turismo

Domingo, 20 de enero de 2002

ARGENTINA DINOSAURIO

Nuestro Jurásico

Un recorrido por Patagonia y Cuyo para encontrar los rastros de un país desaparecido hace millones de años: huesos, huellas y huevos fosilizados de dinosaurios que hacen de la Argentina Jurásica un paraíso paleontológico.

Textos y Fotos:
Graciela Cutuli

La Argentina es algo así como el sueño de Indiana Jones hecho realidad. En nuestro ancho territorio no hay arcas perdidas ni un Santo Grial para rastrear, pero el suelo parece una inagotable fuente de restos fosilizados que ayudan a los científicos de todo el mundo a comprender mejor cómo fue la vida en la prehistoria, cuando los lugares que hoy sólo muestran un desolador paisaje de viento y roca eran un vergel exuberante de clima tropical, o incluso el fondo de un mar ya desaparecido.

Yo, el mas grande de todos En los últimos años, los hallazgos se sucedieron gracias a la tenacidad de investigadores y arqueólogos profesionales o aficionados que pueden descubrir, allí donde el lego no ve más que desierto, esqueletos enteros de grandes animales prehistóricos. Uno de los ejemplos más conocidos es el de Rubén Carolini, que encontró en las cercanías de Villa El Chocón, junto a la confluencia de los ríos Neuquén y Limay, los restos del dinosaurio carnívoro más grande del mundo: en su honor, se lo conoce como Giganotosaurus carolinii (“giga”, por grande, y “noto” por Notus, el viento del sur para los romanos). Quien quiera verlo puede visitar el pequeño museo de Villa El Chocón donde se encuentran sus huesos junto a algunas fotografías de los trabajos de recuperación, o bien visitar los salones del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, en Buenos Aires: allí podrá medir fuerzas con el dinosaurio, y sin duda agradecer que el ejemplar que uno se encuentra frente a frente –que medía unos 14 metros de largo y pesaba unas 10 toneladas– sea sólo una reconstrucción.
En las cercanías de la Confluencia, donde los ríos Neuquén y Limay forman el río Negro, hay muchos paisajes por donde en el pasado corrían los dinosaurios y otras especies prehistóricas. Es emocionante ver sus huellas claramente impresas en la roca, como si hubieran pasado ayer: estas pisadas, que datan de la época en que la Patagonia era un lugar húmedo y templado, son grandes y pequeñas, y permiten adivinar a las crías siguiendo el paso de sus padres a orillas del lago Ramos Mexía. En las cercanías fueron hallados muchos otros ejemplares de saurópodos, como el Pellegrinisaurus, el Neuquensaurus y el carnívoro Abelisaurus, cuyo cráneo está en exhibición en el Museo de Cipolletti. Allí también se descubrieron los restos de un Kritosaurus (dinosaurio con pico de pato), reconstruido tanto en el museo Rivadavia como en el Egidio Feruglio de Trelew y en el de Cipolletti. Lo cierto es que el Valle Cretácico –toda la zona protegida de la margen sur del río Negro– tiene todavía muchos secretos para sacar a la luz: pero la crónica falta de presupuesto hará que allí sigan, bien protegidos en el vientre de la Patagonia.

Ischigualasto Park Lo llaman el Valle de la Luna, y con igual razón podrían llamarlo el Valle de los Dinosaurios. Aunque en general se los presenta como dos itinerarios turísticos diferentes, Ischigualasto –en la provincia de San Juan– forma parte de la misma cuenca que Talampaya, en la provincia de La Rioja. Estas tierras modeladas por el viento, que imprimió a las rocas las más caprichosas formas, se remontan a más de 220 millones de años.
La sequedad extrema de hoy, sólo apta para pumas y guanacos, fue en aquellos tiempos un gran pantanal húmedo donde los animales y las plantas eran verdaderos gigantes de la naturaleza. En esta zona fueron encontrados los restos del Eoraptor lunensis –un pequeño dinosaurio carnívoro– y el Herrerasaurus. En el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de San Juan también es posible acercarse a las reconstrucciones a escala de otros animales prehistóricos, como el Cinodonte o el Rincosaurus. Prácticamente no hay rincón de Cuyo o las provincias del noroeste que no tenga su propio fósil: en Los Colorados, una formación que aflora en la provincia de La Rioja, fueron hallados el Coloradisaurus y el Riojasaurus (se exhiben en el Instituto Miguel Lillo de Tucumán y en la Universidad Nacional de La Rioja); en el sur de Mendoza los paleontólogos identificaron organismos marinos fosilizados, y grandes reptiles marinos: entre ellos, tortugas acuáticas, Ictiosaurios (reptiles semejantes a un delfín), Plesiousaurios y algunos Pterosaurios (reptiles voladores), que aunque vivían en las zonas costeras murieron en el mar. Al desaparecer las aguas por los cambios climáticos, en el lecho limoso se conservaron los restos de los animales. Estos restos, sorprendentemente conservados en algunos casos, vuelven a aparecer muchas veces por causas naturales: sin que nadie los busque, la propia erosión pone al descubierto los fósiles firmemente encajados en la roca. Es tarea de los arqueólogos liberarlos lentamente, envolverlos en vendas y formarles una capa protectora de yeso antes de llevarlos a los laboratorios donde se podrá determinar la especie y la antigüedad de cada fósil descubierto.

Dinopatagonia En cada localidad que se visita cuando se recorre la Argentina siguiendo las huellas de los dinosaurios hay que pasar por los museos, a veces pequeños y precarios, donde se exhiben los hallazgos y reconstrucciones. Junto al de Villa El Chocón, no hay que perderse el Museo de la Universidad Nacional del Comahue (Neuquén), donde se exhiben los dinosaurios carnívoros Alvarezsaurus y Velocisaurus, además de los restos originales del Rebbachisaurus, ni el Museo Carmen Funes de Plaza Huincul, donde fueron encontrados el Antarctosaurus y el Argentinosaurus, que son algunos de los dinosaurios más grandes del mundo. Recientemente, una agencia de viajes empezó a ofrecer un tipo de acercamiento a este mundo inédito en la Argentina: en una semana se pueden conocer los principales museos y yacimientos paleontológicos de Neuquén, y sobre todo acompañar a un grupo de arqueólogos durante las distintas etapas del proceso de excavación. La experiencia es única, y permite aprender de boca de los profesionales algunos secretos de un oficio que desde siempre fascina a grandes y chicos porque permite internarse en los grandes misterios de la prehistoria.
Más al sur, también Santa Cruz fue tierra de dinosaurios. En algunos casos sólo se han conservado las huellas, como sucede con el Sarmientichnus, cuya forma de caminar –apoyando sólo dos dedos de las patas en lugar de los tres dedos que apoyaban los terópodos– despierta numerosas dudas y preguntas entre los expertos. En otros lugares de la provincia, mientras tanto, se han hallado verdaderas joyas: así sucede con el ejemplar llamado Mussaurus, del que se encontró un nido con varios pichones, y con otras variedades de las que se encontraron huevos fosilizados. En sus tiempos, los troncos petrificados que hoy forman un Monumento Natural Nacional eran grandes bosques vivientes a cuya sombra se refugiaban los dinosaurios: hoy, estos valiosos yacimientos que se prefiere preservar del acceso al gran público por elementales razones de conservación guardan la llave de más de una puerta del pasado.
Algunas de esas puertas se pueden abrir en uno de los museos más modernos e interesantes del país: el Egidio Feruglio de Trelew, en Chubut. Empezando por la Era Cuaternaria, se puede ir remontando la historia a través de cada fósil, todos fechados y con la explicación del lugar donde fueron hallados. Recorriendo la novedosa estructura, de forma circular, los visitantes se topan con el Carnotaurus –un dinosaurio carnívoro con cuernos descubierto en Chubut hace 17 años– y con los huevos del Titanosaurius, un ejemplar de más de 60 millones de años que fue encontrado en la provincia de Río Negro. Para completar la visita, hay que recorrer el Parque Paleontológico Bryn Gwyn, de Gaiman, asociado con el museo: allí lo que se ha visto en las salas puede apreciarse en unambiente natural a través de las visitas guiadas que organiza el Egidio Feruglio. Con un poco de ayuda y de práctica, los visitantes aprenden a identificar por sí solos las edades de las diferentes capas que componen el terreno, y a reconocer fósiles de animales marinos, invertebrados y aves. Esta ventana a la historia es la manera más valiosa de crear en los turistas conciencia del enorme patrimonio paleontológico de la Argentina: a ellos, y no sólo a los arqueólogos e investigadores, les corresponde cuidarlo para que llegue a las próximas generaciones exactamente como la naturaleza lo conservó.

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