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Domingo, 17 de abril de 2005

MISIONES > VISITA A LAS RUINAS DE SAN IGNACIO MINí

La selva jesuítica

El predio de diez hectáreas que ocupa el enclave más importante de los jesuitas en Misiones está ubicado en pleno centro del pueblo de San Ignacio y forma parte de la vida cotidiana de sus actuales habitantes. Recientemente, parte de las ruinas fueron restauradas. Cerca de allí, entre el río Paraná y la selva, la casa de Horacio Quiroga.

 Por Karina Micheletto

Al sur de la provincia de Misiones, a 60 kilómetros de su capital, Posadas, permanecen en pie enormes construcciones de piedra, basalto y arenisca roja primorosamente labrados, que ofrecen al visitante una visión impactante. Se trata de las Ruinas Jesuíticas de San Ignacio Miní –denominación extendida popularmente pero errónea según los guías locales, para quienes no es correcto hablar de “ruinas”–, una de las principales atracciones de la provincia (detrás, por supuesto, de las mundialmente famosas cataratas).

El sueño de la Compañía

Ingresar al enorme predio que ocupan las reducciones es meterse en un túnel del tiempo en el que es posible reconstruir bastante nítidamente la vida cotidiana de aquel pueblo que soñaron los jesuitas, y que sólo funcionó entre 1695 y 1767, cuando la Compañía fue expulsada del país. Las paredes anchísimas resisten allí como testimonio de un proyecto trunco, pero también de la vida y la muerte de miles de guaraníes en lo que por entonces era la República Jesuítica del Paraguay.

El predio de diez hectáreas que ocupan las reducciones está ubicado en pleno centro del pueblo de San Ignacio, y forma parte de la vida cotidiana de sus habitantes. Las ruinas que se levantan en esta tierra colorada permiten reconstruir la original organización civil que fue levantada a principios del siglo XVII por la Orden de la Compañía de Jesús. En su época de mayor apogeo, en esta Misión llegaron a vivir unos 4000 indígenas, y su cercanía al río Paraná le permitió mantener un constante intercambio con las otras reducciones. Entre otras cosas, exportaban algodón, lino, tabaco y yerba mate, y criaban miles de cabezas de ganado. Lo primero que sorprende es la gigantesca puerta del templo, en la que desemboca la calle principal del pueblo jesuítico. La puerta de la sacristía y el refectorio de los padres se destacan por su belleza, así como las distintas decoraciones que se conservan, todas con motivos de la flora y fauna local. Los pilares de la iglesia y las galerías adyacentes, escalinatas y balaustradas permanecen en un notable estado de conservación. A un costado de la iglesia se ubica el cementerio, tal como indicaba la tradición de la época. Hacia el otro lado, alrededor de la Plaza de Armas, están las casas de los indígenas, en filas ordenadas.

El trazado urbanístico era casi calcado en todas las misiones: una plaza de armas central, delimitada por los dos edificios más importantes: el cabildo y la iglesia. A su alrededor se levantaban las viviendas de los sacerdotes y aborígenes, los almacenes, los talleres, el colegio, y los hospitales.

Declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1984, parte de esta reducción fue restaurada recientemente. El año pasado terminó una primera etapa de las últimas restauraciones, realizadas por anastaliosis, una técnica que consiste en desarmar los muros numerando piedra por piedra para luego volverlos a armar. Lo que se restauró fue el portal lateral del templo, que antaño miraba hacia el patio de la residencia de los padres.

Luz y sonido

En el lugar también hay un Centro de Interpretación Regional y el Museo Jesuítico de San Ignacio Miní, que conserva pequeñas tallas indígenas, vasijas, esculturas y otros objetos recuperados durante los trabajos de restauración. Durante la noche, un espectáculo de luz y sonido ofrece un relato didáctico de la experiencia de vida en las misiones desde sus inicios hasta la expulsión en 1767. Y, cada año, en Semana Santa, se organiza dentro de las ruinas un espectáculo musical que logra climas especiales en un escenario como éste. Por allí pasaron en ediciones anteriores Ariel Ramírez con su Misa por la paz y la justicia, Víctor Heredia, Chango Spasiuk, Jairo, la Camerata Bariloche, el padre Julián Zinni, Mariana Carrizo y Claudia Pirán, entre otros. Y este año estuvieron Lito Vitale Quinteto, el grupo vocal Opus Cuatro, la Orquesta Folklóricade Misiones, el Ballet de la provincia y el Coro de la Universidad Nacional de Misiones, dirigido por Emilio Rocholl, investigador de la música jesuítica, que protagonizó un momento especial: interpretó un tema misional anónimo, el mismo que cantaban miles de indígenas en esta reducción trescientos años atrás, en una noche de Jueves Santo.

Las otras ruinas

Las de San Ignacio son las ruinas más importantes de todos los enclaves jesuíticos, y las únicas en las que se hizo trabajos de restauración. Pero no son las únicas que existen. La llamada Provincia Jesuítica del Paraguay estaba formada por treinta pueblos que llegaron a un nivel social y tecnológico elevado, y que abarcaban territorios que hoy pertenecen a Brasil, la Argentina, Uruguay y Paraguay. Además de existir un Circuito Internacional de las Misiones Jesuíticas, dentro de Misiones hay otras reducciones que merecen ser visitadas: Santa Ana, Santa María y Loreto.

Las Ruinas de la Reducción de Santa Ana se encuentran ubicadas en la localidad del mismo nombre, a 700 metros por la Ruta Nacional Nº 12y a 40 kilómetros de Posadas. La primera Reducción de Santa Ana fue fundada en 1633 en el actual territorio de Río Grande (Brasil). Como consecuencia de los ataques permanentes de los bandeirantes, en 1637 dos religiosos decidieron emigrar de la primitiva reducción, junto con 2000 guaraníes. Después de pasar unos años en el Alto Paraná, sus pobladores se afincaron definitivamente en el actual emplazamiento, en 1660. A pesar del avance de la selva, actualmente se puede apreciar la plaza central, la iglesia, las viviendas, los talleres, y el cementerio, que muchos años después siguió siendo utilizado por los primeros pobladores de la localidad de Santa Ana. También se observa lo que fue la estructura productiva de esta reducción: sus aguadas, solares, huerto y sistema de riego escalonado. Estas ruinas fueron declaradas Patrimonio Mundial por la Unesco en 1984.

Las Ruinas de la Misión de Santa María La Mayor están en la Colonia Santa María, Departamento de Concepción. Se accede a ellas a través de la Ruta Provincial 2, desde San Javier, recorriendo 150 kilómetros desde Posadas. Fundado en 1636, éste fue uno de los núcleos más pequeños de la República Jesuítica, y estaba en plena etapa de consolidación cuando sobrevino la expulsión de los jesuitas en 1767. Permanecen en pie los muros de la residencia de los religiosos, los talleres artesanales y el colegio. La existencia de una secuencia de plazas y plazoletas es una particularidad única en relación con el modelo urbano del resto de las reducciones.

Las Ruinas de la Misión de Nuestra Señora de Loreto están ubicadas en la localidad de Loreto, a dos kilómetros de la Ruta Nacional 12 y unos 50 de Posadas. Este pueblo jesuítico, fundado en 1686, era uno de los más importantes por su gran producción de lienzos y yerba mate, y por haber contado con la primera imprenta de la época, donde se editaron los primeros libros en el actual territorio argentino, muchos en lengua guaraní. Aquí había también una importante biblioteca. Por los saqueos e incendios que se sucedieron luego de la expulsión de los jesuitas, y por el avance de la selva, en la actualidad queda poco testimonio de esta reducción, también declarada Patrimonio Mundial por la Unesco.

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La Plaza de Armas. Delimitada por las construcciones, aparece como un gran claro en la selva.
 
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