La memoria de Marcela Quiroga sigue firme. Pasaron 46 años del calvario al que la dictadura militar la sometió cuando tenía solo 12 años. Habían asesinado a su mamá, la habían separado de sus hermanos, de quienes no sabía su destino, y aún así, guardó en su recuerdo el apodo de cada represor que interactuó con ella, el nombre de cada mujer y de cada hombre con los que compartió cautiverio, los detalles de cada centro clandestino por los que pasó. Y ahora contó lo referido a su paso por el campo de concentración “Sheraton”, que funcionó en la comisaría Villa Insuperable, y cuyo accionar esta nuevamente bajo juicio. Esta vez, la tercera oportunidad, para repasar las responsabilidades de dos de sus responsables: Alejandro Salice y Roberto Sifón. Al “Sheraton” Marcela lo conoció como “el Embudo”.

La auxiliar fiscal en el juicio, Nuria Piñol, solicitó que el testimonio de Quiroga solo se limitara a los hechos bajo análisis –los detalles restante serían incorporados por lectura en base a los testimonios que la sobreviviente aportó en el segundo tramo del juicio por los crímenes de Vesubio– y así sucedió luego de que las defensas y las querellas coincidieran.

Quiroga relató su estadía en Sheraton, enumeró y describió a las personas con las que compartió cautiverio y aportó datos sobre el funcionamiento del centro clandestino que gestionó el Grupo de Artillería 1 de Ciudadela (GAM 101) entre 1976 y 1978. Lo hizo desde su casa, vía Zoom, y luego de que el Tribunal Oral Federal número 1 de la Ciudad de Buenos Aires ordenara a los acusados apagar sus cámaras. Quiroga no quería ver los rostros de Sifón y Salice, quienes estuvieron a cargo de las áreas de Logística y de Finanzas del GAM 101. Su testimonio fue transmitido por el medio comunitario La Retaguardia.

La testigo comentó brevemente que fue secuestrada el 6 septiembre de 1976, mientras estaba junto a sus hermanos y su mamá en su casa de Villa España, en Berazategui. “Nosotros estábamos en el baño, mi mamá fue asesinada”, apuntó. No lo dijo, pero junto a su mamá María Nicasia Rodríguez vivía en la casa Arturo Alejandrino Jaimez, compañero de la columna sur de Montoneros. Ambos fueron asesinados durante la balacera. A Marcela y a sus hermanos Sergio, de 10 años, y Marina, de un año y medio, Mary los encerró en el baño. Tras las muertes, los represores del Batallón de Comunicaciones 601 de City Bell, La Plata, se la llevaron a recorrer las calles del barrio para identificar a compañeros de militancia de su mamá. Y luego al Vesubio.

Allí, en una sala contigua a la sala de torturas a la que reconoció porque recordó lo que le había contado su padre –que había estado secuestrado previamente–, vio por primera vez a Silvia Corazza, a quien ella conocía con el nombre de Susana. También allí estaban “Fresco” y “Francés”, los dos represores que mantuvieron contacto con ella. “Francés”, Adolfo Cacivio –condenado por crímenes de lesa humanidad– le pegó “dos cachetazos” en aquella sala. Del “Fresco”, mencionado en varias oportunidades por numerosos sobrevivientes del Vesubio y otros centros clandestinos, se desconoce identidad. Allí, “Susana” la tranquilizó: “Me dijo que me iban a llevar a otro lugar para que duerma sola, que me iban a dar de comer una comida mejor, de la que comían ellos –los represores–, no el resto” de las personas cautivas. “Yo le dije que no quería, me puse a llorar, me dijo que iba a ir al Embudo, que ahí estaría mejor”.

De Vesubio Marcela se llevó más nombres y rostros: Elena Alfaro, Héctor Oesterheld, Clara Lorenzo, Tato Taramasco, “Marita” María del Pilar García Reyes, Marcelo Soler y Graciela Moreno.

Junto a Oesterheld la llevan, un mes después aproximadamente, “al Embudo, años después supe que le decían Sheraton y que había funcionado en la comisaría de Villa Insuperable”, contó. “Ahí encuentro a Ana María Carusso, a Roberto Carri, Adela Candela, José 'Clemente' Slavkin, a Pablo Szir. Después se suma Daniel Klosowsky. Ahí también estuve poco más de un mes”, declaró. Daniel “estaba herido”, aclaró.

Quiroga asintió cuando la fiscal Piñol le preguntó si el lugar, el Sheraton, estaba amueblado: “Sí, había muebles. En las celdas había cama de cemento, pero en el pabellón central había determinados amoblamientos como si fuera una casa. Una mesada que arriba tenía un calentador donde nos calentábamos la merienda”, describió.

También mencionó que en una habitación había una cama, un sillón, una mesa, una radio mediana y en otra, a la que le llamaban “archivo”, había mesas con máquinas de escribir. Allí “trabajaban” algunos prisioneros que llevaban desde Vesubio a diario. “Hacían una especie de jornada laboral”, describió. Solían venir de a dos, uno leía y otro escribía a máquina, contó. Y recordó que armaban listas con nombres de personas a las que calificaban de “detenidos subversivos” o “detenidos comunes”, y estado, “si estaban muertos, si estaban detenidos”. Ella a veces escuchaba esos trabajos. Así supo que su mamá estaba muerta, “porque la nombraron”.

El grupo de compañeros y compañeras de cautiverio cuidaban de la entonces pequeña Quiroga. Por preguntas de la fiscal, la testigo mencionó que “solo una vez” vio a una persona que “trajeron en un auto” lastimada. Entonces, una de las mujeres que estaban encerradas allí con ella, le dijo "'Marce, hoy no vas a dormir acá porque arriba está la sala de torturas’ y me cambiaron de cama. Todos los días a las 10 de la noche se apagaba todo y teníamos que irnos a dormir. Esa noche quedó la radio prendida para tapar los gritos por la tortura”, contó.