ENTRE RÍOS > TURISMO RURAL EN LA TIERRA DE PALMARES
Un paseo por Villa Elisa, San José y Colón donde se entrecruzan historias de inmigrantes, almacenes de campo como los de antes, producción de miel y una naturaleza protegida. Muy cerca del Parque Nacional El Palmar, el territorio entrerriano redescubre también los vinos e invita a descansar conociendo emprendimientos de campo.
› Por Lorena López
Un paquete de velas, cuatro litros de vino y un litro de caña. Eso reza el comienzo del libro diario del Almacén Francou, nacido en 1907 y cuyos dueños aún siguen con la tradición de la “libreta” donde anotan aquello que los clientes llevan y vienen a pagar a fin de mes. A 15 kilómetros de Villa Elisa, en la colonia El Carmen (donde viven 15 familias), en este lugar de techos altos y mostrador de antaño es posible detenerse a o a desayunar, a comer una picada (que puede ser vegetariana) y conocer la historia del lugar. “Cuando nos propusieron abrirnos al turismo nos parecía que a nadie podía interesarle ver las cosas que veíamos todos los días, pero nos equivocamos porque la realidad demuestra que hay mucha gente interesada”, dicen a coro Olga y Roberto mientras cuentan que aquí también pueden adquirirse los productos elaborados por la escuela agrotécnica de la zona: dulces, quesos, yerba saborizada. Además de la comida y la visita al sótano con degustación de vinos de la zona, Francou permite asomarse al mundo como era antes a través de fotos, documentos, cartas y escritos de principios del siglo XIX. “Se le ofrece al turista un lugar bien auténtico que está abierto a la gente de campo, así que se generan conversaciones muy interesantes entre los visitantes y la gente de aquí” -asegura Silvia, que trabaja en el almacén desde hace 13 años- “y es algo que nos enriquece a todos”.
Nuestra próxima posta en este circuito de turismo rural apoyado por el INTA y llamado Tierra de Palmares es en Hocker, pueblo de pocos habitantes donde Ricardo Vuignier ofrece “un día de naturaleza, de contacto con la tierra y con la producción de campo” en su establecimiento Costas de Mármol, que se complementa con la visita a un arroyo y la posibilidad de cosechar la propia verdura para comer en el almuerzo. “Muchos visitantes tienen recuerdos del campo de su infancia y aquí tienen la posibilidad de revivir esos momentos”, cuenta entre mate y mate. “Por eso después del asado que ofrecemos el día se pasa volando”, asegura entre risas. Y es cierto, sobre todo cuando hay tanto para ver y recorrer antes de la merienda con pan casero y dulces.
“La idea es ofrecer vivencias reales y a la vez disfrutables para el visitante”, dicen Humberto y Joel, nuestros guías en este recorrido. Por eso que acto seguido nos llevan a Miel Dorada, un lugar para aprender sobre las abejas, la miel y las maravillas que se puede hacer con ellas, ubicado en el paraje Perucho Verne, a dos kilómetros del centro de San José. También es ideal para comer cosas ricas como alfajores con masa de miel, caramelos cilíndricos y una creación que sorprende: turrones bañados en chocolate blanco y negro, con un corazón espumoso y suave. “Cuidamos las abejas, cosechamos la miel y elaboramos los productos en familia”, cuenta Alicia mientras nos muestra con qué habilidad es capaz de bañar en chocolate dos tapitas con merengue para que se conviertan en un turrón inolvidable. “Le ofrecemos al visitante probar nuestros productos, pasar una tarde en el jardín y conocer cómo trabajan las abejas”, describe, mientras ceba un mate bien entrerriano, potente y con yuyitos, y nos convida con frutos secos bañados en miel.
LOS PRIMEROS Un Hotchkiss de 1905 con caja de quinta y freno de mano, un violetero, un vestido de novia negro y la reconstrucción de un barco del siglo XIX. Estamos en el Museo Histórico Regional de San José, donde cada sala es una seductora invitación a conocer la historia de esta –ahora– ciudad que fue la segunda colonia agrícola del país, fundada en 1857 (la primera es Esperanza, en Santa Fe) por inmigrantes venidos de Europa. “Somos todos descendientes de los suizos, franceses e italianos que llegaron aquí huyendo de la pobreza, la persecución religiosa, las guerras y la falta de trabajo”, explica Alberto Crespo, guía del museo. “Esta presencia se nota en nuestras costumbres, nuestras comidas y en los apellidos”. Y también en la tradicional Fiesta de la Colonización que cada octubre se realiza en San José como una forma de homenajear a esos hombre y mujeres que llegaron a estas tierras y trabajaron muchísimo para crear sus familias. Visitar el museo es una gran experiencia, muy lejos de la idea de algo monotemático o aburrido como a veces se teme que sean estos lugares.
A pocos kilómetros del centro de San José se encuentra un lugar ya emblemático de la zona por ser la primera producción de nuez pecan del país y por haber creado un amplísimo abanico de productos, que van desde el dulce de leche con nuez y licor hasta la nuez salada, acaramelada y bañada en chocolate, junto con el Pecanito, una barra de cereales y nuez pensada para los chicos. “Además de ser muy rica, la ventaja de esta nuez es la calidad de los aceites que la conforman, que ayudan fehacientemente a reducir el colesterol, por eso la llamamos la reina de las frutas secas”, cuenta Maria Julieta Forissi, directora del establecimiento. También se ofrecen visitas guiadas por los campos productivos para conocer el árbol de pecán y la forma en que se cosecha (sacudiendo el tronco), almuerzos, cenas y probar la vedette: el pecan pie, una torta a base de nuez, miel y salsa de maracuyá. Con un paquete de nueces en la mano llegamos al lugar donde termina nuestra jornada: La Granja, que es tambo y quesería y también ofrece el atractivo turístico de corrales con animales, inclusive ciervos, ñandúes y llamas. La propuesta consiste en comer una picada de campo con productos que se elaboran allí (quesos, salames, escabeches, pan) y visitar las instalaciones de la casa hoy convertida en museo, ya que además de tener 158 años de antigüedad fue el primer registro civil del país y la primera administración de la Colonia San José.
NATURALEZA PROTEGIDA Pegada al Parque Nacional El Palmar se levanta La Aurora del Palmar. Además de recibir turismo se dedica a la producción ganadera –entre otras– y es una reserva privada de Vida Silvestre que apunta a proteger la naturaleza. “También producimos naranjas, mandarinas y eucaliptus para forestación”, describe Ariel Battista, encargado de La Aurora. “Y lo turístico surgió por las ganas de conservar el ambiente y en especial el palmar, es por eso que ofrecemos actividades para vivenciar y disfrutar los ambientes naturales que se conservan en este refugio”. Ariel agrega que lo productivo también despierta el interés de los visitantes, ya que para muchos es la primera vez que se acercan a una vaca, cosechan una mandarina de un árbol o se interiorizan acerca de cómo se mantiene una huerta. La novedad del establecimiento es que han comenzado a plantar vides de Cabernet Franc con la idea de contar con un vino propio que ya tuvo su primera edición, con gran éxito en calidad y sabor. “Es una cepa muy difundida en el sur de Francia y que ahora se está poniendo de moda en la Argentina, pero teníamos mucha expectativa por el terruño ya que estamos en un suelo muy arenoso”, cuenta. “Los resultados fueron excelentes ya que obtuvimos un vino joven y liviano, muy frutado”. La Aurora ofrece la experiencia de vivir la naturaleza, conocer sobre la producción e inclusive participar de la cosecha de uva, al tiempo que se realizan cabalgatas, remadas y guiadas explicativas sobre la riqueza del mundo natural del palmar. “Hoy en día más de la mitad de la población vive en ciudad, con lo cual para mucha gente lo rural es totalmente ajeno y aquí tiene la oportunidad de asomarse a este otro mundo”.
Se ve que el tema del vino ha vuelto con fuerza a Entre Ríos. Muchas de las personas que encontramos hacen hincapié en que aquellos europeos que llegaron a poblar la zona a mediados del 1800 traían el hábito de producir su propio vino y lo siguieron haciendo hasta que en 1936 una ley nacional prohibió la vitivinicultura en la provincia. Esta ley fue derogada en 1997 y a partir de ahí renacieron, poco a poco, los viñeros entrerrianos. Prueba de ello es la bodega Vulliez Sermet, que además de producir su propio vino también elabora para terceros. “Todos los días a las 11 de la mañana realizamos una guiada con degustación”, nos cuenta Jesús, propietario del lugar. “Y siempre llegan turistas que se van fascinados cuando conocen cómo se hace el vino”. Así, nuestra visita a esta tierra de grandes palmares finaliza brindando por el campo, la naturaleza y la historia con un delicado espumante de uva enterriana.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux