turismo

Domingo, 15 de junio de 2014

RíO NEGRO. PASEO EN EL CERRO OTTO

Montaña en 360 grados

Con su teleférico y su confitería giratoria, el cerro Otto es uno de los paseos más populares de Bariloche y uno de los que ofrece vistas más espectaculares. Por sus laderas también se pueden explorar senderos de trekking o lanzarse en trineo a toda velocidad.

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski y gentileza Cerro Otto

Corría el año 1970 cuando un señor llamado Boris Furman viajó a Bariloche y ascendió a la cima del cerro Otto. El hombre quedó atónito, y no es para menos: este cerro, ubicado a sólo cinco kilómetros del Centro Cívico, tiene una de las mejores vistas barilochenses. A un lado el lago Nahuel Huapi, al otro el lago Gutiérrez y el Moreno más allá. Pero no es todo: enfrente se levanta también el cerro Catedral. Al hombre, tozudo y visionario, se le ocurrió que allí, en lo más alto de ese montaña, a 1400 metros de altura, podría montar la primera confitería giratoria de Sudamérica. Cuatro años después, el sueño del bar 360 grados que gira sobre su eje –y sobre el eje de la geografía barilochense– ya era una realidad, igual que el teleférico para subir hasta esa cima todavía indómita.

Enseguida el emprendimiento se constituyó en uno de los principales atractivos turísticos de uno de los destinos más visitados de la Patagonia. Y un par de años después Furman había recuperado la inversión. Pero entonces este hijo de inmigrantes judíos nacido en Santa Fe, que creció en la pobreza y comenzó a trabajar a los 14 años como cadete en una sastrería, decidió armar la Fundación Sara María Furman, en honor a su madre y a su hermana, y donar el total de las ganancias del Complejo Turístico Cerro Otto. Desde 1980 las utilidades son donadas anualmente y en partes iguales a la Asociación Cooperadora del Hospital Público de San Carlos de Bariloche y a dos organizaciones de la comunidad israelita de Buenos Aires. Además, en 1998 construyó una panificadora en su provincia natal que elabora 1200 kilos de pan diarios para 1200 familias carenciadas del Barrio Obrero Santa Rosa de Lima.

La confitería giratoria del cerro, con vista circular hacia el paisaje de bosques y lagos.

ARTE EN LAS ALTURAS La confitería y el teleférico no serían las únicas ocurrencias del hombre. Don Boris quería que el cerro también exhalara cultura, quería transmitir su pasión por el arte universal. Y con ese propósito viajó a Italia, donde recorrió museos, ateliers y galerías. Hasta que, en Florencia y Roma, se encontró con las obras maestras de Miguel Angel Buonarroti: el David, la Piedad y el Moisés fueron las esculturas que más lo cautivaron. Y entonces pensó que eran aquellas estatuas las que debía llevar a su querido cerro Otto. Fue así que tomó contacto con la Galería de Arte de Pietro Bazzanti e Figlio, en Florencia, y encargó los calcos en tamaño natural de las tres obras del artista italiano. El sueño se cumplió, las piezas se construyeron en polvo de mármol y resina y se trasladaron a Bariloche, donde se encuentran en exposición permanente en la Galería de Arte del Complejo Turístico Teleférico Cerro Otto. Allí, el viajero ingresa de alguna manera a la Italia de Buonarroti, pero en la Patagonia argentina.

Además de las reproducciones de la obra de Miguel Angel –certificadas por el gobierno italiano–, hay en exhibición permanente bocetos y réplicas de las herramientas que utilizó el artista renacentista.

El complejo también tiene un microcine donde se proyectan documentales sobre el Parque Nacional Nahuel Huapi, la historia de Bariloche, la Fundación Furman y el Teleférico. El espacio se transforma en una disco en la cima de la montaña cuando llegan los estudiantes en su viaje de egresados, y también en escenario para distintos espectáculos.

El funicular que permite remontar hacia la cumbre después de haber bajado en trineo.

AVENTURAS Y CHOCOLATE El paseo comienza en la mismísima base, una vez que se sube al teleférico. El viaje hasta la cumbre dura doce minutos. El trayecto es lento pero muy ameno, con una vista espectacular del gran lago. El teleférico, como un ascensor rojo que contrasta con la geografía, azul, blanca y verde de los alrededores, es amplio (entran seis personas sentadas), seguro y confortable. Una vez arriba se pueden realizar excursiones guiadas, trekking y caminatas con raquetas con guías de montaña especializados, que explican las características propias del lugar, como el precioso bosque de lengas que puebla el cerro. La lenga es un árbol milenario de la especie de los nothofagus, típico del bosque andino patagónico, que por estas latitudes sólo se ve montaña arriba, mientras en Tierra del Fuego se los puede ver al nivel del mar. De sus ramas se desprende un liquen verde conocido como “barbas del diablo”. Se dice que los aborígenes lo utilizaban para lavarse los dientes, mediante infusiones, y así se desprendían el sarro.

En las laderas del Otto se puede disfrutar de una pista de trineos. Son 300 metros de curvas y contracurvas para descender a toda velocidad. Al final de la pista hay un funicular (no confundir con el teleférico) para volver a la cima. Es una especie de trencito que circula por vías tirado por un cable tractor, un proyecto íntegramente diseñado en Bariloche. Cuando se acaba la nieve, al final de la temporada, la pista sigue funcionando, porque el cerro está abierto todo el año. Se ponen una telas sobre el pasto que vuelve a aparecer bajo la nieve, y así se puede descender en el “Otto Kart”, unos gomones inflables que reemplazan a los trineos pero bajan tan raudos como los trineos.

Para coronar el ascenso hay que sentarse en la confitería, un ambiente cálido y rodeado de amplios ventanales. Icono del cerro y también de la ciudad, es una parada obligatoria para disfrutar de un buen chocolate caliente acompañado de excelente repostería artesanal, o algunos platos típicos de la gastronomía regional como el goulash, truchas y picadas de ahumados. Mientras tanto, se gira y gira en un loop imperceptible que pasea 360 grados sobre la geografía barilochense, a la vez que desfilan ante la mirada del viajero el inmenso Nahuel Huapi, los azulinos Gutiérrez y Moreno, los imponentes cerros Tronador, Catedral y López, y las islas Victoria, Huemul y Gallina. En fin, Bariloche en su más pura esencia.

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Descenso en trineos por un circuito especialmente diseñado para lanzarse a toda velocidad.
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