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Jueves, 3 de julio de 2014
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El NO entró al exclusivísimo Berghain

El infierno está encantador

El club berlinés es una catedral techno: un edificio increíble con un patovica archifamoso y una selecta curaduría musical.

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Desde Berlín, ALEMANIA

Berlin Calling. Si a la capital alemana le cuelga la chapa de epicentro de la cultura clubera es porque no hay otro lugar en el mundo en el que se palpe un ambiente tan marchoso, ni en el que se hayan levantado tantos santuarios dedicados a honrar la música electrónica. No obstante, en Berghain, la catedral del techno, la Basílica de San Pedro del descontrol, la entrada no es para todos, mucho menos para los turistas. Lo que no cohíbe el entusiasmo de miles de personas que vienen de toda Europa para mandarse igual hasta la puerta del imponente edificio de 20 metros y de tres plantas que en la década del ‘50 fue una planta de energía, a ver si Sven Marquardt, portero y fotógrafo de Berghain, se compadece de sus ganas de pasar uno de los fines de semana más alocados de sus vidas.

No importan la raza, el sexo, la religión, la guita o el look: si el patovica archifamoso del ambiente dance –pues al mismo tiempo es una figura relevante de la contracultura alemana, donde se hizo un nombre gracias a su obra fotográfica– le niega el acceso a alguien, entonces no hay más que hablar.

Pero hoy es viernes y, así como reza el temón del laboratorio disco music Love & Kisses, las cosas están llegando a su manera, sobre todo si se tienen amistades en la escena electrónica local. Y es que el sello Rush Hour convidó al NO a la presentación de un compilado de artistas suyos, por lo que el ingreso está casi asegurado, siempre y cuando Marquardt no note que un “tecnoturista” se le coló en la fiesta. Las reglas son no ir con un grupete grande, pedirle a la chichi más rubia del grupo que pregunte por la lista de invitados, decir sólo “danke schön” al momento de traspasar la puerta, y ya está: ¡bienvenido al infierno!

Si bien a los dealers les sacan la ficha en la cola, que a las 4 de la madrugada alcanza inmensidad, no hay que preocuparse por ello, pues además del sistema de sonido de última generación y de la joda, lo que sobra adentro son las drogas. Lo que no se pueden pasar son cámaras de foto ni celulares, a los que hay que alojar en el inmenso guardarropa que se ubica en la planta baja, próximo a la tienda de souvenirs.

Al subir al segundo piso se revela la pista de baile principal, que en este momento tiene al inglés Bok Bok detrás de las bandejas; mientras que en la otra planta, la sala Panorama Bar, en la que Rush Hour presenta lo más reciente de su line up, el rumano Cosmin TRG agita el arengue. Así como lo es con el público (el año pasado aparecieron “How to Get into Berghain”, app con claves para ingresar, y Berghain Bird, videojuego que recrea el calvario), esta catedral del techno también se distingue por su rígida selectividad al momento de elegir a los artistas que pasan por sus escenarios. Sería inaudito encontrar una noche a David Guetta o cualquiera de las estrellas del grasiento EDM en su programación. Y es que la línea de curaduría de esta discoteca para 1500 personas, que posee incluso su propio sello, Ostgut Ton, se sostiene principalmente en el techno y sus variantes, espíritu que heredó de su antecesor, el mítico club Ostgut, consecuencia del underground electrónico que se parió en Berlín, en sótanos abandonados y fábricas vacías, en los ‘90.

Ubicado en el cruce de las calles Kreuzberg y Friedrichshain (su denominación resulta de un juego de palabras con las últimas sílabas de ambos nombres), este club por cuyas bandejas pasó el argentino Jonas Kopp es asimismo una versión contemporánea de Sodoma y Gomorra en la que, de una pasarela de modelos, punkies, empresarios, chicos en calzoncillos y gente ordinaria, siempre es posible ligar e incluso tener sexo en público. ¿Y a quién le importa lo que el resto haga con su culo? Si éste es el Olimpo del bacanal. Acá no existen los VIP, ni los espejos en los baños, y los cócteles son más baratos que en cualquier boliche careta de Costanera Norte. Antes que sorprender, semejante contexto embarga de felicidad a quienes en la oscuridad encuentran luminosidad. Pasaron seis horas y esto recién alcanza su clímax. Algunos cargan energías postrados en las zonas de descanso, otros con una nueva dosis de merca o MDMA y los más lúcidos ante el frenesí de la música. Para la revista DJ Mag, el club está entre los 20 mejores; pero para los que están acá, esto es el paraíso.

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