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Domingo, 20 de junio de 2004

LONDRES LA DESOPILANTE HISTORIA DE UNA FUENTE

El error de Piccadilly

En junio de 1893 se llevó a cabo en Londres la inauguración de una fuente sin agua. Era la emblemática Piccadilly Circus, con su querubín desnudo que llegó al mundo rodeado de una polémica de proporciones. ¿Se trataba de la imagen de Eros o una burla a la declarada impotencia del Conde de Shaftesbury, un filántropo victoriano? ¿Tenía sentido una fuente-bebedero que empapaba a los transeúntes? Y por último, ¿quién se robó los vasitos? Las respuestas las ofrece el periodista Eric González –corresponsal londinense del diario El País–, en un capítulo de su libro Historias de Londres.

Por Eric González *

Lo de Piccadilly Circus es un fenómeno misterioso. La gente va a verlo cuando visita Londres, envía postales con la estatuilla de Eros y los anuncios luminosos y se hace fotos junto a la fuente. Quizá se trate de una confusión, porque la estatuilla no representa a Eros, la fuente fue durante décadas objeto de burla, los anuncios son el resultado de un pleito y todo el conjunto constituye desde hace un siglo una herida abierta en el corazón de la ciudad. La historia de Piccadilly merece una pausa.
Como casi siempre, hay que remontarse al reinado de Victoria. En 1886 se constató que el pequeño –y bonito, y realmente redondo– círculo de Piccadilly se había convertido, tras la rápida expansión hacia el oeste, en el epicentro de Londres. Había que abrir paso al tráfico, para lo que fueron derribados varios edificios en el lado sur del circus y se creó una nueva avenida, lo que hoy es Shaftesbury Avenue, bautizada así en honor del Earl de Shaftesbury, un filántropo victoriano que había tratado de mejorar las condiciones de vida de las prostitutas y los indigentes del contiguo Haymarket.
Las cosas se complicaron cuando un comité de ciudadanos y el ayuntamiento decidieron ampliar el homenaje a Shaftesbury con un monumento alzado sobre una fuente. Ambas cosas fueron encargadas al escultor Sir Arthur Gilbert. El escultor decidió que la memoria del noble filántropo merecía pasar a la historia con la imagen del Angel de la Caridad Cristiana y diseñó un querubín desnudo. Según explicó el propio Gilbert, la figura mostraba “al Amor, con los ojos vendados, disparando su proyectil de bondad”. Pero, ay, el angelote no apuntaba al cielo, sino a la tierra. Y en su arco no había ya flecha alguna. Al conocerse los primeros bocetos, las malas lenguas –estimuladas al parecer por confidencias del propio escultor– difundieron que la estatua encerraba una broma sobre la impotencia del filántropo, y ya antes de la inauguración el ángel había sido rebautizado como Eros, dios del amor carnal.
Sir Arthur Gilbert se molestó muchísimo. Pero el mayor desastre se produjo en la fuente. El había diseñado un amplio estanque circular destinado a recoger el agua que, disparada hacia el cielo, ocultaría el pedestal del ángel-eros y crearía la sensación de que la figura flotaba sobre una nube líquida. Varios chorritos inferiores permitirían beber a los transeúntes. El comité vecinal y el ayuntamiento consideraron, sin embargo, que tanto estanque constituía un derroche de espacio público y redujeron a menos de la mitad la circunferencia de agua, pese a laoposición de Gilbert y a sus advertencias de que la instalación no funcionaría si se modificaba.
El escultor se negó a asistir a la inauguración, en junio de 1893. Hizo bien. El comité vecinal había constatado ya que con el estanque empequeñecido resultaba imposible acercarse a beber sin quedar empapado, y decidió que en aquella fuente se bebería con vaso. Los vasitos dispuestos a tal efecto fueron robados, todos, el mismo día de la inauguración. Y en los días siguientes se comprobó que era imposible pasar sin mojarse por las intermediaciones de la fuente-monumento. O fuente, o transeúntes: ambas cosas eran incompatibles. En conclusión, se desconectó el chorro de agua.
El público, ignorante de que Gilbert era ajeno a la chapuza, cubrió de insultos al presunto responsable. Gilbert no se atrevía a salir a la calle. Estaba, además, prácticamente arruinado por un error de cálculo: lo que había cobrado por el trabajo no cubría siquiera los costes del bronce utilizado. “El asunto de Piccadilly destrozó mi vida”, afirmó Sir Arthur Gilbert poco antes de morir.
Mientras ocurría todo esto, en los edificios de Piccadilly había grandes peleas. La remodelación del circus hacía muy visibles desde diversos ángulos las fachadas del lado noroeste, lo cual se conjugó con la difusión de una nueva tecnología –la iluminación eléctrica– y la pujanza de una actividad que empezaba a florecer la publicidad. Coincidiendo con la inauguración de la fuente sin agua, los vecinos recibieron espléndidas ofertas para instalar anuncios luminosos sobre sus casas. Aceptó la mayoría, ante el disgusto de la minoría, y un gigantesco neón de la firma de bebidas Schweppes se alzó sobre Piccadilly. El ayuntamiento se opuso de inmediato a aquella “exhibición de mal gusto” y ordenó que el anuncio fuera retirado. Pero los publicitarios –respaldados por el dinero y los abogados de Schweppes– desafiaron a la autoridad municipal, que carecía de argumentos legales y estéticos: bastaba ver lo que habían hecho con el monumento del pobre Gilbert para obligar a retirar el neón. El ayuntamiento invocó la seguridad de los transeúntes, pero los tribunales dijeron que sí el anuncio estaba bien fijado no entrañaba riesgo alguno. En 1910, los anuncios luminosos de los refrescos Schweppes, el concentrado de carne Bovril y la ginebra Gordons se alzaron definitivamente sobre Piccadilly, el angelote sin flecha, la fuente sin agua y el desorden general.
Un detalle: sólo hay anuncios en un lado del circus. Porque los edificios del otro lado se alzan sobre terrenos de la corona, y en los contratos de leasing estaba estipulado desde mediados del siglo XIX que ni en las fachadas ni en las azoteas podía colocarse publicidad alguna. Gente previsora, los abogados de la monarquía

* HISTORIAS DE LONDRES
El libro de Eric González Historias de Londres (1999), al cual pertenece este capítulo, fue publicado por la editorial Península (Barcelona) en su colección Altair Viajes.

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Hoy en día todos descansan en los peldaños de la fuente. En el pasado, la polémica sobre la construcción le amargó la vida a más de uno.
 
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