En su libro Capitalismo del yo (Paidós, 2021), la psicóloga y ensayista chilena Constanza Michelson analiza los levantamientos de 2019 en su país contra el Gobierno de Sebastián Piñera. Casi cuatro años más tarde, y con el ascenso de Javier Milei en Argentina, los temas que aborda el ensayo —publicado originalmente en Chile en 2020 bajo el título de Hasta que valga la pena vivir —, tienen una fuerte resonancia en la actualidad: el papel de la mujer, la crisis de las democracias neoliberales, la posverdad, los neofacismos, las redes sociales y el deseo, entre otros tantos.

En diálogo con Página|12, la autora de Hacer la noche (2022), distinguido por el Ministerio de Cultura de Chile, habla sobre los nuevos movimientos conservadores y "liberal libertarios" en la región, el papel del "voto autodestructivo" de quienes hicieron bandera del "peor no se puede estar", el rol que deberá ocupar el feminismo y la consagración de la locura como la marca de la época.

Capitalismo del yo tiene como punto de partida los levantamientos en Chile en 2019, donde la juventud se expresó de una manera potente contra el sistema. Decís que hubo una "ciudadanía transformada en pueblo". Ahora ese clima de época parece haber dado un vuelco de 180º. Acá en Argentina el voto joven se inclinó mayormente hacia una expresión de extremaderecha, autodefinida como "liberal libertaria". ¿Cómo se explica este movimiento?

-Pareciera ser como si la historia se hubiera acelerado. Lo que leíamos en ese momento, con el estallido social en 2019, era algo muy interesante y que es el título que tiene el libro en Chile, Hasta que valga la pena vivir. Para mí fue bien impresionante porque ese año en Chile, si bien los movimientos sociales tenían un lugar ya muy arriba, la sensación de estancamiento político existía. Y ese año hablamos mucho sobre suicidio. Hubo muchos suicidios en el espacio público. Cuando estalla la revuelta, una de las primeras consignas desde la calle fue "hasta que valga la pena vivir". Otra que se hizo muy viral fue "no era depresión, era capitalismo". Y la sensación en ese momento era de que había un malestar privatizado, al que hemos llamado salud mental, por ejemplo, y que algo tenía que ver con la vida política. Entonces apareció un entusiasmo que no se había visto en esa magnitud.

"Estos movimientos ofrecen una venganza contra una estética del progresismo". 

Pero las revueltas estallan cuando las fuerzas psicológicas se estancan en las sociedades y fue una especie de explosión erótica, pero también tanática, muy violenta. Y empieza a pasar lo que (el cineasta y escritor italiano, Pier Paolo) Pasolini decía, que fue muy criticado por los movimientos de los finales de los 60', que el fascismo y el antifacismo se empiezan a confundir. Entonces ocurre este deseo de política, de profundizar la democracia, que acá en Chile trató de ser traducido en una nueva Constitución. Pero pasó algo que quizá tenga que ver con lo que estamos viendo hoy día en varios países, incluido Argentina, y es que efectivamente desde este espíritu de izquierda hubo una gran confusión de época: una cosa es usar la teoría crítica para abrir sentidos, sobre todo para abrir el decir, y otra apropiarse de los símbolos más que permitir que se desplazaran los símbolos.

Aparece lo que aparece muchas veces en la historia cuando un movimiento triunfa, que es también el autoritarismo, aunque sea bajo las consignas de la liberación. Ahí creo que de alguna manera a ese espíritu le salta otro, y que es esta gran marca transnacional a esta altura que se llama el trumpismo, que viene a decir 'bueno, nosotros nos vamos a liberar de esta cosa llamada corrección política'. Se habla de otra liberación. Pero que es como una libertad contra el otro, contra las minorías. Una liberación conservadora. Pero lo que hay que tratar de entender y leer es cuáles son esas fuerzas psicológicas que están detrás de las nuevas conspiraciones. Yo creo que esta especie de latigazo, más que péndulo, tiene que ver con que estos movimientos ofrecen una venganza contra una estética del progresismo.

En el terreno de la especulación, ¿qué te parece que hay que esperar de acá en adelante? ¿Cómo crees que se atravesarán las luchas sociales en este capitalismo del yo y con una sociedad de individualidades homogeneizadas?

-Estamos en una época donde el pensamiento, si acaso se le puede llamar así, es muy rápido y está anclado a las emociones. A la velocidad de lo digital. La inmediatez, la aceleración del mundo, no es en vano. Tiene consecuencias antropológicas. Entonces también nos pasa de decir: 'hay una apuesta política, hay un movimiento, queremos cambiarlo'. Y la respuesta, que acá en Chile pasó, es 'vamos a hacer todo lo contrario'. En Chile, por ejemplo, después del primer intento constitucional viene un segundo, que también fracasó. Es volver a decir lo mismo, pero desde otro signo, desde la ultraderecha.

Entonces, lo que tienen que empezar a entender quienes lideran la política es que las mayorías son circunstanciales. La población puede dar un voto a un lado político y, en una elección muy cercana, cambiar de opinión. Estas cosas extremas, que caen en su propio delirio, no ven realmente la complejidad de la realidad. Yo creo que el llamado actual es a pensar en complejidad.

Todas estas nuevas apuestas políticas, que son muy estéticas y emocionales, como las imágenes de Milei con la motosierra, despiertan desde lo emocional, despiertan la venganza y un triunfalismo que es muy peligroso sostener, porque aquí no hay un trabajo de profundidad de construir mayorías políticas. Porque parecería que no hay mayorías políticas. Hay una muy traicionera masa. El ser humano tiene mutaciones antropológicas de acuerdo también a la época. Lo que dice la filosofía de la historia es que haber nacido como seres humanos en un mundo donde había una cosa que se llamaba 'futuro' versus un tiempo donde pareciera ser una cosa muy incierta tiene consecuencias antropológicas. Algo en el voto 'que se acabe todo' o del que no importa que vote contra mis propios intereses con tal de vengarme es un poco el modelo.

En la Plaza de los dos Congresos, cuando el presidente Milei daba su primer discurso, el público vitoreaba la palabra “motosierra”. En la campaña la promesa de ajuste fiscal fue central y, en muchos casos, es posible pensar que esa misma gente va a ser víctima de la "motosierra". ¿Cómo se explica el voto autodestructivo? ¿Tiene algún vínculo con la idea de la meritocracia y de que para conseguir algo hace falta sufrir? ¿Hoy goce ahí?

-Yo creo que la autodestrucción es de los grandes temas que no terminamos de hablar ni de creer. La pulsión de muerte fue de las ideas más rechazadas de Freud. Pero, para poder responderte eso y terminar la idea de la filosofía de la historia, es importante decir que el pasado no es una cosa estática. Tiene que ver con ciertos regímenes de historicidad. En la tradición se decía que el pasado explicaba cómo son las cosas correctamente. En la modernidad, el futurismo propone modelar el futuro. Cuando eso acaba, cuando acaba esta idea de la Historia con mayúscula, viene otro régimen, que es el nuestro, que se llama el presentismo. Significa que se habla del pasado, no como una alteridad, sino como una mercancía. Usamos el pasado de una manera conveniente. Es como una mercancía cualquiera con la que podamos traducir entonces una teoría un poco apócrifa y usarla.

Todos estos líderes, como cuando Trump dice "Make America great again", están haciendo eso. Vamos a tomar una teoría del pasado, pero pasada por esta lógica del presentismo. Esa banalidad del tratamiento de la historia y la falta de idea de futuro es lo que genera de posición suicida o una cosa media nihilista de decir 'si no hay perspectiva, por lo menos voy a sentir que algo gano o que le gano a alguien que me voy a vengar de alguien'. A mí se me ocurre que las afecciones políticas que están en juego tienen más que ver con eso, con alguien que pueda capitalizar mi resentimiento que con la cosa de la meritocracia.

"Esa banalidad del tratamiento de la historia y la falta de idea de futuro es lo que genera esta posición suicida".

El resentimiento, más que la construcción o la reparación del mundo. Porque es una cuestión mucho más compleja, con muchas con contradicciones, cosas que necesitan paciencia y tiempo. Pero parece que eso no vende políticamente. La apuesta es pensar cuáles debieran ser las narrativas de los líderes, las instituciones, nuestras prácticas, para desinflamar el resentimiento y apuntar a la complejidad. Porque cuando tú piensas en complejidad, tú puedes lograr entender también lo que el otro piensa. Puedes quitarle las malas intenciones. Ampliar la realidad y luego puedes intervenir de otros modos.

Yo creo que ahí, siempre, la responsabilidad es individual. Detrás del 'nosotros' no hay inteligencia, no hay responsabilidad. Hay que estar solo con otros, cada uno es responsable de sus palabras. La responsabilidad es individual, que es distinto el individualismo. Porque el individualismo también puede ser lo mismo que el colectivismo cuando es pensamiento es masa. Yo puedo creer que pienso por mi cuenta y, sin embargo, le estoy poniendo like a todos los que dicen una mentira.

El feminismo es el tema central del libro. Entre los seguidores de Javier Milei se viralizaron varios videos de jóvenes con consignas abiertamente machistas. A esto se le sumó una fuerte campaña en contra de las disidencias, la Educación Sexual Integral en las escuelas y la promesa de, otra vez, usar la motosierra con el Ministerio de la Mujer, Géneros y Diversidad. Me gustaría, por lo tanto, hacer eco de una pregunta que se abrió en el último newsletter del medio especializado Feminacida: ¿creés que el feminismo debe buscar la manera de convocar a los hombres?

-El 2018 fue un año inmenso para el feminismo, donde se puso en juego el hecho de decir que había una sociedad muy liberal, que el sexo estaba liberado, pero que de todas maneras el machismo tiene un montón de síntomas y un montón de expresiones. Es decir, la sexualidad está liberada, pero bajo un código machista. Entonces, por ejemplo, viene la pandemia y queda en evidencia que las grandes cuidadoras, quienes se quedaron sin trabajo mayormente, fueron las mujeres. Pese a todo lo que había pasado previamente. Estuvimos mucho hablando de disidencias sexuales, también de asuntos relacionados con la sexualidad, pero quizás había ciertas cosas que todavía que no cambiaron.

"Una cosa era modificar las leyes, tratar de profundizar la democracia, pero otra cosa era dejar a gente desterrada para siempre".

Existe también, quizá, y esta es la autocrítica, mucho más feminismo del que creemos, no solamente en la clave académica o juvenil. Es muy posible que haya mucho más feminismo, más silencioso, de mujeres grandes. Yo creo que la cosa del linchamiento fue muy feroz. Y ahí hay una autocrítica que hacer. Una cosa era modificar las leyes, tratar de profundizar la democracia, pero otra cosa era dejar a gente desterrada para siempre. Sin posibilidad de reivindicación. ¿Y quiénes capitalizaron ese resentimiento? Da la impresión de que fue este neofascismo.

Este año fui a Nueva York, que hubo un encuentro, y me pareció muy interesante de qué hablaban. El gran tema para los psicoanalistas de Estados Unidos son los tiroteos. Es el resentimiento masculino. Es el tema de los temas. Era muy terrible. Todo el tema era cómo efectivamente, si hay un modelo de resentimiento masculino, es el de estar dispuesto a morir con tal de vengarse. El modelo de estar dispuesto al suicidio con tal de vengarse. Es el de los pistoleros solitarios y los femicidas. Algo de eso se replica en la política. La fuerza del resentimiento es muy autodestructiva.

El feminismo va y viene. Nunca se acaba. El real pluralismo no es decir que son los que hablan inclusivo. Eso puede ser muy segregativo con la gente más grande, con personas que entienden el universalismo de otro modo. El pluralismo es mirar también todo lo que hay de vivificante, de solidaridades entre varones, mujeres, disidencias sexuales, eso ocurre todo el tiempo y eso es política. Y eso es lo mejor que tenemos. Yo no podría decirle al feminismo que haga algo que en realidad pasa todo el tiempo. Pero sí me opongo absolutamente a apropiarse de las teorías para vengarse, a los linchamientos. Me parece que todo eso es fascismo.

En el libro retomás un poco la idea lacaniana de que "la verdadera enfermedad mental es creerse un yo". Milei parece tomar esta idea y llevarla más allá: no solo se ahonda bajo la idea del 'yo', sino que aparece un 'yo mesiánico' que tiene una tarea encomendada por Dios. ¿Creés que acá hay una clave de lectura de síntoma de época o lo leés más como un dato de color aislado?

-Cuando un país elige a un presidente que escucha voces, acá no voy a arriesgar ningún diagnóstico, simplemente lo que puedo decir desde lejos es que pareciera ser que la psicosis, la locura, es el héroe de la época. Es muy grave. Retomo la pregunta anterior. Más que achacarle al feminismo que tiene que hacer algo por los hombres, creo que el resentimiento, el fascismo y la violencia son cosas que hay que pensar entre todos. Creo que lo que es inquietante es pensar que la psicosis es el modelo de la época. Se puede decir cualquier cosa y parece ser que no importa, que 'la verdad" deja de importar.

Y, cuando eso pasa, siempre es una alerta. Michaël Foessel, en su libro Recaídas, hace una investigación de la prensa de los años antes del fascismo en Europa y lo que encuentra es superinteresante. Desde todo el espectro político, desde la izquierda y la derecha, empieza a ver una crítica a la democracia. Decir que es débil, que es muy lenta, que no se hace cargo de la seguridad. Cuando eso pasa, y es algo que hoy en día pasa, y sobre todo que pasa en redes sociales, que crea una atmósfera de mucha presión, estamos empujando a los locos. A los que dicen 'sí, yo voy a hacer el cambio'. No se puede, porque el mundo es complejo. Los cambios requieren tiempo, muchas cabezas trabajando juntas y pensando. Pero lo que nosotros mismos hacemos cuando decimos 'este presidente o esta presidenta no hace nada', es decir que la democracia es lenta. Con eso, lo que hacemos es llamar a los locos. A los que sí se creen el rey. 

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