turismo

Domingo, 17 de abril de 2011

SAN JUAN. UNA GIRA DE SEMANA SANTA

De lunas y santas

Un itinerario de cuatro días por la provincia de San Juan, visitando el Valle de la Luna y sus paisajes de otro mundo, el santuario de la Difunta Correa, el pueblo de Rodeo y el dique Cuesta del Viento. Y también la aventura de hacer rafting en el cañón del río Jáchal.

 Por Julián Varsavsky

Los cuatro días feriados de la Semana Santa por cierto no alcanzan para conocer San Juan exhaustivamente, pero permiten una aproximación a lo esencial de esta provincia donde el máximo icono por conocer es el Valle de la Luna. La gira puede seguir por el pueblo de Rodeo, para practicar actividades de turismo aventura. Y en el camino, la Semana Santa conserva los ecos de una gran fiesta popular de religiosidad pagana, que vio al Santuario de la Difunta Correa abarrotado por miles de personas para pedir a una santa no reconocida por la Iglesia Católica milagros de todo tipo, que luego agradecen de las formas más curiosas imaginables.

Cardones y montañas junto a los caminos de tierra, un paisaje de pura cepa sanjuanina.

A LA RUTA Desde Buenos Aires a la capital de San Juan hay 1200 kilómetros, que se pueden hacer de un tirón o pasando la noche en algún lugar intermedio como Córdoba o San Luis. Sin embargo, quizá la mejor forma de aprovechar el tiempo es volando justo antes de la Semana Santa para alquilar un auto y salir a recorrer sin apuro ni cansancio.

El punto de partida de una mini gira sanjuanina es la capital provincial, donde conviene pasar la noche del arribo para cargar las valijas en el auto a la mañana siguiente y partir. Claro que antes de abandonar la capital se puede visitar alguna bodega, la casa natal de Sarmiento –donde sobrevive la famosa higuera y existe aún el telar de doña Paula Albarracín– y el Museo de Ciencias Naturales.

El museo no es uno más, sino que merece una atención particular (además es pequeño y ameno). Grandes colecciones y universidades del mundo darían cualquier cosa por tener en sus vitrinas al menos una de las piezas únicas que se exhiben aquí. Además, la visita guiada permite entender el valor paleontológico del Valle de la Luna, algo que no se ve a simple vista en el parque. Los principales hallazgos del sitio están en este museo, incluyendo una muestra casi completa de los esqueletos fosilizados que demuestran la evolución de los dinosaurios desde su aparición sobre la Tierra en el Triásico, comenzando por los más pequeños –como el Eoraptor Lunensis, de sólo 1,20 metro de altura– hasta el Herrerasaurus, que medía cuatro metros de largo.

SANTA DIFUNTA Por la tarde del primer día en San Juan ya se puede partir hacia el nordeste por la RN 141 con destino a la ciudad de Valle Fértil, parando antes en el santuario de la Difunta Correa, situado 60 kilómetros al este de la capital, en la localidad de Vallecitos. La Semana Santa es el momento más interesante para visitar el santuario por la gran peregrinación, aunque también es la época de las aglomeraciones y el tráfico lento en la ruta.

Al pie del santuario de la Difunta Correa hay trece capillas que fueron surgiendo de donaciones: allí se deja la mayoría de las ofrendas a esta santa no reconocida por la Iglesia Católica. Las paredes exteriores de las capillas están cubiertas hasta el último centímetro con chapitas agradeciendo milagros. Y en el interior rebosan de ofrendas hasta el techo.

Las capillas están divididas, con relativa coherencia, por ramo. Por ejemplo, una de las capillas está dedicada claramente –aunque no de manera exclusiva– al deporte. Su interior es una profusión barroca de trofeos de campeón –uno de tres pisos dice “Washington 2007”–, medallas de natación, banderas de clubes de barrio, botines de goleador.

En la capilla del transporte están, además de los camioncitos, numerosos autitos, licencias de conducir e incluso fotos de autos recortadas de un folleto, evidentemente, un pedido por cumplir. En otra, unas 5000 jóvenes donaron vestidos blancos que cuelgan de otras tantas perchas llenando la capilla de las novias.

Entre las capillas, varias son verdaderos cambalaches, donde por ejemplo se mezclan en una especie de rincón musical el disco de oro de Adrián y los Dados Negros con contrabajos cubiertos de polvo, mandolinas, arpas, guitarras apiladas con las cuerdas retorcidas, quenas andinas, violines y una bomba de agua. A unos metros, en la misma capilla, hubo quien dejó a su caniche blanco embalsamado, mientras a un costado hay una estatuilla de San Ceferino –futuro santo– y al otro una foto del Potro Rodrigo, ¿también futuro santo? En esta capilla el lugar dedicado al deporte es un rincón donde se apilan botas de esquí, raquetas de tenis sin encordado, paletas, bochas, bolas de bowling y bastones de hockey, esquí y golf. Y más allá, una máquina Polaroid y un par de boleadoras.

La capilla asignada a las fuerzas de seguridad está llena de gorras de policía y de marinos apiladas al tuntún, avioncitos, chaquetas blancas e insignias de cabo y sargento. Una capilla menor está dedicada a Jesucristo, cuya imagen se reproduce hasta el infinito en todas las formas, tamaños y soportes posibles.

Afuera del santuario prolifera el merchandising de llaveros, cruces, bombos, mates, imágenes de Ceferino Namuncurá y el Gauchito Gil, pelotas de Boca, Difuntas para colgar en el espejito del auto y piedras con poderes. A un costado de ese mercado se estacionan autos y caballos.

Los que piden una casa y la obtienen dejan una réplica en miniatura, una casita. Por eso, mientras se asciende por la larga escalinata techada que conduce a la ermita levantada en el lugar del milagro, entre gente que sube los escalones de rodillas, se ven a los costados centenares de casitas colocadas sobre la roca de la montaña, una de ellas construida con palitos de helado.

Camino a Rodeo. Cuando cae la tarde, se encienden de rojo y naranja los paisajes.

AL VALLE DE LA LUNA Pasando el río Bermejo hay que tomar rumbo norte por la RP 510 hacia Valle Fértil, donde conviene pasar la segunda noche para visitar al día siguiente el Valle de la Luna.

El Valle de la Luna se recorre con vehículo propio, en grupos guiados que salen cada media hora. El recorrido dura tres horas y media, aunque para llevarse una visión más completa de este parque provincial lo ideal es hacer un trekking al Cerro Morado que, al margen del placer de caminar sin nadie a la vista por un ambiente del Triásico, ofrece una vista panorámica general imposible de lograr desde otro lado.

El Cerro Morado está en el sector sudeste del parque y sólo se puede acceder con un guía oficial (siempre los hay disponibles en la oficina de guardaparques y cobran $100 por grupo). Una vez en la base del Cerro Morado no hay que olvidarse el agua en el auto. Al mirar hacia arriba, pensando en el esfuerzo por venir, se ve claramente que el cerro es un afloramiento rocoso que tiempo atrás fue un volcán. Por eso está coronado con pura roca basáltica, que no es otra cosa que lava enfriada cuyo color en este caso es un morado bastante oscuro.

La caminata es de 10 kilómetros ida y vuelta y se tardan tres horas en total, subiendo desde los 1350 hasta los 1800 msnm. Al principio proliferan los cardones, con sus vistosas flores blancas. Pero el último tramo de la subida es el más empinado: el sol se hace sentir y el esfuerzo es grande para quienes no tengan un estado físico aceptable. Sin embargo, la panorámica en la cima compensa el cansancio. Desde una especie de balcón natural se ve completo el Valle de la Luna, algo imposible en la excursión tradicional. A la derecha están las Barrancas Coloradas y a la izquierda se ve la característica geológica principal de este valle: una serie de capas sedimentarias del Triásico que estaban superpuestas, brotaron de lo profundo de la tierra y se derramaron como un mazo de cartas caído de costado. Es decir que solamente desde aquí se puede entender la geología del lugar. Y en la lejanía se ven las líneas de fuga de las rutas de asfalto, las sierras de Valle Fértil y los paredones gigantes del Parque Nacional Talampaya, parte de la misma cuenca triásica del Valle de la Luna.

Según como se administren los tiempos, luego de visitar Ischigualasto se puede volver a dormir a Valle Fértil, o seguir viaje con destino al pueblo de Rodeo, 320 kilómetros al noroeste. En esta localidad se puede dormir en alguna de las hosterías, campings y complejos de cabañas que sirven de base para recorrer la Cuesta del Viento, darse un baño en las termas de Pismanta o practicar deportes de aventura como mountain bike, cabalgatas, paseos en 4x4, salidas de pesca, trekking y bajadas de rafting por el río Jáchal.

La cuarta jornada es el día para visitar los alrededores de Rodeo. El sitio más interesante es el dique Cuesta del Viento. Cualquier viajero un poco desorientado podría llegar hasta aquí y pensar que está frente al famoso Valle de la Luna inundado por un gran diluvio: pero se trata de un ventoso lago artificial originado hace quince años por la construcción del dique, que por un azar de la intervención humana, conformó uno de los paisajes más sorprendentes de nuestro país.

Al llegar por la ruta, la Cuesta del Viento aparece de repente con la inmensidad radiante de un extraño valle que combina la aridez de un paisaje lunar con la transparencia de aguas caribeñas. Dentro del lago, rodeado por montañas de más de 5000 metros, sobresalen peñones solitarios cuyos rectos paredones tienen algo de fortaleza sumergida. Algunos tienen extrañas formas helicoidales y desde lejos pareciera que una verdadera Atlántida en ruinas sobresale apenas en las aguas. Al fondo del paisaje, unos rojizos vendavales de arena se elevan en remolinos hasta el cielo.

A cinco kilómetros del dique Cuesta del Viento se realizan las bajadas de rafting por el río Jáchal. Esta aventura en gomón comienza cerca de las compuertas del dique, donde un estrecho cañón de seis metros de ancho con paredones de 25 metros de alto conforma uno de los ambientes más hermosos del país para realizar esta actividad. El Jáchal es un río ciclotímico, que por momentos explota de furia en concéntricos remolinos y al instante se apacigua en felices remansos. Es considerado nivel de complejidad 3 y 3+, es decir que es apto para inexpertos. El trecho del vertiginoso paseo mide doce kilómetros que se recorren en poco más de una hora, y la mayor velocidad que se alcanza es de 40 kilómetros por hora.

Interior de una de las capillas del santuario de la Difunta Correa.

AGUA NEGRA El quinto día ya es hora de emprender el regreso. Quienes vuelvan en avión quizá tengan tiempo para una última excursión que haya quedado pendiente, o simplemente para descansar un poco. Y aquellos a los que el tiempo realmente les sobre, pueden contratar una excursión en 4x4 hasta el espectacular paso cordillerano a Chile llamado Agua Negra, por la RN 150. El camino es de tierra consolidada, y aunque carece de complicaciones, lo ideal es recorrerlo con una camioneta 4x4 (en auto común se debe ir con mucha precaución).

La ruta sube hasta más de 4000 metros sobre el nivel del mar, donde las montañas carecen de vegetación. A simple vista no hay indicios de vida sobre la Tierra. La noción del espacio se pierde a medida que se agranda el horizonte visual, y se recupera de pronto cuando mil metros más abajo aparece un puntito negro avanzando sobre cuatro ruedas en cámara lenta por la ruta.

La aridez deja al descubierto la compleja diversidad geológica de las montañas, reflejando un abanico multicolor de minerales amarillentos, verdosos, rojizos, violetas, ocres y anaranjados, cubiertos a veces por solitarios manchones de nieve. Además aparecen varios glaciares de altura.

Dos kilómetros antes del cruce a Chile encandila a los viajeros un brillo blanquecino detrás de una curva. A simple vista parece un glaciar que llega hasta el borde de la ruta, pero se trata de una serie de penitentes, esa extraña formación de hielo que surge por la acción combinada del sol y el viento a partir de grandes acumulaciones de nieve en los terrenos áridos.

La tentación de tocar el hielo de los penitentes seduce a todos, y nadie duda en detener la marcha para bajarse a jugar en ese laberinto blanco. De cerca se descubre que los penitentes son más grandes de lo que parecen, y forman una compacta pared de 200 metros de largo con hielos de cuatro metros de altura. En la parte superior son puntiagudos y parecen una sucesión de torres con punta de aguja que se levantan una junto a la otra escalando la ladera.

El camino trepa hasta los 4770 metros, donde está el mojón que señala el límite con Chile. Allí se puede seguir hacia tierras chilenas o regresar a la ciudad de San Juan. Y prácticamente al borde de la ruta se levanta el escarpado pico San Lorenzo, con sus descomunales 5600 metros de altura, muy bien disimulados por su cercanía con otros gigantes cordilleranos que trastruecan las nociones del espacio. Este es el punto más alto de la travesía, donde las miradas vagan en libertad por un ámbito infinito que parece ajeno al mundo cotidiano, que ha quedado muy abajo. Es el corazón de la legendaria Cordillera de los Andes, donde rodea al viajero una soledad absoluta y libertaria, opuesta a la que oprime en la pequeñez de un cuarto. Al mirar alrededor, se diría que el tiempo se paralizó en el instante posterior al momento en que terminaron de levantarse estas montañas, hace unos 50 millones de años

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Un alto en el camino de la cabalgata de Semana Santa hacia el santuario de la Difunta Correa.
Imagen: Leandro Teysseire
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