turismo

Domingo, 14 de septiembre de 2003

ITALIA PEQUEñA GUíA DE ROMA

Secretos romanos

Desordenada, vital, con un pasado tan largo que aún se sigue descubriendo día a día, Roma reivindica en el siglo XXI su papel de “cabeza del mundo”. Fuente de sorpresas inagotables, sigue atrayendo a legiones de admiradores. Para nuevos y reiterados turistas, un itinerario de lugares deliciosos y secretos de la bien llamada Ciudad Eterna.

Por G. C.

Basta un pequeño muestrario de la sabiduría popular para darse una idea de la proyección de Roma a lo largo de los siglos, no sólo y como es bien sabido en la cultura y las artes (sobre todo el idioma, ya que en media Europa, Africa y América Latina se hablan idiomas derivados del latín) sino también en circunstancias muy aplicables a la vida cotidiana. “Todos los caminos conducen a Roma”; “quien lengua ha, a Roma va”; “bien se está San Pedro en Roma”; “a Roma por todo”; “Roma y Pavía no se hicieron en un día”, “cuando a Roma fueres, haz lo que vieres” (este último consejo sin duda es anterior a la era del automóvil, ya que puede ser peligroso hacer lo que se viere cuando el modelo es un romano al volante). Roma es, de algún modo, el prototipo de la ciudad, y el romano, el modelo de habitante urbano universal. Y todavía hoy, veinte siglos después de su afirmación como “cabeza del mundo”, Roma sigue atrayendo con extraordinaria energía a legiones de admiradores fieles para quienes no hay mejor forma de turismo que una visita a la bien llamada Ciudad Eterna. Para ellos, que ya vieron lo que sí o sí se ve de Roma en un par de días y van en busca de nuevas sorpresas, son algunos de estos lugares donde la gran “Urbs” sigue prodigando su historia y su belleza.

La piña del Pantheon El Cortile della Pigna de los Museos Vaticanos es -el nombre de lo dice– un amplio patio donde sobresale una insólita piña gigante fundida en bronce. Según las leyendas que nunca faltan en Roma, esta piña cerraba el ojo de la cúpula del Pantheon, templo pagano convertido en iglesia cristiana donde se conservan tumbas de reyes y artistas. Dicen que tantos eran los demonios refugiados en el Pantheon en los albores del Cristianismo, que un día al oír los rezos de los nuevos creyentes y sentir el perfume del incienso, salieron disparados en medio de una tormenta de viento de fuerza tal que levantó la piña de bronce. Con la cúpula definitivamente abierta, ya fuera por los demonios o por el talento de los arquitectos romanos que concibieron el templo, se instaló la costumbre de arrojar durante la Cuaresma, desde este “ojo” abierto al cielo, pétalos de rosa sobre los fieles. Como curiosidad, se puede recordar que en el siglo XVII se levantó el bronce de las vigas del pórtico del Pantheon para fabricar las columnas del Baldaquino de San Pedro (y sobró metal suficiente para fundir 80 cañones para el Castel Santangelo).

El elefante y el obelisco Aquí y allá, en toda la ciudad es frecuente encontrar obeliscos procedentes de las numerosas conquistas romanas. Uno de ellos, de granito rosado y con jeroglíficos esculpidos en todos sus lados, está sostenido por un curioso elefantito ubicado en Piazza della Minerva. Los romanos lo llaman el “pulcin della Minerva”, y tiene su propia historia: habiéndose encontrado el obelisco en 1665, en el jardín del convento de los dominicos, lindante con su iglesia, el papa Alejandro VII le encargó a Bernini un momento que lo sostuviera, para exhibirlo. El elefante gustó, pero los monjes exigieron que el escultor colocara bajo el vientre del animal una base cuadrangular. A Bernini no le quedó más remedio que aceptar, pero terminó cubriendo la base con una suerte de amplia vestidura, y para terminar de manifestar su enojo colocó el elefante dándole la espalda al convento de los dominicos. Los romanos, rápidos para las burlas, bautizaron el monumento como “porcin (cerdito) della Minerva”, que con los siglos derivó en “pulcin”.

La iglesia de Neron En la Edad Media, se hizo muy popular una leyenda según la cual la iglesia Santa Maria del Popolo habría sido construida sobre el sitio de la sepultura de Nerón. Sobre esta tumba rondaba el alma en pena del emperador condenado, en torno de un árbol que había crecido sobre el lúgubre emplazamiento. Para terminar con los rumores, en 1099 el Papa “tuvo una visión” e hizo arrancar el árbol, que fue quemado y sus cenizas, arrojadas al Tíber. En ese lugar mandó construir una capilladedicada a la Virgen, que con el tiempo se convirtió en Santa Maria del Popolo. Del otro lado de Piazza del Popolo está uno de los más lindos paseos de Roma: los jardines del Pincio, pequeño milagro verde en el corazón de la ciudad.

La isla y el puente roto Como un náufrago solitario, se levanta en medio del Tíber la Isola Tiberina, que según una curiosa genealogía se formó con las cosechas de trigo del Campo de Marte que fueron arrojadas al río por el pueblo tras la expulsión de Roma de Tarquino el Soberbio. Otra leyenda prefiere explicar que la forma de la isla es la del barco de Esculapio, a quien los romanos fueron a buscar a Grecia para afrontar una epidemia de peste. De hecho, la isla está consagrada a la medicina: casi toda su pequeña superficie está ocupada por el hospital Fatebenefratelli. Detrás de la isla, se ve aún un fragmento del antiguo Pons Aemilius, el tercero de los puentes que unía la Tiberina con la ciudad: de él hoy sólo queda una arcada solitaria en el río, conocida como “Puente Roto”. De hecho, las aguas del Tíber siempre lo arrastraron pese a los sucesivos intentos de reconstrucción, aunque en esos fallidos proyectos intervinieron arquitectos de la talla de Miguel Angel. Desde el Puente Roto se ve también parte de la antigua Cloaca Máxima de Roma, que pasaba bajo el Arco de Jano frente a San Giorgio in Velabro.

El color de Roma Pocas ciudades pueden enorgullecerse de tener su propio color, pero sin duda entre ellas está Roma, dominada por un ocre rojizo que a veces vira hacia el amarillo y a veces hacia el naranja, pero siempre parece dar a las fachadas la iluminación que le darían los rayos de una puesta de sol. El poeta francés Valéry Larbaud (1881-1957) lo describió así: “Encontramos aquí y allá un hermoso ocre anaranjado que conserva, bajo una pátina formada muy lentamente, un brillo caluroso, una densidad serena, que aparece en nuestra memoria como la mezcla que nos hacemos de los colores de Roma: el púrpura degradado, diluido, y extendido como una sombra, como un velo ligero sobre el amarillo que atempera y envejece lo brillante”.
A pocos pasos de la Piazza della Rotonda, dejando atrás el Pantheon, se llega a la Piazza della Minerva, frente a Santa Maria sopra Minerva. Entre los tesoros que alberga esta iglesia, se puede admirar un Cristo de Miguel Angel recatadamente cubierto en su desnudez, por obra de la censura de la época y no ciertamente por voluntad del artista.

Desde la cerradura En los puestos de postales es cada vez más común ver, junto a las clásicas tomas del Foro o el Vaticano, la silueta de una cerradura a través de la cual se divisa la cúpula de San Pedro. No es ninguna clase de montaje: para comprobar que este lugar existe hay que ir hasta el Aventino, un elegante barrio residencial donde se levanta la Villa del Priorato de Malta. Seguramente el curioso se topará con algún otro turista que viene en busca de lo mismo: poner el ojo en el agujero de la cerradura de la Villa para descubrir al fondo, al final de una ancha avenida arbolada, la cúpula vaticana. Este pequeño secreto de Roma es desconocido para muchos habitantes de la ciudad.

El palco en la iglesia Sobre la Via XX Settembre, una discreta iglesia, Santa Maria della Vittoria, encierra a la izquierda del altar mayor una obra de arte muy particular. Allí se encuentra Capilla Cornaro, con la intensa escultura del “Extasis de Santa Teresa”, obra de Bernini, dispuesta en el centro de la escena, en tanto a ambos lados –como si fuera el público que se asoma desde los palcos– observan con la rigidez del mármol los miembros de la familia Cornaro. Una obra maestra de la escultura que le da a la escena religiosa un curioso aire teatral.
Roma, por supuesto, es un libro siempre abierto, un destino al que siempre se llega, una ciudad única y multiforme. A los turistas de hoy se les puede aplicar la copla de Antonio Machado para los peregrinos: “Romero, para ir a Roma, / lo que importa es caminar; / a Roma por todas partes, / por todas partes se va”.

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La Isla Tiberina. A la izquierda, el Ponte Rotto. Al fondo, el Puente Fabricio (62 a.C.).
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