El sueño de Jaguares se evaporó en la noche neozelandesa. El tricampeón del Súper Rugby fue como una aplanadora casi imposible de detener. Crusaders, que de medieval solo tiene el nombre, le ganó al equipo argentino 19 a 3. No le dejó hacer casi nada, lo anuló en sus puntos más altos, lo derrumbó de a poco con sus forwards que jugaron como si fueran termitas en plena tarea de demolición. Cuando atacaban, se agrupaban, formaban células de dos o tres jugadores lanzados como puntada, le entregaban la pelota servida a Mo’unga y el apertura diagramaba por donde entrarle a los dirigidos por Gonzalo Quesada. Pero cuando defendían alcanzaron su clímax. Le hicieron irrespirable el juego a Jaguares, no lo dejaron pensar, lo obligaron a usar demasiado el pie y a que no tuviera demasiadas opciones para lastimarlo. Pese a esa superioridad, solo le marcaron un try convertido en el primer tiempo. El resto fueron cuatro penales. Y tuvo al menos tres oportunidades de apoyar en el ingoal local que se frustraron por casi nada. En todas intervino Moroni, el jugador más incisivo que se lamentó cómo no pudo marcar puntos que hubieran mantenido en partido a su equipo hasta el final, pese al dominio de Crusaders.

En su cuarta temporada en el torneo más importante del mundo – sin contar a los de selecciones – la franquicia de la UAR llegó a una final impensada que generaba ilusiones mesuradas para el rugby nacional. Porque enfrente estaba casi una formación completa de All Blacks. Con un valor agregado a su favor. Crusaders juega muchos más partidos por año que el bicampeón mundial. Sus jugadores se conocen más que de memoria. Dominan todos los aspectos del juego. Era una vara demasiado alta la que debía saltarse.

Christchurch, en la isla sur de Nueva Zelanda, es hoy la capital del rugby, en el país del rugby. Un bastión casi inexpugnable donde su equipo había conseguido el primer lugar en la fase regular del torneo, lo que le permitió jugar la final de local. Todas las estadísticas colocaban a Crusaders por encima de Jaguares, a excepción de una: la obtención en el line. Pese a eso, el equipo argentino tenía con qué ilusionarse. Porque desde hace unos cuantos años la Argentina demostró que está en condiciones de hacerle partido a cualquiera, porque su juego está en continuo progreso y solo falta que se traduzca en algún título a nivel de equipo o de selecciones. Así como el campeón del Súper Rugby puso en cancha a once All Blacks - Mo’unga, Bridge, Goodhue, Ennor, Reece, Moody, Taylor – el autor del único try del partido-, Franks, Whitelock, Todd y Read – Jaguares tenía para intentar la hazaña a la base de Los Pumas sin sus jugadores europeos.

En la primera etapa, un penal de Díaz Bonilla y la buena defensa mantuvieron en ventaja a Jaguares durante casi diez minutos. Los neozelandeses percutían con sus forwards, buscaban alternativas de ataque a partir de los kicks de Mo’unga, pero no le encontraban la vuelta al juego. Hasta que un error de Díaz Bonilla -que en toda la noche no estuvo certero con el pie-, provocó que el grandote Whitelock corriera como un wing y habilitara hacia adentro al hooker Codie Taylor para que apoyara en dos movimientos el único try del partido.

La presión constante de Crusaders rendía frutos en un partido que presentaba muy pocas chances de anotar puntos. Hasta que hubo dos momentos bisagra para Jaguares. En el primero, 7 a 3 abajo, Díaz Bonilla no pateó un penal factible para arrimarse a un punto y jugó al touch, cuando acaso el momento del encuentro pedía otra cosa. En el segundo, Moroni no pudo zambullirse en el ingoal porque una mano salvadora lo privó del try sobre la línea. Orlando le corría al lado por afuera, pero no lo vio. Con esa jugada se iba la chance más nítida de marcar cinco puntos en toda la noche. Fue una lástima. Un penal sobre el final de Mo’unga, infalible con sus tiros a los palos, estiró la ventaja local a 10-3.

Jaguares no convirtió en momentos clave del partido y Crusaders sí. Moroni y Orlando tuvieron su chance de poner el equipo a tiro, pero falló el último pase, el tucumano cometió knock on y el equipo argentino volvió a desperdiciar su segunda oportunidad de arrimarse en el resultado. La presión del campeón hizo lo demás. Comenzó a alejar a Jaguares de su ingoal, a hacerle perder pelotas o enlentecerlas en los rucks. Pero también, el juego conservador e inteligente de los neocelandeses que aprovecharon todo, los fue distanciando cada vez más en el resultado gracias a Mo’unga, el mejor jugador del Super Rugby. Tres penales estiraron la diferencia. Crusaders clausuró el partido y los tres minutos finales se dedicó a mantener la pelota con sus forwards bien agrupados, como si fueran la muralla china. Infranqueable, el campeón ratificó porque Nueva Zelanda domina el rugby mundial desde hace casi una década, ganando todo lo que juega: Mundiales, Rugby Championship y Super Rugby.

A esos tipos que suelen vestir de negro, pero que anoche estaban de rojo en la madrugada argentina, por ahora no hay con qué darles. Jaguares les hizo partido, se ganó su respeto y metió al rugby argentino una vez más en la consideración internacional. Todo eso sirve por lo que proyecta. La Copa Mundial de Japón está a la vuelta de la esquina. En el grupo tocaron Inglaterra y Francia, más dos rivales inferiores como Tonga y Estados Unidos. Los Pumas basados en este equipo franquicia, con refuerzos como Nicolás Sánchez, Juan Figallo y Facundo Isa, tendrán que ganarle a uno de los dos seleccionados europeos para pasar de fase. Antes tocará el Rugby Championship contra los All Blacks, Australia y Sudáfrica. El rugby súper profesional no ofrece descanso. Lo más duro siempre está por venir, con la camiseta de Jaguares o de la Selección, no importa cual.

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