UNIVERSIDAD › OPINION

Ciencia, burocracia y endogamia

Por Andrés E. Carrasco *

Fantasmas sobrevuelan la ciencia argentina. Las autoridades de ciencia declararon a Página/12 que la demora en el pago de las mejoras salariales a investigadores del Conicet se debió a “la falta de gimnasia para confeccionar decretos” y que a éstos “lleva dos meses procesarlos”. Esa confesión de la limitación para la gestión es sorprendente, pero en realidad disimula la mediática improvisación del anuncio presidencial de marzo, que debió hacerse con el decreto correspondiente firmado en mano incluyendo su implementación presupuestaria para evitar los tironeos posteriores. Sólo el creciente descontento logró hacer salir en la última semana a las autoridades de un cómodo letargo para dar una respuesta, mostrando la distancia entre los funcionarios y la realidad.
En tanto, el discurso oficial desdibuja los problemas estructurales que atraviesan todo el sistema académico argentino con síntomas de impotencia frente a la decadencia institucional. Porque aunque pregonen el cambio, no cuestionan la lógica neoliberal y su neopositivismo con apego milagrero por el conocimiento mercancía. Nadie duda de que la generación y enseñanza del conocimiento requieren más dinero tanto público como privado, pero –y el Presidente debería tomar nota de esto– en la ciencia argentina sobra burocracia, endogamia, impunidad, rasgos autoritarios y delirios privatistas capaces de jaquear las mejores intenciones. Es inevitable a esta altura la reforma de la estructura y objetivos del conjunto de instituciones de evaluación y promoción científica que termine, entre otras, con la superposición de funciones y competencias unificándolas con recursos propios independientes del BID y del Banco Mundial, que reformule la carrera del investigador del Conicet, hoy sólo una perversa estructura de poder, y que acabe con las conducciones institucionales cruzadas por intereses partidarios o corporativos injustificables en el ámbito académico.
Además, como no hay dinero suficiente ni estrategia política viable sin instituciones adecuadas, es necesario que los procedimientos de evaluación, nervios del sistema, dejen de ser el instrumento que ejerce una violencia simbólica que respalda injustificados prestigios científicos y subjetividades que endogámicamente reproducen su poder para definir la política y controlar los recursos, es decir el qué y el para qué de la ciencia en la Argentina. Una política progresista requiere instituciones independientes que diseñen y supervisen procedimientos de evaluación para la distribución equitativa de los recursos, la mecánica y criterios de incorporación de investigadores y concursos docentes universitarios, asegurando su transparencia y protegiendo al evaluado del fantasma de la discrecionalidad. Los cosméticos salariales embellecen, pero no mueven el amperímetro del sistema científico sellado por la dependencia, como ya denunciaba en los ‘70 Oscar Varsavsky, y por los desvaríos neoliberales que con su obsesión tecno-instrumental sostuvieron una racionalidad burocrática y una “modernización” que devoró o penalizó pluralidades y mucho del espíritu crítico, con la complicidad consciente o inconsciente de muchos intelectuales.
* Investigador y ex presidente del Conicet.

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