En Nostos, unos de sus poemas más conocidos, Louise Glück dice que “miramos el mundo una vez, en la infancia. El resto es memoria”. Nostos significa regreso, retorno, vuelta; pero no a cualquier parte, significa regreso al hogar. El nostos es también un género literario, la vuelta del héroe después de haber partido. Pareciera que para que el nostos se cumpla, más allá de las aventuras, de los naufragios, de los peligros y de la consiguiente maduración que no tenía al partir, una persona debe ser reconocida en algún punto, al volver, por aquellos a quienes dejó atrás. Debe haberle quedado algún sello de origen, compartir una jerga. La Odisea es el primer Nostos griego; nosotros tenemos en el tango nuestro propio nostos. Posiblemente uno de los mejores, Volver, suprime de la escena el regreso real, el de carne y hueso, y hace del nostos una distancia insalvable, hace del nostos lamento. Hace nostalgia. El tango dice lo que dice Gluck: no hay retorno, solo queda evocación bajo el burlón mirar de las estrellas.

La navidad es la primera casa a la que uno ya casi no visita, dice Truman Capote en Un recuerdo navideño, un cuento emotivo y sensible, dos cualidades que Capote tenía a bien esconder bajo el bruñido de perfiles monumentales como ese que hizo de Marlon Brando o los relatos de una clase alta que lo había asimilado como uno más de ellos. Dicen que Un recuerdo navideño es una pieza autobiográfica de la niñez de Capote en el sur de Estados Unidos, de hecho el protagonista, Buddy, bebe whisky a los siete años, edad en la que Capote, según él mismo confesó, empezó a tomar.

Las otras dos referencias literarias, cuando pienso en la navidad, son Carol, de Patricia Highsmith y un cuento de Richard Ford. En Carol, ellas dos se conocen en un almacén donde una es empleada temporaria y la otra va a buscar un regalo para su hija y se olvida un guante en el mostrador - perder algo es la condición para que una vida avance ¿no?; y el cuento de Ford, Un padre y una bicicleta, evoca la torpeza y la impaciencia de su padre para armar cosas. El padre se ofusca porque el árbol de navidad que consiguieron no entra en la casa, entonces lo corta por la parte más hermosa, por arriba, y él - el escritor - le grita ¨lo arruinaste, no sirve más”. También, en ese mismo cuento, dice que su padre era una especie en extinción, un hombre de tiempos de vacas flacas, que sólo sabía hacer bien una cosa, que nunca fue demasiado ambicioso, que se casó por amor y para siempre, que creó una familia, que se mantuvo a flote.

Hace unas semanas tomé un café con un amigo y me preguntó si yo creía que mi papá había tenido la vida que había querido, si había hecho lo que tuvo ganas de hacer. Le respondí que no sabía. Hoy releo el cuento de Ford y la descripción de su padre, en líneas generales, le cabría al mío, creo. Era todo eso y también era solitario, impenetrable, generoso, obsesivo, creyente, cero ahorrador, ocultador, abierto, mentiroso, jugador, incondicional, inaccesible. En navidad comía sin camisa, en cueros, en la cabecera de la mesa; en algún momento de esa noche se enojaba por algo para demostrar que su personalidad no era improvisada, y después de las doce tomaba una copa de sidra y rompía las nueces y las almendras con una especie de pinza, una herramienta que me parecía más del mundo del trabajo que de la gastronomía. Hoy los frutos secos se venden pelados. Este es mi breve cuento de Navidad.