turismo

Domingo, 7 de abril de 2002

AVENTURAS AEREAS PARAPENTES, GLOBOS, PLANEADORES Y PARACAíDAS

Alta en el cielo...

En la provincia de Buenos Aires existen cuatro opciones para hacer realidad el viejo anhelo de volar: parapentes en la localidad de Pilar, vuelos en globo en Capilla del Señor, y en la ciudad de Tandil, los silenciosos planeadores o los saltos en paracaídas.

Por Julián Varsavsky

Resulta difícil negar que el género humano como tal le tiene envidia a los pájaros. Pero pocos son los valientes que, en abierto desafío a la gravedad, se atreven a ganar el cielo por medios propios, con la ayuda del cada vez más popular parapente o el tradicional vuelo en globo –que hizo volar la imaginación de Julio Verne–, el paracaídas o el silencioso vuelo del planeador. A continuación un informe con diversas opciones cercanas a la capital para quienes deseen imitar el arte de los pájaros.

A las nubes en parapente La forma más sencilla de hacer realidad el antiquísimo anhelo de volar probablemente sea acercarse hasta la Escuela de Parapente La Brava, dirigida por Fabián Rivero en la localidad de Pilar. Allí, por $ 30, cualquier “lego” en la ciencia del vuelo –cuyo precursor fue Leonardo da Vinci– puede utilizar un parapente bi-plaza para ganar el cielo dejándose llevar por el viento y el silencio.
El instructor comienza los preparativos para nuestro “vuelo de bautismo” en un bi-plaza, donde el experto conduce mientras el acompañante (sin experiencia previa) se limita a disfrutar del paisaje. Luego de ajustar bien los arneses y colocarnos el casco, nos mantenemos a la espera de un viento adecuado. Cuando llega el momento, correteamos unos diez pasos para despegar y de inmediato sentimos un tirón hacia arriba. Ya estamos volando, pero seguimos corriendo en el aire como los niños cuando los alzan en contra de su voluntad. Subimos rápidamente y a los pocos instantes estamos flotando en el aire, con los pies más calmados, meciéndose suavemente a 350 metros de altura.
Al principio el instructor estudia y pasea por todos esos vericuetos invisibles que pueblan el vacío (térmicas, dinámicas y vientos sonda). No se puede negar que la experiencia despierta cierto temor, sobre todo si pensamos que nuestras vidas penden de unos hilos muy finos (pero resistentes). La tensión cede cuando descubrimos que el vuelo es muy distendido y a poca velocidad. La sensación no es tanto la de volar como un pájaro, sino la de estar flotando liberados de la fuerza de gravedad. El instructor hace que el parapente comience a avanzar y a dar largas vueltas en “U” sobre los campos de Pilar, e incluso me entrega los comandos para realizar una pequeña prueba. Un viento sonda nos sirve para ganar altura mientras conversamos tranquilamente, indiferentes al descomunal precipicio de 350 metros que tenemos debajo. A los 15 minutos de vuelo volvemos al lugar de partida. Y cuando todo ha terminado nos invade un extraño éxtasis; la sensación de haber estado, por unos instantes, colgados del cielo.
Un globo muy encantador A 80 kilómetros de Buenos Aires, en el antiguo poblado de Capilla del Señor, la posada La Encantada ofrece sus jardines para volar en globo aerostático. Allí, el experimentado piloto Norberto Barozza realiza vuelos turísticos.
Los preparativos para volar en globo tienen algo de ritual. Un integrante del equipo de apoyo acciona pacientemente una palanca que permite salir el gas concentrado en un tanque especial. Los fogonazos provocan rugidos que parecen brotar de las fauces de un dragón, y un gran ventilador empuja el aire caliente al interior del globo, que yace tendido sobre el césped, a medio inflar. Luego de una hora de estoico trabajo, el gigante de color está a punto para volar atado al paragolpes de una camioneta y tironeando con impaciencia a centímetros del suelo. Al treparnos a la barquilla de mimbre se liberan en algún recoveco de la memoria los recuerdos de las lecturas de la infancia, y aparece la imagen del mítico Phileas Fogg dispuesto a dar la vuelta al mundo en 80 días. Al soltar amarras el globo sube de golpe 50 metros, y tanto los árboles como los espectadores y el casco de La Encantada, quedan reducidos a su mínima expresión. El globo se estabiliza a los 200 metros de altura y avanza suavemente. Vamos en el interior de una cesta de mimbre colgada de un granbola de aire caliente, donde cada 30 segundos el piloto lanza fogonazos hacia el interior del globo para no perder altura. Como un juguete del viento, el globo viaja siempre en línea recta, y nunca cambia de curso a menos que las brisas lo decidan. A lo largo del viaje recorreremos unos 20 kilómetros, y si el pasajero lo desea se puede subir hasta los 600 metros de altura.

En planeador o en paracaídas Otra alternativa de volar la ofrece el Club de Planeadores de Tandil, fundado en 1936. Un planeador es una aeronave concebida para volar sin motor, que se remonta al impulso de un avión común, y luego regresa lentamente hasta el punto de partida surcando las nubes con suavidad y absoluto silencio. El planeador es considerado la forma más pura de volar.
El club cuenta con 9 planeadores, dos de ellos con características biplaza, que se utilizan para los cursos de instrucción y en los vuelos para el turismo. En un buen día de vuelo se puede estar cerca de 30 minutos en el aire y se alcanzan 500 metros de altura. El precio de un vuelo en biplaza es $ 25. También está la opción de participar en un vuelo acrobático, donde se hacen vuelos invertidos y un giro de 360 grados sobre un mismo eje, llamado “rizo” ($ 50).
En el Aero Club Tandil se puede optar por la experiencia más extrema desde el aire: el lanzamiento en paracaídas. Para un novato, la cuestión es increíblemente simple. El arnés está unido al del instructor (quien se ocupa de todo), y sin demasiada burocracia se salta desde los 3000 metros de altura. Hay 35 segundos de caída libre a 140 kilómetros por hora. Al abrir los brazos se puede planear de un lado para el otro como uno pájaro, y con suerte se atravesará un cúmulo de nubes que humedecen un poco a los voladores. A 1200 metros de la tierra el paracaídas se abre garantizando un tranquilo descenso que dura 8 minutos de gloria.

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Como un pajarito, el aeronavegante se mece por los aires colgado de un parapente.
 
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