turismo

Domingo, 5 de mayo de 2002

CORRIENTES EL PUEBLO PESQUERO DE ITá IBATé

Duros de pescar

En el centro norte de la provincia de Corrientes, la localidad de Itá Ibaté se ha convertido en una suerte de meca para los amantes de la pesca deportiva. Junto a una barranca de tierra roja, las aguas del río Paraná son pródigas en ejemplares gigantes de dorados y surubíes dispuestos a dar formidables batallas. El complejo Barrancas de Itá Ibaté ofrece camping, servicios de hotelería, alquiler de lanchas y guías de pesca.

Por Julian Varsavsky

El complejo hotelero y de pesca Barrancas de Itá Ibaté está semitapado por la vegetación, sobre una barranca de tierra roja que parece un gran balcón natural desde la cual se capta toda la anchura del río Paraná. Las cabañas, la imprescindible piscina y algún tucán o un mono aullador que se cuelan desde los bosques circundantes conforman un contexto idílico que otorga a este complejo de 12 hectáreas un atractivo que va más allá de la pesca, la verdadera razón por la cual hemos venido a este lugar.
La jornada de pesca comienza a las 8 de la mañana, y un aura ritual rodea los preparativos. La primera recomendación es salir con un guía del lugar versado en los secretos del río. Esto es fundamental para garantizar una buena pesca, ya que esta compleja actividad requiere de un cúmulo asombroso de saberes.
El guía conoce dónde están las rocas en que se esconden determinadas especies, la velocidad que debe llevar la lancha para que el señuelo llame la atención de los peces y la profundidad exacta por donde éstos nadan. Es evidente que la pesca está muy lejos de ser puro azar, y los expertos están constantemente interpretando signos y planificando estrategias donde ponen en juego toda su inteligencia, en pos del objetivo de engañar al pez. De alguna manera, se avanza tanteando la ciegas por un universo misterioso que existe a pocos metros debajo nuestro.

El combate Por momentos la espera del pique se hace larga, aunque la actividad de la lancha no mengua ya que debemos probar con distintas técnicas y en diferentes lugares. El anhelo por luchar crece con la lánguida espera, hasta que de repente la línea se tensa y todo se revoluciona sobre la embarcación. El guía sopesa la tensión de mi caña y dictamina con tono certero que se trata de un dorado de 7 kilos. Pero la caña queda en mis manos y comienzo a recoger el reel con extremo cuidado. Los demás compañeros de pesca dejan todo de lado y se ponen a trabajar en común. Cada cual aporta su cuota de sabiduría y todos clavan la mirada en el extremo del hilo hundido misteriosamente en el agua. El nivel de concentración y adrenalina es tal que pareciera que en esta pesca se les va la vida.
La primera medida que los expertos sugieren es mantener la tensión de la línea para no perder la iniciativa frente al pez, que nada en distintas direcciones. La estrategia consiste en ir trayendo al dorado hasta el borde del bote, para doblegarlo por cansancio. Pero al darse cuenta de que ha sido engañado, el pez tironea con energía y puedo sentir una fuerza invisible que ejerce una gran presión sobre mis manos. De repente salta de cuerpo entero fuera del agua, dando cabezazos en el aire, mientras arquea su cuerpo dorado hasta límites insospechados. El destello amarillo dura un instante en la retina y cae al agua torpemente, salpicando a los cuatro costados. Ahora es la caña la que se arquea al máximo e inesperadamente el pez declara una tregua. Entonces nada un rato en círculos cortos y nuevamente opone su digna resistencia, demostrando que no negocia ni se rinde. Salta dos veces más, una de ellas muy cerca del bote. Podemos verlo claramente, con su aleta de oro cortando la lisura del río inmóvil, y cuando parece sumido a nuestra autoridad lanza un tremendo coletazo dejando en claro que esto no ha terminado. Pero ya no tiene escapatoria, y casi sin aliento –con la línea muy corta– se acerca resignado nadando en zig-zag. Nada casi sobre la superficie, con la mitad del cuerpo fuera del agua. El gallardo salminus maxillosus, el “tigre del río”, está en nuestras manos, con su fulgorosa belleza, y lo tratamos con absoluto respeto. Ha presentado un combate ejemplar.

Rio arriba Subiendo contra la corriente, se ingresa a una zona de islas por donde avanzamos entre dos paredes vegetales de 20 metros de altura. La selva se vuelve tupida y no se deja penetrar por la mirada. Cada tanto se vislumbra en los barrancos la tierra roja típica de la selva misionera. La mirada atenta permite descubrir a una familia de monos aulladores sobre lacopa de un árbol, y una gran cigüeña que pasa a vuelo rasante sobre las aguas y se pierde tras un gran cañaveral. Entonces llega la sorpresa: un enorme cayo de fina arena blanca sobresale en la superficie del río, conformando una idílica playa desierta que poco tendría que envidiarles a las del Caribe, salvo por el color del agua.
Luego de un descanso reparador sobre las arenas del cayo nos dirigimos a una isla donde hay un rústico parador de madera construido y cuidado por los pescadores, donde nuestro guía prepara a la parrilla el dorado recién sacado del agua.

Pesca grande Toda esta zona del Paraná es privilegiada en cuanto a la magnitud de las piezas que el “Dios de la pesca” prodiga a los pescadores. En el comedor del complejo Barrancas se exhibe la foto de un pescador posando con un monstruoso surubí de casi 2 metros de largo y 89 kilos de peso. La pieza es el record de toda la zona, y fue pescado en octubre de 2001. En el caso de los dorados, el record es uno de 27 kilos, también pescado en octubre pero de 2000. En lo que va de este año, se han sacado en Itá Ibaté varios dorados de 22 y 23 kilos.
En todo lugar de pesca la noche es el momento de la charla y el relato de las hazañas. En el comedor con aire acondicionado se juntan los pescadores y uno de ellos relata que ese mismo día –por la tarde– un hombre que estaba en la zona por un viaje de negocios aprovechó una tarde libre para embarcarse un rato, y para su sorpresa tuvo la suerte de sacar un surubí de 32 kilos. Varios de los pescadores son misioneros que vienen de Posadas a pasar en fin de semana en carpa. Algunos son partidarios de la pesca con devolución. Uno de ellos cuenta que una vez sacó 43 bogas en un solo día, en un lugar cercano que no quiere revelar. Julio, su compañero de pesca, comenta que una vez sacó un pacú de casi 13 kilos. Otro de ellos asegura que “todos los pescadores somos mentirosos, pero en este caso es verdad; tengo testigos... una vez saqué un dorado de 16 kilos con 800 gramos”.
Todo depende de la suerte, de la época y del talento del pescador, aseguran los expertos correntinos. Uno de ellos dice que hace un mes y medio tuvo la suerte de dar con un cardumen y sacó 50 surubíes en una tarde (con devolución al agua). Exageraciones al margen, queda claro que Itá Ibaté es un lugar de excelente pesca durante todo el año. Un día se puede sacar una pieza más grande y más pesada que el cuerpo mismo del pescador, y otro día pueden picar apenas algunos ejemplares pequeños. Lo cierto es que, kilos más, kilos menos, la gracia está simplemente en disfrutar del placer de la pesca; de esa extraña ansiedad por saber que es lo que va a surgir desde el fondo de las aguas.

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El peso del colosal surubí hace tambalear la compostura de su orgulloso pescador.
 
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