31 de diciembre. 17 horas. En el patio. Mi mujer, mi hijo y yo. Llega mensaje al celu: “Nos dirigimos a una catástrofe económica de una magnitud desconocida para cualquier argentino VIVO” (Milei, 30/12/2023). El diálogo se pone vibrante. El muchacho, de visita en el país, sufre al vernos sufrir. Tiene treinta años. Se hace cargo. Intenta convencernos de que, porque, y además y entonces. Y tras un ir y venir pronuncia una frase que, cual agudeza freudiana, permite poner negro sobre blanco respecto de nuestras diferencias. Apocalipsis zombie. Me encantó. “Ustedes creen que se viene”. Sí, claro. Y a partir de allí se empiezan a trazar las vías para una discusión interesante: “Yo no”. Sos optimista, le digo, mientras una de nuestras gatas se acomoda sobre la mesa. Agrego: el 24 de enero tiene que haber un millón de personas en la calle, de lo contrario nos llevan puestos. “El optimista sos vos”, me espeta. Pero además: “Pará un poco. Hay un congreso. Está la justicia”. Padre y madre al unísono: no confío en el Congreso ni en la Justicia, solo en la gente en la calle. El hijo nos mira como diciendo: con esta clase de kukas es imposible. Risas. Retomamos: No, no es así, Nico. “A ver explícame qué”. Si se llega a aprobar la ley, el ómnibus de Milei nos lleva al desastre. Cientos de miles o millones de personas en la indigencia. Represión. Y el 90 por ciento de la población en la pobreza. Nico sabe perfectamente que es así. Es economista. Pero el dolor. Pero los amigos en Argentina. Pero los recuerdos. Pero la angustia. Pero los muertos. Prefiere hablar entonces de los errores cometidos, de las macanas, de las peleas entre los propios. Del actual cincuenta por ciento de pobreza y bla. Y de la necesidad de un nuevo discurso. Si, claro. Estamos de acuerdo. Pero yo te hablo de qué hacemos ahora si arranca el ómnibus. Nico escucha y se retuerce en la silla. Porque tenés razón, le digo, todos los errores que vos quieras. Pero ahora qué. Y entonces me encuentro diciéndole algo inédito en nuestras conversaciones. Decisivo. Que hace toda la diferencia entre las generaciones y sus distintas experiencias. Nico, nosotros nacimos bajo dictaduras. Años bajo gobiernos de monigotes con gorra en el sillón presidencial. Este protocolo infame. Este DNU. Este ómnibus de ignominia es un viaje directo al pasado. Al atropello. A una escuela autoritaria. Escucho hablar a este tipo y me hace acordar a los milicos de mi adolescencia. La sensación de que te pueden parar en la calle porque sí. A ver: los documentos, contra la pared. Que te palpen. Ni siquiera secuestros o desapariciones. El horror de no poder hablar. El miedo. El miedo. No poder escribir o publicar lo que se te venga en gana. ¿Te cuento lo que me pasó cuando iba a la movilización en Plaza Lavalle? (Llega la otra gata, tenemos dos). Nico escucha. Nos está bancando. Me doy cuenta ahora que lo escribo. Nos está bancando una angustia que no es la de él. Sería imposible. Nació en otro país que nosotros. Casi en otro planeta (ninguna gloria, ya sé, Miguel Bru, Julio López y tantos y tantos otros, pero...) Miedo a que te pidan documentos. Miedo a noches en la comisaría porque sí. Me cuesta escribirlo. Prohibición de reunirse. Tres personas... ¿quéeee? ¿En qué clase de locura estamos? Apocalipsis zombie, claro. Sí, millones de personas siguiendo a un energúmeno que se cree el Mesías, un Redentor de lo que nunca existió. Le insisto: ¿te cuento lo de Plaza Lavalle? 11 horas, entro en el subte. Agüero. Pueyrredón. Facultad de Medicina, Callao y ahí el miedo. El miedo. Porque sé que si algún pelotudo de gorra me pide los documentos le voy a decir: no sos nadie para pedirme los documentos. Y de ahí a la cana, los sopapos y de vuelta toda la historia. Y entonces --sigo-- estamos llegando a Plaza Lavalle y escucho un grupo de chicos que hablan sobre el DNU ¿Van a la Plaza? Sí, me dicen sonriendo. ¿Les parece que nos pueden pedir documentos? La piba me mira y me sonríe. No, quedate tranquilo. Y me quedo tranquilo. Fin del relato. Nico me mira fijo. Como si toda mi perorata no hubiera hecho más que afirmar lo que él mismo me quería transmitir. Su rostro lo dice todo. Tu experiencia es solo eso, tu experiencia. Entonces: ¿cuándo el miedo es inteligente? Porque replegarse ante la amenaza puede estar bien, pero hacerle frente al tirano es indispensable para dejar de vivir con miedo. Hay que construir algo nuevo. Voy a seguir escuchando a los chicos y chicas que me escuchan. Después de todo, son los que nacieron en la democracia que supimos conseguir.

 

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.