VERANO12

El Diablo y las artes por Giovanni Papini

 Por Giovanni Papini

El Diablo y los poetas

Ya he traído a colación la denuncia de Baudelaire: “La mejor treta del Diablo es la de convencernos de que no existe”.

Frase especiosa, que gustó y que gusta. Pero ¿corresponde a la verdad? Aun cuando al Diablo se le haya ocurrido esa treta, no se alcanza a ver su éxito. El mismo Baudelaire, con sus Letanías de Satán, demostró que no había caído en la celada.

Y los poetas, mucho más sensibles que los teólogos, no se han quedado prendidos en el pegapega de Satanás, y se han preocupado por conservar viva la terrible figura, ante los ojos de la mayoría, es decir, de quienes leen poemas y tragedias y no han hojeado nunca un libro de teología.

La literatura de la Edad Media está poblada de diablos de todo tipo y figura. En el Renacimiento, fueron sobre todo los pintores quienes recordaron el Demonio a los hombres: basta con Signorelli y con Miguel Angel.

Pero en los tiempos modernos fueron los poetas, especialmente, quienes mantuvieron despierta la imaginación de los pecadores. Tasso pone en primer plano a su Pluto al comienzo de la Jerusalén; el más grande de los poetas holandeses, Vondel, dedica su obra maestra a Lucifer (1654); Calderón lo pone en El mágico prodigioso (1637); Milton hace de él el personaje principal de su Paraíso perdido (1667); De Vigny (1824) y Lermontov (1840) hacen de él el héroe de pequeños poemas famosos; Goethe, en su Fausto, hace de Mefistófeles uno de los protagonistas de la tragedia; Leopardi bosqueja un Himno a Ahriman (1835); Victor Hugo le dedica un libro íntegro, El fin de Satanás (1886); Dostoievski lo hace hablar largamente en la más famosa de sus novelas, Los hermanos Karamazov (1879–1880); Ibsen lo evoca con el nombre de “Gran Corvo”, en su drama más significativo, Peer Gynt (1867). Y no cito los menores que, como el Demonio, son legión.

Luego de la decepción de los teólogos, los poetas más famosos han ocupado el lugar de éstos, como escoltas de alarma; y gracias a ellos el Diablo ha fracasado en el diabólico propósito de conseguir que nos olvidásemos de su existencia.

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