rapidez mediante métodos artesanales que han variado muy poco durante décadas. Los torcedores –como se conoce a quienes tuercen la hoja del tabaco– se sientan frente a unas largas mesas de madera sin más elementos que una chaveta (especie de cuchillito oval) y las hojas de tabaco. Ya en 1865 comenzó en las fábricas de habanos la tradición de la lectura en voz alta de obras literarias de autores clásicos y de actualidad, así como noticias y otros textos, como forma de aliviar la monotonía de un trabajo tan metódico. A raíz de esta costumbre, en Cuba se considera a los trabajadores del tabaco entre los más cultos del país.

La bocanada final En un pasado no muy lejano, los hombres elegantes compraban sus trajes en Londres, los zapatos en Milán, las camisas y corbatas en París y los habanos en Cuba. Aún hoy, el mejor lugar del mundo para comprar tabaco de calidad es La Habana, en negocios especiales donde los habanos llegan directamente desde la fábrica y se los exhibe en unas vitrinas con las mismas condiciones de temperatura y humedad que en el Valle de Viñales. Los precios, al no haber intermediarios, son un cuarto o la mitad de lo que se pagaría en el extranjero.
El novato fumador tiene que saber que entre los secretos del “arte de fumar habanos” están no tragarse el humo y saborearlo lentamente. Al encenderlo se lo debe hacer con un fósforo de madera o un encendedor a gas, y sin pitar. Luego se fuma dejando que la ceniza se caiga por sí misma cuando tenga que hacerlo, sin apurarla, disfrutando así el relajado ritual de ver esfumarse el placer en volutas.

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El recolector de hojas de tabaco trabaja en los plantíos con un habano en la boca.
 
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