Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12
Médicos y aborto

La voz de alarma

Hace dos semanas, este diario dio a conocer la primera encuesta realizada entre ginecólogos sobre el aborto. El 65,3% de ellos lo consideraba el problema de salud pública más relevante. Un paso adelante en la responsabilidad social de los médicos.

Por María Moreno

Las buenas noticias recogidas en catorce años pueden ser de hace apenas una semana. En la nota “Los médicos dieron la alarma”, firmada por Marta Dillon y publicada por este diario el 14 de mayo de 2001, se registran los datos de una encuesta realizada por el equipo de Area Salud del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES): ocho de cada diez médicos que hacen sus prácticas en hospitales públicos de Buenos Aires están de acuerdo en que la despenalización del aborto reduciría la mortandad materna. El 65,3 por ciento de los 500 profesionales interrogados considera que el aborto es el problema de salud pública más relevante del país. El apoyo a la despenalización se registró en un 38,5 por ciento de los casos. La voz de los profesionales resitúa una experiencia que, cuando sale a luz, suele hacerlo pivoteando entre dos extremos: la comprobación alarmante de la estadística y la especulación filosófica encuadrada en el marco jurídico. Laura Klein muestra en su ensayo “El aborto en cuestión”, publicado en el número 3 de la revista La Gandhi argentina, la dificultad de encuadrar al aborto en el marco de los derechos humanos. A pesar de reconocer que en este país la resonancia de la expresión “derechos humanos” hace que cualquier intento de cuestionarlos pueda ser leído como un argumento a favor de la justificación del genocidio, es decir que equivalga a “hablar a la esfinge”, Klein advierte la imposibilidad de anudar libertad política y libertad sexual y cómo el recurso a los derechos humanos implica compromisos que el aborto rehúsa soportar. Al aborto le quedarían chicos la noción de “persona”, “libertad”, “propiedad” que le exige la medida jurídica. Los que se oponen a la legalización afirman que la vida es sagrada, que el feto es un ser humano, por lo tanto el aborto es un crimen.
Los defensores del aborto legal dicen que el feto no es un ser humano desplazando el valor vida a la de las mujeres. “Son hipócritas quienes dicen defenderla condenando a las mujeres que abortan, prefiriendo la vida potencial a la real, condenado infelices a nacer, apoyando la pena de muerte, bendiciendo guerras y genocidios”, glosa Klein, quien concluye que “perseguido por el fantasma de violar los derechos humanos, el aborto deja de ser el acto en el cual una mujer decide no tener un hijo para convertirse en el meollo donde se juega la de definición de “ser humano”.
Para Klein, cuando no se calla sobre el aborto se habla de él desplazándolo: de poder a derecho (“Se habla del derecho de las mujeres a abortar como si no tuviésemos ese poder...”). El aborto es ilegal, abortar es delito penal y las mujeres abortan igual. No tienen el derecho, pero tienen el poder (desigualmente), requisando cómo los defensores de la vida se comprometen en actos de muerte, llevándolo hacia atrás –nadie llamaría armas mortales al forro o el diafragma– hasta bautizarlo “último recurso anticonceptivo” o especulando en qué momento cronológico empieza el valor “humano”.
La agrupación Coordinadora por el derecho al aborto reniega de la escolástica y no requiere de más precisiones (como dice una de sus integrantes, la activista feminista Mabel Bellucci, “no levanta un discurso acorde con lo que quiere escuchar el poder: derechos reproductivos, salud reproductiva, anticoncepción previamente chequeada por la Iglesia”).
Klein interrumpe sus objeciones para dejar claro que en los países donde el aborto es legal no mueren menos cigotos sino menos mujeres, que el aborto prohibido no es el embrión protegido, que el Estado que prohíbe abortar no defiende –y da constantes pruebas de esto– la vida sino el derecho a la vida.
La experiencia de la que los médicos encuestados por el CEDES son testigos y en la que deben intervenir –55.000 mujeres se internan cada año por complicaciones derivadas del aborto clandestino– acaba con el idealismo y vuelve el aborto a su lugar: el de un poder impotente que desangra a las mujeres fuera de la ley. La función técnico-política de los médicos es fundante en la Nación Argentina: fueron médicos –entre otros José Ingenieros, José María Ramos Mejía, Francisco de Veyga– los que definieron al ser nacional a la manera de un modelo psicopatológico que criminalizaba a la inmigración al mismo tiempo que sostenía su sueño europeísta; sus intervenciones iban de la universidad al hospital, de los fueros de la policía a los del ejército, de la vida cultural a la banca en el Congreso. Fueron también médicos los que regularon los deseos femeninos a través de la figura de la histeria y generaron el pase del diván al sillón –la expresión es de Jorge Balán– en el espacio psicoanalítico primero que extendió luego singularmente su dominio en todas las esferas de la vida social y política de los argentinos. Como fue necesaria la presencia de miembros de la corporación médica para regular la vida y la muerte en los campos de exterminio: de sus manos salía tanto el cadáver comprobado como el botín de guerra. Las palabras dichas a las encuestadoras de CEDES, fuera de la presión a la denuncia policial y en el respeto del anonimato, no son actos, pero la buena noticia es que pueden indicar un compromiso con éstos: que los médicos se pronuncien para hacer menos impotente un poder fuera de la ley, desagregar a la dimensión trágica del aborto la alternativa de desangrarse en una autogestión mortal o aborto clandestino. Como escribe Laura Klein, “Las mujeres ejercen un poder al que no tienen derecho: tienen el poder de infringir la ley. En él reside la fuerza que hace valer la lucha por su legalización”.

Anterior

 

PRINCIPAL