turismo

Domingo, 14 de noviembre de 2004

FRANCIA: EN PARíS, UNA VISITA AL MUSEO DE ORSAY

La vía del arte

El Museo de Orsay fue inaugurado en 1986 en el edificio de la vieja estación ferroviaria de Orsay, ubicado casi enfrente del Louvre, en la otra orilla del Sena. En sus tres niveles alberga valiosísimas colecciones del período impresionista y post impresionista. Además de cuadros y esculturas, en el museo también se exhiben proyectos de arquitectura, muebles y fotografías de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX.

Por Leonardo Larini
Recorrer un museo supone ingresar a un espacio en el que el tiempo y la realidad se anulan y los colores y las formas de las obras expuestas abren una dimensión nueva y fantástica en la mente del visitante. Gracias a esta alteración, artista y público coinciden en el mismo lugar ilusorio y la obra abandona su carácter estático para dispararse con total libertad hacia los rincones más ocultos de los sentidos. Se trata de una experiencia ligada al abandono del orden establecido que adquiere las condiciones esenciales del verdadero viaje, o sea, la profunda exploración y el sorpresivo descubrimiento. Así, asociando diferentes fragmentos de las piezas que va contemplando, el visitante forma en su pensamiento mundos y planos existenciales paralelos que lo colocan, inevitablemente, en la vereda de la creación. Y es de ese modo como se cierra el círculo iniciado por los artistas en antiguos talleres, pequeños altillos u oscuras piezas de otros tiempos y el arte, entonces, deambula en esos miles y miles de horizontes imaginarios nacidos en el pensamiento de cada persona. En el caso del Museo de Orsay se agrega, además, una atrayente particularidad: el edificio donde está instalado es una antigua estación de trenes que actúa como un disparador adicional para la imaginación, envolviendo las sensaciones con lejanos ecos de viejas locomotoras.

Aquella vieja estación
Situado en el 62 de la rue de Lille, casi enfrente del Louvre –sólo hay que cruzar el Sena a través del Pont Royal–, el Museo de Orsay fue inaugurado en 1986 con el objetivo de reunir en sus instalaciones lo mejor del patrimonio artístico de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. El lugar elegido fue la vieja estación ferroviaria de Orsay, diseñada por el arquitecto Víctor Laloux e inaugurada en julio de 1900 en ocasión de la Exposición Universal realizada ese año en París. Abandonada a fines de 1939 debido a su escasa funcionalidad ante el crecimiento de la población, la inmensa y elegante mole de cemento parecía condenada al olvido o bien a la destrucción, como ocurrió con el antiguo mercado de abasto de Les Halles –hecho que provocó la indignación de todos los parisinos–, sitio donde se instaló el Centro Georges Pompidou. Sin embargo, en 1962, Orson Welles rescató la antigua estación para filmar la adaptación de la novela de Franz Kafka, El Proceso. Más adelante, en 1978, fue declarado Monumento Histórico y así, evitándose su demolición, de a poco se fue transformando en el espacio ideal que la Dirección de Museos de Francia estaba buscando para exponer sus colecciones impresionistas y post impresionistas.
El Museo de Orsay, hoy uno de los más prestigiosos del mundo, cuenta en sus tres amplios niveles con valiosas colecciones que comprenden 3000 pinturas, 350 pasteles, 10.000 dibujos y 2400 esculturas. Pero, además, el visitante tiene la oportunidad de contemplar 14.000 proyectos de arquitectura –que muestran los avances y cambios producidos a lo largo del siglo XIX–, 1300 magníficos muebles y 31.000 fotografías. Estas últimas tres disciplinas se incluyeron para ofrecer un panorama lo más abarcativo posible de todas las artes del período seleccionado. Entre las pinturas más destacadas expuestas en las diferentes salas figuran La Arlesiana y El doctor Paul Gachet, de Vincent Van Gogh; Los jugadores de cartas, de Paul Cézanne; Los Campos Elíseos, de Paul Gauguin; Ninfeas, de Claude Monet; Las bañistas, El baile en el Moulin de la Galette y Camino entre las hierbas, de Augusto Renoir, además de magníficos cuadros de Henri de Toulouse-Lautrec, Edgar Degas y Edouard Manet, entre otros.
La escultura, por su parte, ocupa la galería central –cuyo alto techo curvo recuerda ligeramente al viejo Mercado de Abasto porteño– y evoca el final de los períodos neoclásico y romántico con delicadas piezas de Camille Claudel, Joseph Bernard, Emile-Antoine Bourdelle, Augusto Rodin y Aristide Maillol, por sólo nombrar a algunos.

Un cóctel imaginario
Algunos turistas se quedan congelados frente a la foto como otros lo hacen, del otro lado del Sena, frente a La Gioconda ola Venus de Milo. Es que el rostro de Charles Baudelaire expuesto en el salón de fotografía hipnotiza tanto como esas dos famosas obras maestras exhibidas en el Louvre. En color sepia, y aun desde el papel, el autor de Las Flores del Mal hechiza y hasta intimida con una mirada tan firme y filosa como los versos de su libro más famoso.
Y si después del recorrido el visitante se lleva, como ya se dijo, un enorme cóctel imaginario con los restos y recortes de las obras que ha contemplado, sin duda los ojos malditos del poeta francés tendrán un lugar preponderante en esa ilusoria mezcla de imágenes que, más tarde, habrá que acomodar. O no, porque quizás manteniendo esa alocada mezcla de fragmentos se forme una única unidad que, al ser evocada, de inmediato remita al lugar donde se originó.
En fin, sea cual sea la experiencia que se viva en el Museo de Orsay, seguramente se cumplirá una vez más esa frase que, el año pasado, en el Malba, detenía a todos los visitantes en la escalera de la planta baja: el arte hace que la vida sea más importante que el arte

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Las obras de escultura ocupan la inmensa galería central del museo, con el alto techo curvo de las antiguas estaciones ferroviarias.
 
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