turismo

Domingo, 28 de agosto de 2005

TURISMO AVENTURA PARAPENTE EN LADERAS CUYANAS Y PATAGóNICAS

Cual “piuma al vento”

La generosa geografía argentina ofrece incontables alternativas para volar en parapente al impulso del viento sobre impactantes paisajes montañosos. En la puntana Villa de Merlo, en la riojana Cadena del Velasco y en El Bolsón, vuelos de bautismo en parapentes biplaza para vivir la experiencia de un paseo por los aires, colgado del cielo.

 Por Julián Varsavsky


Mal que nos pese, no venimos al mundo provistos de un par de alas. Ya desde el mítico Icaro y sus alas de cera que derritió el sol, el hombre está buscando maneras de volar. Y después de tanta disección de aves y accidentes fatales, en las últimas décadas el parapente parece haberse impuesto como la técnica que más se acerca al deseo de volar como los pájaros. Además ofrece un muy alto nivel seguridad si se lo practica con instructores profesionales.

Todavía son pocos los valientes que se atreven a desafiar la gravedad por sus propios medios en nuestro país, pero son muchísimos los que ya han hecho su vuelo de bautismo para probar de qué se trata el asunto. Un dato importante a tener en cuenta al planificar un vuelo en parapente en la región patagónica es que nunca hay que dejarlo para el último día, ya que por razones de seguridad las condiciones climáticas que se necesitan para practicar este deporte son muy exigentes y es muy común que los vuelos se suspendan.

Pasear con los condores En las afueras de la puntana Villa de Merlo existe una excelente plataforma de lanzamiento en parapente ubicada sobre la cadena montañosa de Comechingones. El sitio se llama Mirador de los Cóndores y está ubicado 1400 metros por encima del pueblo. Allí se realizan vuelos con guía-instructor en parapentes biplaza que suben hasta 1000 metros más arriba de la altura del mirador. Esto significa estar colgado del parapente a 3300 metros de altura. Una vez en el aire la superficie del suelo se ve como una especie de mapa satelital. Al alcanzar los 3500 metros ya se puede ver lo que hay del otro lado del filo de la cadena de Comechingones, en dirección a Córdoba. A lo lejos brilla el espejo de agua del Embalse Río Tercero.

En un día de suerte la atención estará centrada en alguna pareja de cóndores que vuelan observando con curiosidad ese gigante de color que es el parapente. En general los cóndores se acercan a volar a dos metros por encima de la vela, un poquito por detrás. Por lo normal forman grupos de más de tres ejemplares, pero los guías todavía recuerdan aquel día glorioso en que aparecieron volando tras la montaña una cuarentena de estas aves que parecía una verdadera flota de aviación.

El tiempo de vuelo mínimo para un biplaza en la zona es de veinte minutos, aunque en general se trata de volar el doble o más si es que las condiciones lo permiten. Al volver a poner los pies sobre la tierra, a muchos los embarga un extraño éxtasis: la sensación de haber estado, por unos instantes, colgados del cielo.

Bautismo de vuelo Las prácticas en parapente se realizan por lo general en zonas de montaña, ya que las alturas facilitan el despegue. Una zona ideal para disfrutar de este deporte es la localidad rionegrina de El Bolsón, especialmente en el cerro Piltriquitrón, donde hay una plataforma de vuelo ubicada a 1300 metros de altura, justo en la mitad de la ladera. Desde ese punto, un matrimonio de parapentistas se dedica desde hace nueve años a volar por toda la zona. Martín Vallmitjana y Mariela Guzmán Livingston son instructores de la Federación Argentina de Vuelo Libre y ofrecen vuelos de bautismo para turistas.

El despegue por lo general resulta un poco aparatoso. En el primer intento por partir se avanza sobre el abismo con el paracaídas inflado, pero el viento empuja hacia atrás con toda su fuerza. Recién al tercer intento se logra doblegar las ráfagas y al llegar al borde del precipicio se siente un tirón hacia arriba: ha comenzado el vuelo. Flotando en el aire, se inicia la aventura de pasear liberados de la fuerza de gravedad sobre paisajes espectaculares..., con los pies meciéndose suavemente a 1300 metros de altura. No se puede negar que la experiencia despierta cierto temor, sobre todo si se considera que en este tipo de vuelo la vida pende de unos hilos muy finos (pero resistentes). La tensión comienza a ceder enseguida, cuando se comprueba que el vuelo es muy distendido y a poca velocidad. La sensación no es tanto la de planear como un pájaro, sino más bien la de estar flotando entre las montañas. Llevado por el viento, el parapente cobra altura en paralelo a la ladera de la montaña, en medio de un silencio absoluto. Al mirar hacia abajo se descubre que los árboles de un bosque de cipreses se han convertido en un diminuto punto verde cada uno. A los 2000 metros de altura, la vegetación del cerro es prácticamente nula, y a lo lejos se ve todo el valle de El Bolsón, con sus chacras y el río que caracolea al pie de las montañas. En un día de suerte, cuando los vientos son favorables, se puede llegar a subir hasta los 2300 metros, justo por encima del filo del Piltriquitrón y sus afiladas agujas de piedra. Hacia el sur reluce el lago Epuyén, y hacia el norte se levantan los volcanes Osorno, Puntudo y el Tronador. Además se perfila la figura borrosa del lejano volcán Lanín.

El vuelo dura un mínimo de 15 minutos, pero si las condiciones climáticas lo permiten el guía estira el tiempo hasta cerca de una hora. El descenso es directamente en el pueblo, y según el guía el primer comentario que suele escuchar es un insistente “quiero más”.

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La indescriptible sensación de un paseo sobre las cumbres de las montañas.
 
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