turismo

Domingo, 15 de abril de 2012

FRANCIA. 48 HORAS EN PARíS

Luces de la ciudad

París, la inigualable Ciudad Luz, brilla en los primeros días de la primavera. Un circuito destinado a los que van por primera vez, para recorrer en 48 horas las más clásicas postales parisinas, con lo esencial de una ciudad tan antigua como moderna, desde la medieval Nôtre Dame hasta el modernísimo Arco de la Defensa.

 Por Graciela Cutuli

Un circuito bien organizado es el mejor aliado del viajero con poco tiempo. ¿Quién no quisiera tener dos semanas tranquilas en París para internarse con tiempo en sus calles, secretos y monumentos? Pero cuando el calendario dicta que el tiempo disponible es de apenas dos días, no queda más remedio que planificar y elegir. Cada turista podría tener sus propios dos días en París, acorde al refrán según el cual “sobre gustos no hay nada escrito”, pero en una primera y breve visita la gran mayoría coincidirá en los lugares más clásicos de la capital de las luces.

Barrio Latino. La librería Shakespeare & Co., un emblema de la bohemia parisiense.

DESDE LO ALTO Símbolo de símbolos, la otrora denostada Torre Eiffel es hoy el icono de París y el lugar ideal para tener una vista panorámica de la ciudad desde los casi 300 metros de altura de su tercera plataforma. Se puede llegar bien temprano para estar a las 9 –el horario de apertura en verano– y gozar con la vista despejada de toda París a los pies. La otra alternativa, recomendable si es verano y el tiempo ayuda, es dejarla para el final: durante esa temporada la torre cierra a la medianoche (las últimas entradas se venden a las 22) y ofrece un espectáculo inolvidable con sus luces centelleantes a orillas del Sena. En el medio, quedará el día entero para disfrutar de los demás rincones parisienses.

Más allá de tomar el metro de un lado a otro, el gran aliado del residente pero también del turista cuando corre el reloj, hay que caminar algunas avenidas para tener una imagen más lograda de la ciudad. Sobre todo los Champs-Elysées, que tienen en total 1950 metros de largo y son una suerte de cadena de lujo cuyos eslabones se llaman Place de la Concorde, Palacio del Elíseo, Grand Palais y Arco del Triunfo: esta magnífica perspectiva que permite ver a lo lejos el también célebre y moderno Arco de la Defensa, diminuto por la distancia, es también la vidriera del mundo de la moda y el teatro, con salas como el Lido y confiterías como Ladurée, cuna de los famosísimos macarons.

A su vez, los Champs-Elysées son la continuación virtual de la Rue de Rivoli, la famosa calle del Museo del Louvre. Pero cuando el tiempo es tan corto es difícil hacerse tiempo para la recorrida del museo, cuyas dimensiones requieren por lo menos una tarde... y solo para tener un pantallazo efímero. Para acercarse a las tres obras maestras más emblemáticas –la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia y la Gioconda– está la posibilidad de aprovechar los dos días en que el museo abre en horario nocturno: los miércoles y viernes, hasta las 21.45, aunque hay que recordar que las salas empiezan a cerrar un cuarto de hora antes. Si no se quiere resignar la visita a los museos, otra opción es conocer el magnífico Museo D’Orsay, el santuario de los impresionistas, más pequeño que el Louvre pero repleto de obras célebres.

Nôtre Dame. La insoslayable y magnífica catedral medieval.

ILE DE LA CITE El D’Orsay no está muy lejos de la Ile de la Cité, una de las dos islas que quedan sobre el Sena durante su travesía de París (la otra es la íntima Ile St. Louis, en tanto la tercera desapareció al quedar unida a una de las orillas de la ciudad). Sobre la Ile de la Cité está uno de los grandes monumentos de la París medieval: la Catedral de Nôtre Dame, el escenario que eligió Victor Hugo para narrar la tragedia de Quasimodo y Esmeralda.

La Ile de la Cité es además el lugar ideal para pasar de una orilla a otra de la capital francesa: de un lado la Rive Gauche (margen izquierda), el barrio intelectual donde están la Sorbona y St. Germain des Prés, con todo el recuerdo de las movidas culturales y revolucionarias del siglo XX; del otro la Rive Droite (margen derecha), donde se asienta la París más aristocrática y conservadora. Después de recorrer Nôtre Dame (la fachada oeste, sobre la plaza, es la principal y más conocida), sus magníficos vitrales y los negocitos de los alrededores, se puede poner rumbo a otro monumento de París, esta vez dedicado a las artes: la célebre Opera Garnier, templo del ballet y punto de partida de la Avenida de la Opera, otra de las calles que vale la pena recorrer a pie. En los alrededores están las grandes tiendas como Galerías Lafayette y Printemps; si no se quiere dejar allí la billetera y el escaso tiempo restante, convendrá mirar solo sus vidrieras (aunque un vistazo al precioso interior arquitectónico de ambas nunca está de más). Luego, bajando por la Avenida de la Opera se llega hasta el edificio de la Comédie Française y el Palais Royal, que tiene tal vez el más bello jardín de París. Nuevamente se habrá llegado así a orillas del Sena, y si empieza a anochecer y no se eligió la opción de la Torre Eiffel nocturna, puede ser muy buena idea tomarse uno de los “bateaux mouches” que recorren el río a ritmo lento, permitiendo admirar de ambos lados los monumentos iluminados de París, para volver a tener un pantallazo mágico de la ciudad que enamoró a artistas y escritores a lo largo de los siglos.

La pirámide del Louvre, obra de un arquitecto chino, funciona como acceso al museo.

MONTMARTRE El epicentro de aquel mundillo bohemio de artistas y escritores puede ser el punto de partida del día siguiente: habrá que alejarse entonces del centro para ir hacia el norte de París, donde Montmartre –el barrio bohemio por excelencia– se destaca gracias a la mole blanca de la iglesia del Sacre Coeur. La “butte” o colina de Montmartre es el punto más alto de París, y durante mucho tiempo fue incluso un pueblo aparte, con su propio cementerio y hasta un viñedo que sigue existiendo en la actualidad. A fines del siglo XIX y principios del siglo XX se convirtió en el área de entretenimientos más animada de París, gracias a cabarets como el Chat Noir y el Moulin Rouge: al mismo tiempo, era barato y atrajo a artistas como Toulouse-Lautrec, Van Gogh y Picasso. Hoy es uno de los imperdibles de París gracias a la Place du Tertre, donde se concentran pintores, retratistas y paisajistas sobre una placita rodeada de cafés y negocios de diseño.

Bajando nuevamente hacia las orillas del Sena, pero siempre sobre la Rive Droite, se puede hacer un alto en la zona del Beaubourg, o Centro Pompidou, aquel que en los años ‘70 revolucionó la serie arquitectura parisiense con sus estructuras a la vista. Adentro es un museo de arte contemporáneo, donde se destacan los bellos y sugestivos collages de Matisse, mientras afuera puede ser la ocasión ideal para asistir a un concierto sobre la explanada aprovechando el sol de la tarde.

Yendo luego hacia el este de París, llega uno de sus lugares más simbólicos: es la Bastilla, donde alguna vez estuvo la fortaleza cuya destrucción se conmemora como fecha oficial de la Revolución Francesa. Hoy están la columna y una Opera moderna, pero muy cerca está también uno de los lugares más bonitos de París, aunque no figure como primera opción en todas las guías: la cuadrangular Places des Vosges, un rincón íntimo y tradicional, de seria arquitectura pero alma encantadora.

El tiempo se va acortando, de modo que habrá que decidirse a cruzar nuevamente hacia la orilla izquierda del Sena. Si se avanza desde la Bastilla hacia el oeste, uno de los puentes más lindos para el cruce es el Pont Au Change, que ofrece una vista hermosa de la Conserjería, la prisión donde estuvo recluida María Antonieta en tiempos de la Revolución: es una vista del París medieval que vale la pena no perderse, sobre todo en el atardecer. A un paso de la Conserjería, la Sainte Chapelle deslumbra con sus vitrales. Los dos lugares se pueden visitar juntos, pero hay que tener en cuenta –si el tiempo es corto– que la espera puede ser larga. Quien sea amante de los puentes no debería perderse tampoco (pero está en el otro extremo de París) el Alejandro III, exuberante y barroco, nacido a caballo de los siglos XIX y XX para celebrar la alianza franco-rusa. O el Pont Neuf, escenario de una famosa película, que está en el centro de la ciudad y a pesar de su nombre es el más antiguo de todos.

Ya sobre la Rive Gauche, la visita puede terminar en Saint Germain des Prés, eje de la vida intelectual de París en la segunda mitad del siglo XX. Sus brasseries y cafés invitan a demorarse en las terrasses, al aire libre, viendo pasar la vida y el recuerdo del existencialismo, el jazz y la nouvelle vague. Como testimonio, allí están los míticos Café de Flore y Deux Magots, aunque hoy son más sitios turísticos que verdaderos motores de la vida cultural local. Por la noche, las callecitas del Barrio Latino están entre las pocas de París que tienen vida nocturna, y son un buen lugar para pasear, comer en los restaurantes griegos y terminar la visita con cierto aire bohemio alejado del París monumental de las primeras horas

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Una postal clásica del templo del ballet en París, la Opera Garnier.
Imagen: de Oficina de Turismo de Paris
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