UNO 

En un mundo cada vez más trans, Mario Perniola sostiene –con la autoridad de sus alegatos postsituacionistas contra la sociedad capitalista que llamaron la atención de Guy Debord– que el transexualismo pertenece a la sociedad de la comunicación y a la sociedad del espectáculo, pero hiperreal. El pensamiento de Perniola – uno de los filósofos italianos más destacados de la actualidad– se desarrolla, al menos, en dos vías: la atención denodada al cuerpo en sí, como agenciamiento en el cual el “sentir” alcanza grados extremos principalmente a través de las prácticas sexuales no convencionales, y, la profundización de la noción de “diferencia” como superación de la dialéctica de los opuestos, con influencias notorias tanto de Nietzsche como de la dupla Klossowski/Bataille. Es, justamente, a partir de la década del sesenta que las teorizaciones sobre la identidad sexual logra grandes avances a través de los trabajos de Harry Benjamin y de Robert Stoller; Benjamín como pionero, ya en el 1948, sobre transexualismo y “disforia de género”, y, Stoller, que supo contradecir a Freud, como adelantado en señalar la distinción entre sexo y género: ambos permean la obra de Perniola. En el annus mirabilis de 1968 –prácticamente entre la revuelta francesa del 68 (“haz el amor y no la guerra”) y los trabajos de Lacan (que en junio del 69, en su seminario De otro al otro) postuló su polémico “No hay relación sexual”– el filósofo y narrador Mario Perniola publica su novela Tiresias: devenir-mujer (Tiresia), traducida recientemente al español por Axel Gasquet para la editorial porteña Las cuarenta. El texto retoma, a modo de monólogo, una de las más arcanas de las mitografías griegas y Tiresias vuelve a ser emblema de “la teoría de la esencial bisexualidad del ser humano y el carácter plástico de la pulsión libidinal que, a diferencia del instinto, puede cambiar con relativa facilidad de objeto”.

DOS 

Siempre se cuentan, al menos, dos historias. En una se dice que Tiresias quedó ciego por ver lo que no debía: cómo la diosa Atenea y su propia madre, la ninfa Cariclo, se bañaban y enjuagaban juntas. Atenea no dudó en dejarlo ciego por tamaño intromisión, pero su madre  –amiga solícita de la diosa– exigió se compensara semejante castigo. Pallas Atenea le concedió un bastón (geo localizador) y un plus poderoso: la videncia. En la otra se cuenta que lo que el joven vio fue cómo, en una zona encrespada del monte Cilene, dos sierpes se disponían a copular. No se sabe bien si Tiresias las molestó (con su báculo), las hirió o bien mató a la hembra: lo único “certero” es que, después de esa intervención, devino mujer. Siete años tuvieron que pasar para que la joven, floreándose por el mismo monte y ante un par de serpientes empecinadas en encaramarse una a la otra, volviera a intervenir sobre los reptiles y recuperase su sexo primitivo. Zeus y Hera –intrigados cual Masters & Johnson de la Antigüedad– convocaron a Tiresias para que se expida: ya que había conocido los dos lados del mostrador, deseaban saber si el hombre o la mujer lograba mayor placer en el amor. Sin ambages, Tiresias dijo que de 1 a 10, la mujer le correspondía 9. Hera –en vez de alegrarse por los beneficios del segundo sexo– sintió que Tiresias revelaba así un secreto guardado bajo siete llaves, y lo encegueció. Zeus, conmiserado, le otorgó en cambio la videncia. Dícese que acorde a su étimo, Tiresias significaría “el que se deleita con los signos”. 

TRES 

Las serpientes son animales dioicos, pero su dimorfismo sexual es poco marcado. Casi todas tienen sólo un período de apareamiento, que condice con la maldita primavera. El aparato reproductor del macho tiene dos penes. Cada pene está ligado a un testículo y en el momento de actuar deciden cuál usar. La hembra hace vibrar su lengua antes, durante y después del coito; la cópula puede durar hasta cuatro horas. El macho se enrosca con maestría sobre ella y, a veces, le muerde el cuello amatoriamente. En ciertas especies, bajo el nombre de maraña se puede observar hasta doce machos alrededor de una hembra receptiva. Ella es dueña y señora de la reproducción; después de recibir la simiente la puede guardar por años hasta que su instinto procreador se activa.  

CUATRO 

Desde la publicación de la ahora recuperada Tiresias hasta mediados de los noventa, Perniola desarrolló una teoría que desemboca en su libro El sex appeal de lo inorgánico (1994) en el que postula un nuevo tipo de sexualidad  que se asienta en el movimiento contracultural y en manifestaciones como la deconstrucción, el mundo del rock, las drogas, la realidad virtual, la literatura experimental y el fenómeno de la performance. En todas estas expresiones un cuerpo nuevo se esboza, y, el hombre, como cosa que siente, deja a un lado una sexualidad orgánica basada en la diferencia sexual  por un “sentir neutro” –o una llamada “sexualidad inorgánica”– que tiende a una excitación infinita y siempre disponible: “Sólo diré que en poco tiempo toda apariencia humana desaparecerá porque todos los miembros crecerán por su cuenta, sin ninguna consideración por la figura en general, en una espesa maraña de raíces y hojas que impide cualquier observación y paraliza todo esfuerzo. Cuidado a quien se aproxime al bosque”.